Hay muchos tipos de violencia en la escuela. El más alarmante actualmente es el bullying. Está candente por el suicidio de la niña sevillana.
Cuando un caso se hace mediático los políticos se alteran y piden protocolos a los centros. Todos tenemos protocolos pero me parecen absolutamente insuficientes. No me refiero por supuesto a que haya que rellenar más papeles y tener más burocracia.
El avance está en aumentar la humanidad de la escuela, el acompañamiento a los alumnos, por supuesto no exento de profesionalidad.
Buscan perdernos en una amalgama de formularios que justifiquen las actuaciones que eximan la responsabilidad de los adultos, sobretodo de los políticos. Siempre los más expuestos somos los que trabajamos directamente con personas, maestros, médicos, policías, etc. Los opinadores y los que dictan las leyes son asépticos a la realidad del aula y la calle. Las redes se encargan de corromper la opinión pública poniendo en distintos bandos a profesores, alumnos y familias.
Una solución la queremos proponer en el Ateneo de Salamanca con un manifiesto que pide incluir la educación emocional en el itinerario académico de los alumnos con una graduación de incorporaciones y evidencias como pueden tener las matemáticas. De sumar y restar a derivadas e integrales. No se están integrando en la escuela los nuevos conocimientos psicológicos sobre la gestión de emociones.
En la Casa Escuela Santiago Uno promulgamos que trabajamos las emociones desde el arte, con una escuela de circo, de cine, canto y trabajándolas semanalmente en terapias individuales y grupales. Pero indirectamente también en el deporte y en el día a día de las clases y de las asambleas.
Demostradas las relaciones psicosomáticas de muchas enfermedades y el auge de los problemas de salud mental en niños y adolescentes parece obvio que el sistema educativo va muy por detrás, dándose bombo con los resultados PISA en Castilla y León. Esos resultados no miden los alumnos que son expulsados de la escuela. No tienen en cuenta que la infancia de protección fracasa más en la escuela y la de los colectivos de exclusión social. El motivo no es que estas niñas sean menos inteligentes o menos trabajadoras. El problemas es que no hay una educación emocional ni siquiera en los propios docentes. Una sociedad que no compensa la desigualdad social en la escuela no es una sociedad sana.
Estoy harto de escuchar la supervisión de una inspectora que sólo observa un reglamento cada vez mayor para cada programación o evaluación formativa de los resultados de aprendizaje en cualquier nivel. Lejos de abrir los currículum a la vida se convierten en algo paralelo y cada vez más dogmático.
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