Viernes, 05 de diciembre de 2025
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Mutilación genital femenina: un brutal atentado contra los derechos de mujeres y niñas
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Mutilación genital femenina: un brutal atentado contra los derechos de mujeres y niñas

La mutilación genital femenina no solo representa una grave violación de los derechos humanos, sino que también es un reflejo de estructuras patriarcales profundamente arraigadas que perpetúan la desigualdad de género. Aunque muchas comunidades la justifican como una práctica cultural y un requisito para la aceptación social en el que son otras mujeres quienes lo perpetúan, su impacto negativo en la salud física y psicológica en las víctimas es innegable.

Andrea Martín Paiz

Defensora de los derechos humanos

La mutilación genital femenina (MGF), también conocida como ablación genital o circuncisión femenina, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), «comprende todos los procedimientos consistentes en la resección parcial o total de los genitales externos femeninos, así como otras lesiones de los órganos genitales femeninos por motivos no médicos». Es una práctica cultural nociva, llevada a cabo principalmente en treinta países de África y Oriente Medio, pero también descrita en Australia, Europa y el continente americano, que vulnera los derechos humanos de mujeres y niñas y que tiene sus raíces en la desigualdad de género, siendo considerada, además, una forma de violencia contra las mujeres. Mediante este procedimiento se celebra el inicio de la edad adulta y afecta a más de 125 millones de mujeres y niñas en todo el mundo.

Sabemos que las actitudes y prácticas tradicionales perjudiciales que afectan al bienestar de las mujeres y las niñas se dan en todo el mundo y de maneras muy diferentes, no siendo la violencia física o verbal las únicas maneras de poder ejercer daño. Este sistema forma parte de la organización social patriarcal predominante de nuestra sociedad, en él las mujeres son objeto de prácticas como el infanticidio femenino, la violación, la mutilación genital femenina, el matrimonio precoz y forzado y muchas más. Estas prácticas destacan por estar ligadas a ciertas creencias tradicionales y valores que han sido interpuestos como justificación para perpetuar tales actos, formando así parte de la cultura e historia de muchos territorios.

Cuando estudiamos más a fondo el proceso por el que se lleva a cabo la mutilación genital femenina, observamos que son las madres y las abuelas las que insisten en la ablación de sus hijas y nietas para así poder prepararlas para su elegibilidad en matrimonio, siendo esta la única garantía de estatus social en su comunidad. Es por lo tanto una decisión que, lejos de estar tan sólo ligada a la cultura, se hace desde el amor y la preocupación que las madres muestran por el futuro de sus hijas.

No obstante, lejos de ser considerado algo meramente sentimental y con intenciones protectoras y propulsoras de un futuro mejor, observamos que se trata de un procedimiento dañino para la vida de la mujer que es sometida a ello, no sólo desde el aspecto clínico y físico, sino también bajo una perspectiva psicológica. Debemos entender entonces que se trata de una técnica, ya que debemos entender estos rituales de iniciación como «hechos sociales totales», con lo cual estas costumbres se relacionan con aspectos multidimensionales de una cultura. La perspectiva de los propios actores sociales nos habla de una tradición cultural, por lo que, en muchos casos, las campañas internacionales contra la mutilación genital femenina son percibidas como una ofensa e intromisión desde Occidente hacia la cultura propia, y no hacia un aspecto, una norma o una costumbre específicos.

Muchas mujeres se encuentran ante un dilema donde se pone en juego su bienestar físico a cambio de ser respetadas dentro del grupo, lo que nos lleva a la inclusión social y la pertenencia a un grupo. Esto nos conduciría a la cara oculta de la inclusión social, el precio que se paga con el fin de evitar la exclusión social, lo que las empuja a mantener una dinámica más estricta en base a la cultura. Sin embargo, más allá del impacto que esto puede tener en las propias relaciones sociales, varios autores advierten del riesgo de poner demasiado interés en los potenciales problemas de salud y sociales que conlleva este procedimiento olvidando otros aspectos como los derechos humanos, el género, la religión, la educación, etcétera, pues insistir en problemas de salud podría contribuir a la medicalización de la práctica, no a su desaparición, induciendo a padres y madres a acudir al personal médico con el fin de minimizar el dolor y evitar potenciales riesgos de la intervención. Esto quiere decir que nuestro trabajo como divulgadores y defensores de los derechos humanos se debe centrar en buscar la abolición de este procedimiento que, lejos de ser una intervención inofensiva, atenta contra las oportunidades y libertades de miles de mujeres cada año.

En conclusión, la mutilación genital femenina no solo representa una grave violación de los derechos humanos, sino que también es un reflejo de estructuras patriarcales profundamente arraigadas que perpetúan la desigualdad de género. Aunque muchas comunidades la justifican como una práctica cultural y un requisito para la aceptación social en el que son otras mujeres quienes lo perpetúan, su impacto negativo en la salud física y psicológica en las víctimas es innegable.

El desafío radica en generar un cambio que no solo elimine la práctica, sino que también fomente un contexto en el que las mujeres no se vean obligadas a elegir entre su integridad y su pertenencia social. Solo a través de un enfoque basado en los derechos humanos, la equidad de género y el diálogo intercultural podremos avanzar hacia la erradicación definitiva de la mutilación genital femenina.

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