A la madeja de los días le falta un cabo para tirar de las horas. Las manecillas de mi reloj de pulsera parecen no moverse y voy una hora adelantada, como mi sueño y su hambre porque la gata de casa, esa que cojea tan elegantemente por el pasillo de las tardes y las mañanas tempranas, no sabe de cambios de hora ni de ahorro energético.
Octubre es una transición dulcísima de ocres, membrillos, tomates despistados, calabazas plenas, higos que se abren como flores ante la borrachera de insectos y pájaros. Me falta un colibrí suspendido en su belleza de colores libando el interior de un rojo violáceo, de una dulzura que llena el sol que ya no quema. Después de un verano ardiente, se agradece la lluvia mansa y constante, y el día soleado es una pisada blanda sobre la tierra que ha bebido gozosa de esta frescura que lo llenará todo de brotes verdes y setas. La humedad de los días tiene verdín aterciopelado y nostalgia sobre libros usados, libros apilados, libros de suaves y ajadas cubiertas. Y yo me empeño en amontonar cosas de otro tiempo, recuerdos que nadie evoca, manteles bordados por manos que no recuerdan la memoria de la aguja mientras las calles se llenan de chaquetas y salen volando las hojas muertas que barremos con diligencia.
El tiempo en octubre es un regalo untado en la miel de la luz que nos hurtan y el frescor de la humedad que nos deja arco iris que trazan caminos entre las nubes ahítas. Es tiempo de roturar la memoria de la tierra, hundir la simiente, agradecer la lluvia que la vuelve blanda, que nos deja meter el arado y la azada para sacar el hueso de aquellos que celebraremos con flores y recuerdos. Octubre es un mes de intensas suavidades que nos empuja dulcemente al invierno de nuestro descontento, a la tristura de la oscuridad más profunda. Esa de donde saldrá, de nuevo, por no hacer mudanza en su costumbre, la primavera que anida en cada hueco, si sentimos el gusto de seguir nombrándola cuando nos puede la pena. Es la dulzura extraña de los que no están y son presentes, de los que evocan los recuerdos y habitan en la memoria de los días. Días breves de recogimiento.
Charo Alonso. Fotografía: Fernando Sánchez Gómez.
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