El 17 de Octubre de 1991, Irene Villa sufrió un atentado en Madrid por parte de la banda terrorista Eta. Esa mañana iba al colegio como tantas veces, en el coche con su madre. Una bomba adosada en los bajos del mismo fue activada y como consecuencia de la explosión, Irene perdió las dos piernas y tres dedos de una mano. Tenía entonces 12 años. Su madre también recibió heridas gravísimas, pero las dos sobrevivieron….
Irene es un ejemplo de coraje. Podía haber permanecido después de aquella experiencia metida en la cueva del odio y las lamentaciones, pero decidió no hacerlo. Tenía todo el derecho a ello y a lo que hubiera querido. Pero no, aún siendo víctima, se puso el traje de poderío y positividad y siguió corriendo en la carrera de la vida poniendo su punto de apoyo no en lo que le faltaba, sino en las posibilidades que tenía. Para mí, desde luego, es espejo al que mirarme y ser humano del que aprender.
Todos tenemos problemas, situaciones que llegan en la vida sin llamar antes a la puerta, que nos descolocan y ponen patas el futuro que teníamos tan atado. Algunas situaciones pueden ser traumáticas, angustiosas y muy dolorosas. Desde la muerte de alguien muy cercano y querido, la enfermedad propia o ajena, una ruptura de cualquier tipo…. Pero también es cierto que al final, podemos situarnos de dos formas muy diferentes: queriendo vivir pese a todo o quedarnos en la bañera del victimismo y la queja.
Lo segundo, la queja y el lamento, es muy humano, pero al final tiene poco recorrido. Sí, hay personas que se sitúan ahí y no salen de ese túnel, que en el fondo resulta cómodo porque al final la responsabilidad de cómo estoy es de otros y además, me sitúo en el “doy pena” para recibir ciertas dosis de consuelo y ánimo, que por cierto, no duran mucho, porque la gente acaba cansándose de las personas que están siempre quejándose por todo y lamentando cada situación.
Pero la primera actitud, la de querer vivir pese a lo que nos pase, de luchar con disciplina y voluntad, es de las cualidades que más admiro en un ser humano. Es el coraje que necesitamos como sociedad, tan adormilada con cosas tan insignificantes como qué equipo mete más balones en una red, o cuántos me han contestado a la última ocurrencia que he colgado en la red. Sonreir cuando todo va bien es simplemente un acto reflejo, pero hacerlo cuando las cosas pintan bastos, es un don.
Irene tuvo y tiene miedos, ¡como para no!: sobre su futuro, lo que podría o no hacer, si estaría sola o tendría amigos, si alguien la querría así… y en esta lucha, se fue dando cuenta de que lo importante nos es cómo la veían los demás, sino cómo se veía ella misma. Y ella optó por vivir la vida mirando hacia adelante y por subsistir de forma amargada. Y porque precisamente vivir no es sobrevivir, aunque a veces llevemos la existencia como una mochila demasiado cargada, cuyo peso nos hace difícil cada paso a dar. ¡De cuántas ideas y cosas tenemos que vaciar nuestro equipaje!
Esta mujer ha entendido que ante algo que no podemos cambiar, somos nosotros los que tenemos que variar algo. Y que los sueños, las metas o los objetivos requieren trabajo y esfuerzo, y mucha confianza. Es decir, la actitud. Hay personas que ante una uña rota o un pequeño bollo en su coche, pueden estar días y semanas enfadados con el mundo, y otras que ante una enfermedad terminal, mantienen la paz, transmiten esperanza y nos contagian alegría. Es otro don. Pero son dones al alcance de los humanos, si nos vamos preparando y lo trabajamos.
En este camino de la vida el perdón es otra parada obligada. Porque una de las losas más pesadas de cargar es el odio y el resentimiento. Seguro que todos los hemos experimentado en algún momento de nuestra vida. Irene perdonó a sus verdugos, y ha sido consciente de la fuerza brutal que tiene el mismo. El perdón como proceso de desaprender para aprender y como espacio para la sanación. Incluso el ejercicio de perdonarse a uno mismo, cosa a veces difícil, porque no nos pasamos una y porque en el fondo, nos sigue costando reconocernos como personas limitadas y frágiles. Al final, lo que no aceptas o lo que no perdonas, es fuente de sufrimiento y te conviertes en una queja constante y un coñazo para los demás.
Y al final, el maldito ego al que alimentamos con proteínas y vitaminas falsas y deshumanizantes, a base de mentiras y autoengaños. Porque estamos llenos de miedo y de violencia que necesitamos para defender nuestro yo de los ataques a mi imagen, mi reputación, mis ideas. Nos resistimos al cambio y nos cuesta ponernos en el lugar del otro, al que muchas veces vemos como rival o potencial enemigo. Y así, vivimos un presente que es subsistencia con las migajas de cuatro cariños y cuatro amigos de redes sociales.
Que como Irene, podamos descubrir, aún con sombras, miedos y discapacidades del alma, que la vida es un regalo. Que nos emocione algo, que nos haga vibrar algo, que nos descoloque algo. Que dejemos los grises para la ropa y que pintemos la realidad que nos toca de vivir de colores para que a uno le den ganas de comerse la vida a bocados. Y si llueve, atrevámonos a mojarnos alguna vez.
Gracias Irene por ser sonrisa, regalo y sueños por los que luchar. Eres el coraje que necesitamos, el que tenemos pero que a veces está en la siesta. Gracias por ser y no solo por estar.
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