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Mística nocturna no buscada en Nanjing
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Mística nocturna no buscada en Nanjing

Actualizado 04/10/2025 09:03

Contempla en las pupilas de sus ojos, la lágrima que humecta la poesía.

Tradicionalmente, en los estudios alquímicos, de los que tienen cuenta quienes se dedican a su estudio y coleccionismo, se ha puesto de relieve la semejanza que guardan el plano natural y el humano, en relación con las operaciones destinadas a topar con la Piedra filosofal. Este mundo de paralelismos, que podría citar con abundantes ejemplos, en caso y contar con ellos, que por el mismo motivo solo referiré mediante Herreros y alquimistas, de Mircea Eliade, debido a que acaba escuchar hablar de él a un egresado de Salamanca; ese mundo de paralelismos, venimos diciendo nosotros ahora, en esta no erguida ni derecha columna, lo referiremos de manera indirecta, por medio de una ocurrencia que tuvimos en un lugar cuyo nombre, por razones conocidas, no citaremos.

En ese sitio, pensábamos, de igual modo que los niños desplazan su ontología a los juguetes con que juegan (ellos no son ellos, sino los juguetes que tienen en las manos), en el lenguaje pueden existir equivalencias a las que la crítica científica (lingüística) podría arrojarles una cantidad de luz inestimable. Nosotros, como en este momento no somos esos científicos, no les arrojaremos tal suministro de luz, mas no por ello no dejaremos, en nuestra condición de peregrinos, de escudriñarlas de arriba abajo como si de una buena encuadernación se tratara. Mencionaremos uno de esos paralelismos en el lenguaje: el ladrillo.

Según el DRAE (Diccionario de la Real Academia Española), el ladrillo es una «masa de arcilla, en forma de paralelepípedo rectangular, que, después de cocida, sirve para construir muros, solar habitaciones, etc.» María Moliner, por su parte, redactó esta ficha para el mismo lema, donde no restringe la forma del objeto a la porción de un «paralelepípedo», sino que la deja abierta a la de una «pieza prismática»: «pieza prismática de barro cocido, de las que se emplean en construcción». En cuanto a la cuarta acepción, tanto el DRAE como M. Moliner ofrecen una connotación similar: «cosa pesada o aburrida», DRAE; «se aplica a una cosa pesada, particularmente a un libro largo y aburrido», M. Moliner. En relación con este significado, volveremos al asunto renglones abajo.

En México, tenemos la expresión «ser un ladrillo», referida para los libros. «Es un ladrillote», acabo de escuchar decir a mi librero mexicano y su cónyuge, a propósito de la lectura de una biografía de Arthur Rubinstein. Tal fórmula, no obstante, no se queda en la mera expresión gratuita, circunstancial, que con una nota de color reporta la connotación de un objeto. Pensemos en los artistas marciales: con unas buenas respiraciones y regulaciones de la energía, emiten un golpe que al impacto con el ladrillo lo rompen en dos. Eso pasa con los escolares, a punta de subrayados y anotaciones, marginalia, penetran el sentido del objeto (un tanto) inmaterial que es el libro y lo rompen en dos con la extensión de su inteligencia e imaginación. El ladrillo referido por M. Moliner y la RAE, por consiguiente, no resulta uno distinto, sino, bajo el paraguas de esta meditación abrigada en un lugar no expuesto, el mismo, o semejante.

En ocasiones, el entendimiento del elemento simbólico del lenguaje debería primar sobre el material. No solo cuando se habla de amor (el amor significa el apego a las circunstancias difíciles y a fondo perdido también, no solo al primer impulso al beso); la historia, hoy 4 de octubre, lo recuerda en la efeméride de San Francisco de Asís. Cuando él recibió el llamado a reparar la iglesia italiana, no se suponía que fuera al terreno a apilar ladrillo sobre ladrillo mediante la pobre fuerza de sus manos. Él, en primera instancia, así lo entendió. Le sucedió algo similar a lo experimentado por el Hermano Zacarías, según lo refiere J. I. Tellechea Idígoras, en el título del mismo nombre; San Francisco de Asís actuó con un apego excesivo a la obediencia y la humildad. Esta relación de sucesos extraordinarios guarda relación con un comunicado de mensajería instantánea recibido ayer martes 31 de septiembre en Nanjing.

Una amistad me preguntó por qué se había ido Quetzalcóatl. Nos referimos a los tiempos prehispánicos, cuando en México Tenochtitlan todavía no se hablaba el castellano (cuando no había dejado de ser, precisamente, México Tenochtitlan). Quizá, le respondí a mi amistad, Quetzalcóatl no debía interpretarse como una persona similar a nosotros. Puede ser que el elemento simbólico, en la interpretación de la lengua, jugara un rol excepcional. En la misma Biblia, me parece haber leído un día, se dice que a veces Dios aparece sin que la gente lo reconozca. ¿No fue esto lo del huerto donde María Magdalena ve a un hortelano y le pregunta adónde ha ido su amado?

Frecuentemente, más cuando me encuentro en estado de lucidez, acude a mi mente la imagen del autor de Cartago, caminando al niño en la playa que llena un agujero en la arena con el agua del mar. Sin voltear a verlo a los ojos, como un gato, el niño le responde: —¿Que qué hago, Agustín? Hago lo mismo que tú: lleno con el infinito del océano la capacidad del agujero en la arena. —Pero eso resulta imposible —le responde San Agustín de Hipona. —Exacto, Agustín. Por eso digo que hago lo mismo que tú, que pretendes escanciar en el cuenco de tu cráneo la sabiduría increada de nuestro Señor.

¿Adónde se habrá ido Quetzalcóatl, pensamos nosotros? ¿Dónde estará el Dragón del origen del pueblo chino? Los poetas, tal vez, podrían arrojar luz sobre el caso. Ellos, dicen quienes conocen el lenguaje, saben interpretar el mundo en claves que a nosotros, el resto de los mortales, no nos han sido dadas. ¿Hay por aquí algún poeta? ¿Quién escribe poesía aquí? «Littera gesta docet, quid credas allegoria, moralis quid agas, quo tendas anagogía»: estos son los cuatro sentidos para interpretar las Sagradas Escrituras, con base en los hechos, la creencia, la moral y la mística. Como punta de ovillo, nos sirve para tirar de la madeja de las distintas clases de interpretación de una misma sentencia escrita.

Ustedes, ¿tienen en mente un caso parecido, donde el lenguaje calque sentidos diferentes, unidos a un mismo término? ¿La mención de alguna palabra o frase, aplicada a un objeto o suceso material los ha llevado a entender algo inmaterial? ¿Se imaginan que nosotros aquí, como las inteligencias artificiales de los teléfonos y ordenadores, pudiéramos compartir nuestras opiniones, no para resolver ningún misterio, sino para ahondar más y más en él? ¿En qué proporción, nosotros personas hechas de palabras y tachaduras seremos, más bien, seres del lenguaje, escritos, alegóricos y poéticos? ¿Quién aquí, aunque no sepa leer ni escribir, no posee en la morada de su corazón un verso irrepetible? ¿Quién no ha descubierto que la suma de lo que anida en nuestro interior constituye una fuente inagotable de aguas vivas que apagan la sed existencial?

El 1 de octubre se ha celebrado la Día Nacional de China, por el LXXVI aniversario de la fundación de la República Popular China. Hemos estado de vacaciones, por lo tanto, aunque decir vacaciones aquí no significa lo mismo que allá. En Occidente, o en los lugares donde he laborado en nuestros continentes, no se reponen los fines de semana anterior y posterior las clases no impartidas los días festivos —nuestros usos y costumbres occidentales, incluso, todavía más en las antípodas, tienden puentes, para librar el par de días que media del miércoles al sábado, por ejemplo. Me levanté tarde. Recogí la prensa a la puerta de casa en pantuflas. Me quedé un rato en el umbral de la puerta del conjunto habitacional, recibiendo el fresco de las primeras mañanas otoñales, después del calorón de verano con sus comales y hornos encendidos. Un gato con bigotes pasaba por unos arbustos y se detenía a mirarme con el rabillo del ojo. Yo le ofrecí leche del frasco de vidrio que tenía en la puerta, pero no se acercó. Otros vecinos más, con un niño, reclamaron su atención. Yo vi la primera plana del periódico y entré a casa.

Ese primer día festivo, de una semana destinada a la celebración (junto con el Año Nuevo, o Fiesta de la Primavera, según su nombre aquí, amabas efemérides constituyen las treguas vacacionales más largas del país), ese primer día, cansado por haber laborado el domingo anterior, me desperté tarde. Ya con la prensa en la mesa del salón y un vaso de leche fría, miré a ver qué hacía. Enter the Dragon (1973), encontré en un canal de WeChat. La mención de la película de Bruce Lee encuentra su justificación porque tiene una frase que viene como anillo al dedo para los asuntos en los que nos entretenemos hoy sábado 4 de octubre, día de la efeméride del santo de Asís. «—I see your talents have gone beyond the mere physical level. Your skills are now at the point of spiritual insight», con estas palabras, el maestro de Bruce Lee celebra su progreso, exalta el nivel alcanzado en su estilo de artes marciales, donde a imagen y semejanza de lo expresado por nosotros antes, él por partes iguales ha trascendido la dimensión material al pie de la letra de sus menesteres (artes marciales) para arañar la dimensión espiritual de los mismos.

Acto seguido, para bajarle los humos a Bruce Lee, el maestro del Templo Shaolin le hace una serie de preguntas, en torno al mismo tema, que él, como Sor Juana Inés de la Cruz siglos atrás, en un cónclave con los sabios y eruditos de Europa y América, respondió sin parpadear, con la «sonrisa —en palabras de Voltaire— de superioridad que los más cuerdos no pueden contener a veces», girando el lápiz sobre la mesa, bostezando, mirando en el teléfono si no habían llegado nuevas notificaciones. Tomé un par de notas de los diálogos de la película, Enter the Dragon, y apuré el vaso de leche. Deseaba ir a la biblioteca para consultar un volumen sobre tratados de alquimia relacionados con el estudio de materiales avanzados. La mañana todavía se presentaba fresca y graciosa.

Esa noche, un paseo no programado por el campus de la universidad con I. me arrojó una nueva imagen en torno a lo que, no sin gusto y contento, hemos venido explorando hasta ahora. A un costado de las unidades habitacionales del cuerpo estudiantil y académico, hay un par de lagos que brindan recreo y solaz a las y los universitarios. A lo largo de la extensión de agua, por un camino de madera, ornamentado con una estructura sencilla y serena, el paseo ilustra los retratos de claros personajes de la historia china, empleados en diferentes menesteres de la construcción de la patria, como la política, las artes, la milicia, el deporte, etc. Esa galería consta de una descripción breve de su trayectoria, acompañada por cifras y vasos comunicantes, que enarbolan el conjunto en una misma y sola trama de cultivo del honor y la verdad. Mi acompañante, I., echando mano de la paciencia fraterna, me instruía en torno al significado de ese dispositivo semiótico visual. —Ese contenido semántico guarda un paralelo con el lago: a ambos los caracteriza la limpieza, transparencia, belleza. Ni en la galería ni en el agua encontrarás un viso de malicia o impureza—. —La naturaleza predica con sus dones el símbolo que a nosotros los humanos nos es dado vislumbrar solo mediante la constancia y la resignación—, agregué yo. —Mira allá ese cisne, que pliega sus alas y guarda una compostura no aprendida.

Hablando de paralelismos y definiciones, retomando el hilo de un argumento anterior, nos es dado comunicar que la lectura de las acepciones para la palabra «ladrillo», ofrecidas por la RAE y M. Moliner, nos mueve a preguntarnos qué fue primero, el huevo o la gallina. La respuesta, obviamente, resulta clara. Basta y sobra con mirar cuál registro figura primero en los anales de la lengua española. Debido a que nosotros redactamos la columna en China, alternando la atención entre estos renglones sucesivos y nuestra caligrafía vertical, la problemática planteada en relación con el DRAE y M. Moliner la zanjamos por medio del Tao: ambos principios forman una unidad, masculina y femenina, en movimiento e interrelación, yin, yang.

***Mística nocturna no buscada en Nanjing***

La rama agitada por el viento,

pendiente de un tronco elevado,

la calco con un verso enamorado,

que dice lo escrito, sin invento.

Allá los caracteres se suceden,

cuadrados, uniformes, letraheridos,

pronuncian lo que ignoran los oídos

ajenos al sentido que conceden.

Escucha, con el verso, a tu prójimo,

lejano en el encierro de un siglo

que pasa entre paredes sin las aguas

que beben, en el patio, unos pájaros.

Contempla en las pupilas de sus ojos,

la lágrima que humecta la poesía.

torres_rechy@hotmail.com

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