Beyond the crest of the world. José María Álvarez
Sola. En la dulce penumbra
del bar, ante una copa
que parece abandonada,
la joven fuma. ¿A
quién, qué espera? De
pronto, tiembla
en su vestido aún veraniego. Y ese escalofrío
me recuerda a Angelica,
en Donnafugata, aquella tarde. Como ella
ésta también es alta,
llenita, y esa boca infantil, y ese pelo
color de la noche, y esos ojos verdes
un poco crueles.
La invitaría a una copa…
Pero sé que algún gesto
apagaría mi ilusión. ¿Hablar un rato?
¿Pero de qué? Y algo me dice
que desvanecería el encantamiento de su belleza.
¿Entonces?
¿Invitarla a cenar, la exhibición ante los otros
de esa belleza joven y deseable,
sentir las roeduras de la envidia?
¿Pero es bastante?
Lo hubiera sido. Ahora
ya no. Y acaso
¿no es dicha suficiente
lo que ella me trae,
el regusto de esas páginas amadas,
o soñar contemplándola
en lo que haría con su cuerpo,
y recordar también acaso
cuando mi carne era más fuerte
que mi inteligencia, y el deseo
no elegía?
Mejor seguir a solas,
terminando mi copa
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