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Marginalia
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Marginalia

Actualizado 20/09/2025 08:56

Una lengua es repetición, práctica, memoria, olvido. Su estudio opera con las notas, glosas, escolios, erratas, marginalia. Esa materialidad, dijo mi librero, suele pasar desapercibida, no se le ha prestado la atención debida en la academia.

Lo que leerán a continuación, no deberán tomárselo muy en serio. No constituye ningún descubrimiento en torno al Quijote, ni la Celestina, ni sobre Enrique de Villena, Raimundo Lulio, Gonzalo de Berceo, el Cantar de Mio Cid. Nuestra nota no se debe a nada que haya saltado a la vista, durante la consulta de manuscritos que después de nuestro trato no volverán a conocer ningún otro, hasta fecha de un tiempo indeterminado. A decir verdad, esto que venimos anunciando, sin sacarlo a la luz aún, comporta un talante menos grave y rubicundo. No constituye nada que ningún devoto de las letras debiera conocer, ni menos ejercitar. Nos encontramos, simplemente, ante un pliego suelto de los descartes desordenados en un gabinete que, por razones fortuitas (cayó de nuestras manos al suelo), lo vimos y llamó nuestra atención.

Para las personas radicadas en Salamanca, España, no resultará difícil recordar el lugar que ocupan edificios emblemáticos, como el de la Universidad Pontificia de Salamanca. Al otro lado de sus muros, un intrincado laberinto de piedra conduce los pasos de quien camina por ahí hasta uno de sus núcleos, la biblioteca. A su vez, al interior de ese recinto suspenso en un siglo irreal, la red de estanterías y esquinas conduce por escaleras que suben y bajan hasta un interior más recogido, austero. Ahí pueden encontrar, al igual que en otro edificio emblemático, la Casa de las Conchas, enfrente, a un número selecto de lectores, que con paciencia infinita, o resignación acaso desesperanzada, pasan las hojas de las publicaciones y recogen notas de interés para sus acervos bibliográficos.

La luz mortecina de las ventanas —lo recuerdo ahora cuando de escribo de frente a una ventana similar, que será objeto de otro párrafo en el futuro, Dios mediante—, esa luz, como si viniera de un lugar lejano y desconocido, al caer al suelo expira y suelta una claridad inasible. Los pasos que recorren el ala de una nave, mediante la práctica del eco, resuenan en la otra ala. El espejo de una estantería multiplica por dos la estantería ubicada atrás. La nostalgia por el mundo reflejado en los libros se desvanece con el paso de la noche, que convierte lo leído en un sueño. La mañana siguiente —como el día anterior— retira lo atesorado en la memoria y hace espacio para lo que vendrá a continuación.

Las personas dedicadas a esas ocupaciones, suelen ofrecer un semblante severo, adusto, huraño, las más de las veces en extremo inocente, confiado, ingenuo. Sobre eso hablaba el pliego que cayó a mis pies. Pasaba revista a las distintas actitudes de las personas dedicadas a estos pasatiempos. Decimos pasatiempos, porque el pliego ocupaba tal palabra para describir a este tipo de personas. El pliego había sido escrito por un médico, que abordaba el estudio referido desde una perspectiva médica, por supuesto. En su no conocido opúsculo, enumeraba cerca de una docena de comportamientos, acompañados por sus respectivos dibujos, con alusiones a otro tipo de influjos, como los planetarios, en la causa de actitudes establecidas. El dibujo de Saturno, desde luego, acompañaba la imagen de la melancolía. Los humores predominantes en el cuerpo ponían de relieve comportamientos específicos. No resultaba difícil identificar, dicho sea de paso, a algunas personas conocidas, que haciendo alarde de su vocación letrada, o no; o lo que sería peor aún, de poeta, afectan el rostro, con un gesto de desdeño de todo lo que no se encuentre a su nivel.

En otra ilustración, con la descripción tachada al pie, se entendía otro tipo de figura humana, en la que la realidad del entorno, por una suerte de tejido, anidaba asimismo en su interior: lo que nos llevaba a pensar que no existía distinción entre exterior e interior para tal erudito. En una progresión de la secuencia de la imagen, que pasaba por cuatro estados (¿o tres?), el área donde operaba su espíritu se ubicaba con mayor énfasis en el exterior que en el interior, lo que nos empujó a creer que para ese estado el alma pega un brinco y alcanza lo que está fuera. En una última figura, inacabada, se veía que el acto de la escritura correspondía no al hecho escribir con una pluma, sino al hecho de adoptar un comportamiento de cara al mundo. La palma abierta y generosa de la persona desviaba, siquiera unos centímetros, la trayectoria de una parvada. El mero hecho de recordar un poema, de frente al mar, modificaba otros pocos centímetros el capricho de la espuma en la arena.

Ese pliego lo había tenido en las manos años atrás. No lo recordaba. En aquel entonces, carecía del estado de ánimo que permite apreciar el entorno. ¡Cuántas cosas habrán pasado ante mi vista, sin que yo haya sido consciente! ¡Cuántas oportunidades, u ocasiones, habrán pasado de largo, con sus nucas rapadas, que impiden asirlas una vez idas! Sí, ese pliego lo había tenido antes en mis manos. En ese momento fue cuando vislumbré lo que he venido queriendo referir. El estímulo lo cobre de otra imagen. Hablaba del tiempo dispendiado en el ocio. Un anciano venido a menos, de complexión todavía corpulenta, manos curtidas por el trabajo, ilustraba una miniatura en la letra capitular que se alcanzaba a distinguir. La descripción al pie de la imagen resultaba legible, la creación requiere libertad. Esa libertad, pensé al instante, no implica nada del afuera, sino la conquista del ánimo sereno sugerido, por ejemplo, por Fray Luis de León, con su estatua en el Patio de Escuelas, Universidad de Salamanca. No se trata de ningún precepto, sino de una elección.

Entonces supe por qué algunas autoras, autores, se alejan cada vez más del siglo, en grado inversamente proporcional a la hondura de sus creaciones. La creación implica un retiro, debido a que no suma nada a lo que existe, sino que, en cambio, cuestiona todo, o lo examina desde un ángulo nuevo. La persona encuentra lo que ni ella sabía que comunicaría. El descubrimiento nace rotundo, no ya con una porción de signos para referir lo que es y está, sino con una buena cantidad de silencio, para percibir todo lo que nunca podrá ser apresado en el tejido de las letras. Las letras, como una sombra, reflejan el paso de alguien por un lugar donde en el momento de la lectura no está. Las letras llegan tarde al encuentro con su autor, que las ha dejado a sus espaldas. Las letras, como si fueran una persona enamorada, aspiran a no quedar olvidadas en la página de un libro.

Las letras, lo supe, en esta vía sirven para llegar al silencio. Ellas harán su trabajo con las pupilas de las y los lectores, con el oído de quien las escuche. Este tipo de letras, humanas, operan como un artificio que no deja de causar un efecto, o motivar una causa, por donde anduvieron. Dicen lo que su autora, autor, no consiguió expresar. Alteran la intención original. Mudan la idea en una materia ajena a su sentido. Las letras, una vez impresas, como los gatos hacen lo que quieren y no hacen lo que las empujamos a decir. Traicionan a su autor. Lo idealizan. Lo vuelven irreconocible. Cambian de sentido. Cuando cerramos un volumen, discuten entre sí, se dejan de hablar. Presumen lo que en realidad no tienen. Perciben, en esa oscuridad, lo que nunca alcanzarán a decir. Se rasgan las vestiduras, se sientan en una piedra, se alimentan con agua y un mendrugo de pan.

La impresión de lo vislumbrado resultó demasiado fuerte. El pliego volvió a caer de mis manos. Lo recogí de nuevo. Vi que en el reverso tenía una nota adicional. No recordaba haberla visto antes. Mis clases (trabajo) del día siguiente comenzaban a las 8:10 a. m. Yo todavía debía preparar esa asignatura. Eran las 7:15 p. m. Lo sé porque escuché la nota que da el reloj de pared. Sin leer esa nota, le hice una fotografía. Guardé el pliego en el gabinete. Me serví un vaso de agua.

Al día de hoy, habiendo pasado ene semanas, no he leído la nota aún. Aquella tarde, al día siguiente, tras terminar de impartir una clase de materia prehispánica, sobre la Diosa Azteca del Agua, Chalchiuhtlicue, la Diosa del Maíz, Chicomecóatl, y un tipo de arte olmeca, en jade, me di cita en el lago Xuanwu, Nanjing, el lago del Dios Guerrero Oscuro. Meditando en esos nombres, dando un paseo entre las coreografías de baile, los atletas, las parejas sentadas a la orilla del lago, los establecimientos de servicios, le envié las imágenes del pliego a mi librero mexicano. Le redacté un mensaje breve en el teléfono. Agregué una toma de la muralla del lago de Nanjing. Al día siguiente, cuando desperté, vi su respuesta. Me enumeraba un listado de cuatro características relevantes que había apreciado en el pliego. Coincidía conmigo en la impresión de que el supuesto médico autor del recorte no era un médico, sino un letrado haciéndose pasar por tal. Señaló algún detalle adicional. Cuando dejé el teléfono en la mesita de noche y me incorporé para comenzar el día, sonreí por el hecho de no haber encontrado ninguna alusión a la nota al reverso del pliego. Me pregunté si en realidad mi librero lo habría hecho a posta. Quizá, él mismo había pensado que esa era la razón de mi envío, y resultaba vano añadir nada más a lo obvio en sí.

Desde ese día, no he vuelto a saber nada de la nota. Con mi librero, al parecer, hemos llegado al acuerdo tácito de no mencionar el asunto. Confío en el hecho de que desconocer un renglón del universo, no me impedirá apreciar el resto. Cuando miro a mi librero a los ojos y guarda silencio, hoy por hoy lo único que atino a contestar es esto, no me digas. Su cónyuge, como si la escena fuera una obra de ficción, y no la vida real, en ese instante aparece y nos invita a degustar un bocadillo, acompañado de una bebida.

El último detalle que ha compartido conmigo mi librero, hasta ahora, ha sido un espléndido tomo en papel verjurado, buen gramaje, prácticamente intonso, a no ser por un par de páginas. El volumen atesora una selección de métodos personales, históricos, para aprender el chino. La perspectiva de la antología pone énfasis en el aspecto material del aprendizaje de la lengua. Una lengua es repetición, práctica, memoria, olvido. Su estudio opera con las notas, glosas, escolios, erratas, marginalia. Esa materialidad, dijo mi librero, suele pasar desapercibida, no se le ha prestado la atención debida en la academia. Podría resultar materia de una hermosa tesis de tus estudiantes de Nanjing, dijo de paso, al tiempo que se inclinaba a la mesa de centro del salón, para alcanzar otro bocadillo.

En el aprendizaje de una lengua, el plano meramente intelectual, la ejecución, por razones obvias, es lo que queda de relieve. Pero los cimientos, la infraestructura, que suelen quedar de lado, arrojan una cantidad de información insospechada. El ars excerpendi, para quienes apreciamos la manufactura artesanal de la vida, tiene mucho que decir. Por eso te he guardado este libro, que no te cobraré. Su mirada astuta, ejercitada en la intriga y la reserva, quedó a la espera de mi respuesta. Me había pasado la palabra.

Le pregunté si podía servirme una copa más. Él cruzó la pierna y me señaló el nicho de la izquierda. A un costado de una caligrafía china, con dictados de un ejercicio militar, tenía una botella sin abrir, en una bolsa de papel, recostada en la loza. Ese regalo lo tenemos para ti. Hacía tiempo que no nos veíamos. Mi esposa y yo sabíamos que te agradaría. También me extendió el libro sobre la marginalia de los casos del estudio del chino en Occidente. El par de pliegos cortados, se apresuró a decir cuando vio que tocaba las barbas del papel, los abrí yo, porque había un par de láminas de una madre repitiendo vocabulario con su hija, que deseaba guardar para mi cuaderno de apuntes. Esas láminas me servirán para ilustrar una contribución a un proyecto en curso, sobre otro tema. En ese instante, su cónyuge y él salían a celebrar el cumpleaños de una amistad, o un pariente. Noté el apremio por apresurar la despedida. Me incorporé de un saltó. Me despedí con un par de palabras. Ya sé cómo pagaré el libro, respondí, finalmente. A tu conjunto de pantalón gris oxford, con americana azul marino, lo acompañará bien una corbata que tengo vista en un taller de sastre del barrio donde vivo. Hará buen juego, además, con la mascada y el bolso nuevo de tu acompañante.

torres_rechy@hotmail.com

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