El próximo domingo, 21 de septiembre, se celebra en el mundo entero El Día Internacional del Alzhéimer, razón por la cual esta semana quiero recomendarles la lectura de un libro intenso, emotivo, intimista, sincero y conmovedor que tiene a la cruel enfermedad como elemento principal. Se trata de Lo que olvidamos, una novela de corte claramente autobiográfico escrita por una autora, Paloma Díaz-Mas, no demasiado popular aunque sí muy reconocida por la crítica y que tiene tras de sí una amplísima trayectoria desde hace cinco décadas.
En Lo que olvidamos, la escritora, catedrática universitaria y, desde 2021, miembro de número de la Real Academia Española de la Lengua, relata la terrible experiencia de la enfermedad de Alzhéimer sufrida por su madre y la repercusión que en la hija, en su memoria y sus recuerdos, tiene el hundimiento de aquella en el desconcierto y el olvido, en la oscuridad y el sinsentido. La sensibilidad, la belleza, la ternura que rezuma el libro son difícilmente transmisibles en una reseña como ésta, forzosamente neutra y hasta distante, objetiva y por ello siempre algo fría; aunque espero, no obstante, ser capaz de trasladarles la vibrante y tristísima, la doliente y amorosa, la compasiva y cálida, la íntima y enternecedora historia que se cuenta en esta novela excepcional.
En setenta y cinco no muy largos capítulos que se presentan a modo de breves viñetas, comparecen fragmentos significativos de una vida, distintos episodios del pasado, acontecimientos relevantes y otros triviales, citas literarias, reflexiones, pensamientos y hasta digresiones, a través de los cuales la narradora describe la dramática evolución de la enfermedad de su madre. Primero aparecen algunos ligeros atisbos del mal, casi inapreciables y de difícil valoración: olvidos menores, contradicciones, despistes; más tarde despropósitos, frases sin sentido, repeticiones, incoherencias. Entre todo ello, no obstante, la normalidad: su inteligencia y sentido del humor habituales, su amabilidad, su encanto, su fluida conversación, sus prácticas cotidianas desenvueltas como de costumbre, hasta el punto de hacer dudar a los hijos, a los amigos, a los conocidos: "serán sólo rarezas del carácter, manías de la edad, salidas intempestivas de una anciana". Pero, progresivamente, afloran, ante la tristeza y el desgarro de los seres queridos, el deterioro, el ensimismamiento, el descuido en el vestir, la relajación en los hábitos, el desorden, los objetos perdidos, la irreparable ampliación de la frontera entre la madre conocida -lúcida, alegre, locuaz- y ya casi inexistente, y el abismo al que se abre una personalidad del todo ajena, ya un fantasma, una mente perdida, irreconocible, sumida en una confusión dramática, impotente.
Muy pronto -muy pronto en la novela- llega el internamiento en la residencia, las visitas de la hija, la deprimente atmósfera de las salas pobladas de enfermos apagados y solitarios, el hundimiento acelerado de la madre en su extrañeza, en su inaccesible cerrazón. Y entonces, cuando la certeza de la enfermedad es ya completa, cuando la familia debe renunciar a cualquier posibilidad de recuperar una vida ya “esfumada”, y en paralelo a los encuentros cotidianos en las dependencias del establecimiento hospitalario, llega el desmantelamiento de la casa materna y con él la reaparición de decenas de objetos arrumbados en cajones, en trasteros, en carpetas, en armarios, que despertarán los recuerdos de la narradora al tiempo que los de su madre se desvanecen en una densa tiniebla impenetrable. El contacto con esos recuerdos “materiales” casi olvidados avivará los verdaderos, los que guardábamos en la memoria y ahora se nos hacen presentes por intercesión de un trasto viejo e inútil. Lo que olvidamos.
La novela nace ahí, pues, en ese elenco de cachivaches, de muebles, de cartas y postales, de cuadernos y libretas, de joyas, de cajas -de costura, de botones, de dulces-, de ajados periódicos amarillentos, de herramientas de trabajo, de juguetes, de cámaras y de fotografías, de tallas religiosas, de cosas inservibles, de objetos inútiles que reaparecen inesperados en el melancólico arqueo de la hija y que la llevan a evocar su infancia y juventud, la alegre -y a veces conflictiva- relación con la madre; pequeños acontecimientos, sucesos disipados en la traicionera memoria: un amigo casi olvidado, un perrillo que acompañaba los juegos infantiles, las baldosas hidráulicas del comedor familiar. Y tras cada pieza, tras cada utensilio, una nueva historia, que la autora hilvana con delicadeza y emoción, con dolor y con tristeza, con melancolía y sensibilidad, permitiendo al lector conocer los pormenores de unas vidas -la suya propia, una narradora que parece ser Paloma Díaz-Mas, y la de su madre- que se entremezclan en un doble plano, el personal y subjetivo y el colectivo y social, la peripecia biográfica y los acontecimientos políticos, el relato íntimo y el marco histórico, con la guerra civil y el golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 como referentes principales, en un continuo trasvase entre el pasado y el presente imbricados con maestría en la musical y envolvente escritura de la autora.
Y esa remembranza heteróclita, construida a partir de retazos deslavazados del pasado, conlleva un punto de descubrimiento, de aparición inesperada de algún suceso tan olvidado que parece no haber existido nunca, incluso de reinvención, de imprevisto e inusitado desvelamiento de recodos ocultos de una personalidad que se ha elaborado -fragmentaria e imprecisa- desde hechos o episodios o situaciones o circunstancias que nunca llegaron a existir. De tal manera que en cierto modo nada es en realidad cierto e indubitable, todo es leyenda y creación, todo es invento y ficción, el pasado y la memoria y el olvido obran a su antojo, somos la suma de recuerdos falsos, lo acaecido se nos escapa y difumina un segundo después de vivido, todo queda atrás, todo se desvanece, todo pierde sustancia y se apaga y desaparece, somos la evanescente sombra de un recuerdo.
Y en esta operación de perderse y encontrarse en los huidizos territorios del recuerdo y el olvido, en la triste caducidad de nuestra pobre memoria, madre e hija acaban por encontrarse y el relato alcanza su máxima emoción, su bellísima y conmovedora última clave.
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Paloma Díaz-Más. Lo que olvidamos. Editorial Anagrama. Barcelona, 2016. 168 páginas. 18,90 euros
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