Encierros a caballo, disfraces, música, homenaje a mayores y devoción al Cristo han sido las actividades destacadas de las fiestas patronales.
El aroma del arroz impregnó la Plaza Mayor de Aldehuela de Yeltes en la jornada de clausura de las fiestas patronales en honor al Cristo de la Laguna. Cerca de cuatrocientas personas se congregaron en torno a la gran paella popular, servida con esmero por la empresa mirobrigense Paellas Gigantes David, que demostró oficio y buen hacer para satisfacer a un público tan entendido como exigente: los habitantes del Campo Charro. El banquete, convertido en metáfora de convivencia, dejó en los comensales ese sabor de boca que las fiestas bien vividas saben regalar.
Quedan ya en la memoria los días precedentes: el pregón pronunciado por la corporación municipal, los encierros a caballo del sábado y del lunes, las capeas que pusieron a prueba la destreza de los mozos, los disfraces que llenaron de color las calles, los homenajes a los mayores —verdaderos depositarios de la tradición— y, sobre todo, la romería con su misa solemne y la procesión del Cristo de la Laguna. La imagen, ya de regreso a su ermita en lo alto de la colina, contempla desde allí la vasta llanura del Yeltes y se convierte, para los aldehuelenses, en guardián y consuelo de su vida cotidiana.
La mañana del lunes estuvo marcada por un segundo encierro a caballo, donde el movimiento del ganado bravo recordó la íntima relación entre la gente de esta tierra y el ritmo de la dehesa. Para unos fue lección viva, para los más jóvenes y, para los emigrantes que regresan al pueblo con nostalgia; para otros, evocación de una juventud en la que fueron protagonistas o testigos de aquellas carreras entre polvo y bravura.
Tras la paella, la sobremesa se alargó al compás de la música. Sonaron guitarras, sonrisas y anécdotas, mientras se compartían también las patatas de la propia tierra, orgullo sencillo y al mismo tiempo esencial. Así, entre el sabor del campo y la resonancia de la tradición, se puso el broche final a unas fiestas que, más que celebrarse, se viven como se hereda una raíz: con gratitud, con devoción y con la certeza de que cada septiembre el pueblo vuelve a latir al unísono.