Cuatro vacas y dos novillos protagonizaron el primer festejo taurino de las fiestas en honor al Cristo de la Laguna
La mañana del sábado amaneció con un sol generoso y un aire todavía templado, preludio del otoño que ya asoma en los campos salmantinos. En Aldehuela de Yeltes, la jornada se presentaba marcada por la tradición: las fiestas en honor al Cristo de la Laguna, marcada por con un encierro a caballo en la mañana sabatina.
No fue un encierro breve pero sí apacible. Cuatro vaquillas y dos novillos dieron la medida exacta de lo que significa este rito ancestral: incertidumbre, riesgo y, sobre todo, emoción compartida. El amplio escenario natural, con sus veredas y cercados, sirvió de corredero donde caballistas y corredores a pie se vieron de pronto exigidos al límite de su pericia.
La faena de conducir los astados no resultó sencilla. Sin la ayuda de mansos que templaran la bravura, los animales se resistieron con nobleza y empuje, obligando a los jinetes a resolver la lidia casi de uno en uno, en un ejercicio más de constancia que de espectáculo. Hubo instantes de apuro y estampas de auténtico desorden, cuando alguna res, cansada del cerco, decidió probar fortuna en fincas colindantes. El estruendo de los motores de los todoterrenos —convertidos en improvisados auxiliares de caballistas— añadió un matiz pintoresco a la escena.
Ese desvío imprevisto, lejos de restar, prolongó el juego y aumentó la expectación del público. El encierro se hizo largo, quizá demasiado para la paciencia de algunos, pero regaló momentos de viveza taurina que compensaron la falta de brillantez formal. Al final, entre carreras, recortes y algún que otro susto, los animales volvieron a los corrales, y el aire quedó impregnado de ese rumor antiguo que mezcla peligro y júbilo, como si el tiempo se hubiese detenido.
La fiesta, sin embargo, no concluía ahí. La tarde sabatina guardaba todavía el bullicio de la suelta de vaquillas por las calles y la alegría del baile de disfraces, que desembocaría en la música de la orquesta Nexia. El domingo llegará el momento solemne: la imagen del Cristo retornará en romería a su ermita junto a la laguna que le da nombre, cerrando así, con recogimiento y memoria, el círculo festivo.