A Damián Castaño le costó mucho llegar a La Glorieta, su plaza, siempre a sangre y fuego, dando la cara con los hierros más duros. Este sábado llegó en coche de época pero salió camino de la enfermería después de que lo arrollase un trolebús de seiscientos y pico kilos. Que hay que tenerlos muy bien puestos para irse a portagayola con esa mole. Bueno, para irse ahí, sin más. Plantarse en la puerta de toriles y esperar rodilla en tierra a que salga lo que sea, el mismo destino.
Y ahí se le torció el destino de esta tarde esperada, deseada, y probablemente el sueño de Las Ventas, después de ofrecerse entero en La Glorieta. Porque cuando uno torea en casa es como si todo te pidiese un esfuerzo extra, como si todo te exigiese el doble, como si todo pesase más.
Así, sabiéndolo, con siete tardes toreadas esta temporada, cargado de responsabilidad y de sueños llegaba Ismael Martín, que se ha convertido en el primer nombre de la feria por derecho propio, sin regalos de paisanaje ni condescendencia, a golpe de mando y toreo grande, revalidando el triunfo que ya tiró abajo los cerrojos de la puerta grande de La Glorieta el año pasado. Que para los de casa es doble triunfo tocar el cielo de Salamanca, el cielo que les vio nacer, la primera luz que iluminó sus pasos, saber qué tacto tiene ese espacio infinito, ese atardecer de septiembre.
La Glorieta es el templo de los toreros charros, una catedral de ladrillo donde se reza a la tierra, a lo que somos. A Damián le costó mucho llegar a sus puertas. Mucho. Y ahora que triunfa en otras ferias, en otras plazas, tuvo que venir a Salamanca a que casi le quebrase los huesos un toraco de Vellosino. Llegó en coche de época pero se fue directo al hospital después de sostenerse muy tocado, dolorido. Maldita sea la suerte de una tarde torcida.
Mientras, el cielo de Salamanca se dejaba abrazar por otro torero de la tierra. Ismael curaba otras heridas sin sangre, sanaba la espera, cantaba el merecido destino del triunfo en la plaza de los sueños, a hombros, por ley.
La sangre o el triunfo, el dolor o la alegría. Estas luces, estas sombras. La herida, la gloria. La cara y la cruz del toreo, que no pasa, que no perdona ni una, ni siquiera en casa.
Buena recuperación, Damián. Y enhorabuena, Ismael, por ese golpe en la mesa, ese reivindicarse como torero de Salamanca y ganar la apuesta con uno mismo.