Al finalizar agosto el sol parece llorar en el horizonte, extendiendo su lágrima dorada teñida de rosa de este a oeste de la provincia, besándola en su último adiós desde La Armuña hasta Las Arribes, para despedirse por la hermana tierra portuguesa.
El mes de agosto ha llegado a su fin, y con él se ha apagado el movimiento de veraneantes en nuestros pueblos, las plazas y calles se han vaciado de niños y ha llegado un silencio que contrasta con la intensidad vivida en estas semanas de alegría y de fiestas patronales, de verbenas bajo los banderines que jalonan las plazas.
El verano aún no ha acabado en el calendario, pero en nuestros pueblos toca a su fin cuando cae de ese calendario la hoja del mes de agosto, que se lleva consigo la fuerza de esta tierra, con la marcha de miles de salmantinos a otras zonas a las que van a producir, desde donde añoran su terruño el resto del año. La emigración duele y desgarra el alma de quien la sufre, lejos de su tierra y de los suyos, de su hogar y de sus recuerdos más bellos de niñez o adolescencia.
En el horizonte, al atardecer el sol empieza a mostrarse ya melancólico a final de agosto, sabiendo que se acerca el otoño, tiempo de saudade, cuando vuelve una calma y silencio que a días se hace dolorosa en nuestros pueblos, cuando toca mirar de una forma diferente al día a día tras la marcha del alegre verano.
Contemplar el sol irse al atardecer del final de agosto es un ejercicio de nostalgia, más si cabe en aquellos pueblos en que acaban sus propias fiestas patronales, cuando el paso del bullicio al silencio se hace mucho más melancólico al día siguiente de finalizar las fiestas, tras unos días cargados de actividades y movimiento.
Y es que, con el fin de agosto, el sol parece llorar en el horizonte, extendiendo su lágrima dorada teñida de rosa de este a oeste de la provincia, besándola en su último adiós desde La Armuña hasta Las Arribes, despidiéndose por la hermana tierra portuguesa, que aún sirve de hogar para el sol unos minutos más antes de soltarlo libre a la amplitud del océano Atlántico.
Entretanto, a ambos lados de la carretera en las travesías de nuestros pueblos empiezan a verse las casas cerradas con una plancha metálica (o verja en el mejor de los casos) que denota que el regreso de sus moradores tardará en darse. Los coches que apuran la medianoche para pasar por los pueblos han dejado ya de ver a casi todos los vecinos que en agosto sacaban sus sillas a sus puertas para charlar al fresco de la noche.
Agosto se nos va, escapándose entre nuestros dedos un verano más, y con él las vivencias amasadas en estas semanas, que ya han pasado a ser recuerdos que veremos con melancolía, con la sensibilidad de la nostalgia de lo pasado, de lo vivido, esperando al amanecer del próximo agosto para volver a ver nuestras plazas rebosantes de alegría.