El mozo de espadas salmantino repasa su trayectoria junto a sus hermanos Javier y Damián, desvelando la dureza, la meticulosidad y la emoción de una profesión vivida al límite entre la responsabilidad profesional y el vínculo familiar.
Hay oficios que se ejercen desde la discreción, lejos de las miradas del espectador al albero, pero cuya importancia es capital para que el engranaje del torero funcione. Es el caso del mozo de espadas, una figura de confianza, orden y temple. Sergio Castaño lleva más de un cuarto de siglo desempeñando esta labor, una carrera que comenzó casi por casualidad y que ha estado íntimamente ligada a las de sus dos hermanos matadores de toros: Javier y Damián Castaño.
Su historia es la de un profesional meticuloso que convive cada tarde con una dualidad única: la exigencia de su trabajo y el miedo de ver a sus propios hermanos jugarse la vida. "Se junta la responsabilidad de ser mozo de espadas con el miedo de ser su hermano", confiesa, resumiendo en una frase la esencia de su vida y su profesión.
Todo empezó en el norte, en una fecha marcada en su memoria. "Comencé en febrero del año 2000 de ayuda con Javier Castaño en el Encuentro Mundial de Novilleros que se celebraba en Illumbe (San Sebastián)", recuerda Sergio. La inexperiencia era total, pero la determinación fue más fuerte. "No sabía prácticamente ni doblar un capote. Me pidió mi hermano Javier que si quería ir con él de ayuda y fui palante, y mira, llevo 26 años en la profesión".
Aunque su carrera ha estado principalmente vinculada a su familia, también ha servido a otros toreros. "Con el que más he ido ha sido con Javier, ahora voy con Damián Castaño y con el novillero Jesús de la Calzada", detalla. Además, ha trabajado de forma puntual con otros toreros y con los alumnos de la Escuela de Tauromaquia de la Diputación de Salamanca, y recuerda que estuvo en la alternativa de Pedro Cabrero.

Entrar en el mundo del toro de la mano de dos hermanos matadores podría parecer un camino más sencillo, y Sergio lo reconoce en parte. "Es más fácil que entrar en otro sitio con otro matador. En ese aspecto es más fácil porque te abren la puerta para los comienzos", admite. Sin embargo, esa facilidad inicial se transforma rápidamente en una presión doble.
"Tenemos la misma responsabilidad o más que con cualquier otro matador. No me exigen por ser hermano, sino que me exigen por ser profesional", afirma con rotundidad. La exigencia es máxima, porque un error no es perdonable. "Si no funcionas y estás todo el día con fallos, por muy hermano que seas, te vas para casa". A la presión laboral se suma la carga emocional: "Los nervios y la responsabilidad se juntan con que son tus hermanos los que se están jugando la vida en la plaza".
En 26 años, la memoria atesora momentos que compensan toda la tensión. Con Javier Castaño, Sergio se queda con la gesta de los seis toros en Nimes, una tarde que califica de "muy emocionante" e "histórica" en la que su hermano estuvo "sensacional". También destaca un épico mano a mano en Gijón con Antonio Ferrera, donde ambos pasaron por la enfermería y salieron para cortar tres orejas cada uno. Y, por encima de todo, un momento de pura emoción humana: "La tarde de su reaparición en Sevilla después de haber superado el cáncer. La ovación que le pegaron en La Maestranza fue emocionante y no tengo palabras para describirla".
Con Damián Castaño, el día de su alternativa en Gijón, aunque él iba con Javier, fue "muy especial". Recuerda con cariño una tarde espectacular en Cenicientos donde cortó tres orejas, y las actuaciones en plazas de la importancia de Bilbao y, "por supuesto, las tardes en Madrid". Frente a la gloria, también está la cara amarga. "Sobre todo en los hospitales, pero son gajes del oficio, o días que no salen las cosas, pero hay que quedarse con los momentos positivos", reflexiona.
El trabajo de Sergio no empieza en la plaza, sino mucho antes, cuando el apoderado le avisa para mandar los contratos a la empresa que organice el festejo. A partir de ahí, se activa una maquinaria de precisión que incluye reservas de hotel, papeleo burocrático y la organización del viaje con al menos una semana de antelación. Se define como una persona extremadamente metódica: "Me gusta ser muy puntual y milimétrico, llevar todo al día y organizado. Soy muy meticuloso y me gusta todo al dedillo".

El día del festejo, su jornada es maratoniana, una verdad que resume en una frase: "Los mozos de espadas somos los primeros que nos levantamos y los últimos que nos acostamos". Su rutina es implacable: se levanta hora y media antes de la salida, llega a casa del matador con media hora de antelación, supervisa la carga de la furgoneta y planifica el viaje para llegar al hotel sobre las 10:30 horas y poder "hacer la silla" con el traje de luces.
Mientras las cuadrillas enlotan, él gestiona en la oficina los pases, los boletines de la Seguridad Social y la liquidación. Tras la comida, su vigilia no cesa hasta la hora de vestir al matador. Después del festejo, la labor continúa: desvestir, pagar el hotel, recoger y volver a casa, donde su trabajo no termina. "No me puedo ir a la cama con todas las cosas tiradas por la casa. Meto el vestido en la bañera a remojo para lavarlo, dejo cada cosa colocada en su sitio, las cuentas hechas... Aunque me acueste una hora o dos más tarde que el resto, lo hago con la conciencia tranquila".
Para Sergio, el ritual de vestir al matador es el clímax de la tensión. "Son los momentos más complicados. Cuando voy a empezar a vestir al matador es cuando más nervioso estoy, pero no se puede notar ni transmitir". Recuerda su primera vez, con Javier, el 4 de febrero de 2001. De ese día guarda un recuerdo de apuro: "Cuando le estaba atando los machos y abrochando los botones empezaron a saltar por todos lados y lo pasé fatal". Ese mismo año, justo antes de que Javier tomara la alternativa en San Sebastián, Sergio ya estuvo a sus órdenes en las tres novilladas que toreó, forjándose en el oficio en esos primeros y decisivos festejos en la carrera de su hermano.

También rememora un apuro mayúsculo en el Hotel Vincci de Sevilla, en plena Feria de Abril. "Apenas cinco o diez minutos antes de la hora fijada para salir para la plaza, empezó Javier a estirarse con el traje y no estaba a gusto y me dijo que le pusiera otro traje". Tuvo que desvestirle y vestirle de nuevo "a toda leche". A la hora fijada, estaba listo para salir a la plaza gracias a la inestimable colaboración de sus apoderados, que ejercieron de ayudantes de Sergio en esa tarea a contrarreloj.
Una vez en la plaza, la labor del mozo de espadas se transforma en una eficiencia silenciosa y una atención constante. Su misión es estar "plenamente pendiente del matador y atender todo lo que necesita". Esto implica tener preparados los capotes, las muletas y las espadas, pero también anticiparse a cualquier necesidad durante la lidia. "En la plaza hay que estar pendiente de si quiere agua, azúcar, la toalla, alguna bebida… Estar pendiente de todo lo que concierne a él, darle los trastos, las espadas…", detalla Sergio. Es una responsabilidad de apoyo total para que los que se ponen delante del toro tengan todo lo que necesitan "al segundo".
Su nivel de exigencia llega hasta el punto de estar pendiente "incluso de que recoja la montera después de un brindis. Son detalles que no se ven pero que son importantes".
Esta responsabilidad la ha ejercido en las ferias más importantes del mundo gracias a su hermano Javier, con el que recorrió medio mundo durante varias temporadas, por lo que se siente "un privilegiado". Recientemente, en Guijuelo, en la que fue la última tarde de Javier Castaño en la provincia de Salamanca, vivió un momento que trascendió lo profesional. Su hermano le brindó un toro, un gesto "reconciliador y muy emotivo" para dejar atrás algunas asperezas del pasado.

Mirando al futuro, sus sueños son los de sus toreros. "Mi sueño es que Damián siga el camino que lleva y que pueda vivir con él todo lo que he vivido anteriormente con Javier, estar en todas las ferias durante varios años. Y que Javier se despida del toreo en Zaragoza de la mejor manera, con un triunfo gordo". Porque, como él mismo concluye, "los sueños de un mozo de espadas son compartir los sueños de su matador".
FOTOS: PABLO ANGULAR