El pregón y la actuación del Coro Popular de Lumbrales abrieron ofialmente anoche las Fiestas de Toros de 2025
Lumbrales inició anoche oficialmente las Fiestas de Toros de 2025 con el pregón a cargo de la lumbralense Teruqui Robledo, "una pregonera muy querida por todos nosotros, vecina de Lumbrales de toda la vida, que lleva a su pueblo muy dentro, siempre dispuesta a colaborar, a sumar, una mujer reivindicativa y muy comprometida con la cultura y con nuestras raíces" afirmó Rosa del Pozo, concejala de cultura, en su presentación.
Y de cultura, de educación, de la vida en Lumbrales en los años 40-50 y de reivindicación fue el discurso de la pregonera. "La generación a la que pertenezco se formó en la Universidad de la Vida, repleta de sabiduría y experiencias, en la que se entra y se sale libremente" manifestó Teruqui. "La familia, la escuela y la iglesia eran los pilares donde se asentaron los valores fundamentales: respeto, responsabilidad, honestidad, lealtad y solidaridad" añadió.
Teruqui Robledo recordó con datos aquella escuela de su niñez, aquellos buenos maestros, los juegos en el patio 'de adentro'. También rememoró los juegos en las calles del pueblo, especialmete las noches de verano, en el campo, el cine Calderón y la estación del tren.
"Los paseos a la estación para ir a ver pasar el tren eran una especie de ritual. El tren y todo lo que a este envolvía nos atraía enormemente. Por eso, cuando veo la imagen que ahora ofrece la estación, tan deteriorada y solitaria, no puedo por menos de entristecerme" afirmó la pregonera.
Teruqui Robledo también recordó a don Ricardo, párroco de la villa durante 50 años "por su intensa y permanente entrega a Lumbrales y por su amplio legado en varios órdenes, me permito ofrecerle mi humilde homenaje y mi eterna gratitud".
Teruqui terminó su pregón manifestando su gratitud a la Corporación Municipal. "Ha sido un gran honor ser pregonera de las fiestas de mi pueblo de Lumbrales, pueblo que ha significado mucho en mi vida, al que amo y con el que he tenido a lo largo de mi vida una actitud de servicio". "Qué la magia de las fiestas nos acompañe"
Carlos Pedraz, alcalde de Lumbrales, agradeció a Teruqui su discurso manifestando "que es importante reconocer a gente como Teruqui, a la gente del pueblo que ha trabajado aquí, a las personas que desinteresadamente han trabajado por mejorar el pueblo sin pedir nada a cambio". "Este ha sido un reconocimiento a Teruqui y a todos aquellos para todos los que han trabajado por Lumbrales". Teruqui recibió un ramo de flores, de manos del alcalde Carlos Pedraz y de los concejales Rosa del Pozo y Nacho Pascua, y un largo y cálido aplauso del público presente en el centro cultural de la villa.
Teruqui Robledo, que ha sido muchos años presidenta de la asociación de mujeres Villa de Lumbrales, fue impulsora del certamen literario Carmen Martín Gaite. Siendo concejala de cultura Robledo promovió el museo textil de Lumbrales y apoyó la apertura del museo arqueológico en la Torre del Reloj.
Actuación del Coro de Lumbrales
El acto de apertura oficial de las Fiestas de Lumbrales del 2025, que tuvo como escenario el centro cultural de la villa, contó también con la actuación del Coro Popular de Lumbrales, que bajo la dirección de Ángel Miguel interpretaron canciones populares y habaneras, habituales en su repertorio, y algunos temas nuevos.
El Coro popular 'Villa de Lumbrales' fue fundado en 1981 por la Asociación Amigos de Lumbrales, y su primera actuación se remonta a febrero de 1983. Desde sus inicios se ensayaron canciones populares que se cantaban en bares, bodas y noches de ronda y muchos villancicos, que se recopilaron en un libro. Desde el año 2011, este coro está dirigido por Ángel Miguel García, músico y organista de la iglesia parroquial de Lumbrales.
En los últimos años esta agrupación coral ha tenido un importante impulso con la incorporación de lumbralenses de mediana edad, residentes en el municipio, una treintena de hombres y mujeres aficionados al cante.
Hoy Lumbrales celebra el dia de su patrona La Virgen de la Asunción, con una misa solemne y procesión por las calles. A continuación, el Ayuntamiento ofrece un vino de honor, en los locales anejos a la iglesia, que estará amenizado por la tuna de la Univesidad de Salamanca.
PREGÓN DE LAS FIESTAS. TERUQUI ROBLEDO
Cuando el Ayuntamiento, en palabras del Alcalde, me invitó a dar el pregón de las fiestas patronales, una serie de pensamientos se cruzaron durante unos segundos en mi mente: sorpresa e infinito agradecimiento. Sorpresa, porque siempre se han hecho merecedores de esta distinción personas que, como vulgarmente se decía, “tienen estudios, tienen carrera”; y esto es un valor para tener en cuenta, añadido a las valiosas cualidades humanas que, como paisanos, todos conocemos.
La generación a la que pertenezco se formó en la Universidad de la Vida, repleta de sabiduría y experiencias, en la que se entra y se sale libremente. Sus espacios son ocupados, si se desea, por aquellos que, por circunstancias —y ahora me refiero a mi época—, no pudimos recibir formación académica. La situación económica y social de aquellos años, 40-50, estuvo marcada por dificultades y carencias de cosas básicas; con lo cual, el acceso a la cultura era prohibitivo.
Yo recuerdo que, en mi escuela, en el aula formada por 40 alumnas, marcharon dos. Este privilegio, que entonces no alcanzábamos a valorar, no causaba envidia a las demás, porque opinábamos que abandonar el pueblo y marchar a Salamanca suponía vivir la ausencia del hogar en el que nos sentíamos protegidas. Hogares aquellos compartidos con los abuelos, tíos, primos, vecinos... en todas las celebraciones. Por eso, cuando ahora vemos en Facebook antiguas fotografías de familias numerosas, apiñadas alrededor de la mesa, sin la abundancia de alimentos que ahora nos desbordan, invariablemente el comentario es: “¡Qué felices éramos!”.
Otro factor que teníamos en cuenta era el alejamiento temporal de los amigos. Esos amigos de la infancia, con quienes compartimos tantos momentos especiales durante nuestros primeros años, y se forjaron lazos que perduran a lo largo de la vida, creando vínculos que van más allá del tiempo que pasamos en la escuela.
La escuela era una prolongación del hogar, y ambos ejercían sus cometidos basados en una mutua confianza. Generalmente, no se cuestionaban las decisiones tomadas por el maestro o maestra en el oficio de sus responsabilidades, porque todos sabíamos que, al expresar nuestras quejas a los padres por los castigos impuestos —que considerábamos injustos—, la respuesta invariable era: “Algo habrás hecho tú”, y se zanjaba el asunto sin más. Se procuraba no discutir, porque los soplamocos, pescozones o la zapatilla pululaban cuando se cargaba el ambiente.
Considero que Lumbrales debe sentirse afortunado, porque, generalmente, ha contado con personas que han desarrollado con gran solvencia sus cargos; por ejemplo, el de la Enseñanza. Desde la perspectiva que me otorgan los años, valoro la inmensa labor educativa realizada por esos maestros y maestras que conocí. Los conocimientos y valores que inculcaron en mi mente perduran en el tiempo, y ello pone de manifiesto que, a pesar de los momentos difíciles, de la escasez en lo material, contábamos en cambio con un capital humano excepcional. Vaya pues mi homenaje en general y mi recordatorio especial a doña Aurora, doña Chonita y doña Carmen Yuste.
Esta escasez, a la que aludo, quedaba reflejada en el único medio de calefacción que se disponía: el brasero, que descansaba a los pies de la maestra. Cuando lo removía con la badila, nos iba llamando y poníamos las manos —adornadas casi todas de sabañones— en la alambrera y, por un momento, aquellas brasas nos alegraban el corazón. Y me viene el recuerdo de la señora Teresa, encargada de encender los 13 braseros correspondientes a cada aula.
Esta situación no tenía para nosotros nada de excepcional, porque en casa se usaba el mismo método, aunque también se hacía lumbre. La verdad es que hacía tanto frío en la casa como en la calle...
En otro orden de cosas, cuando ahora veo a los niños pequeños acudir al colegio sobrecargados con sus mochilas repletas de material escolar, no puedo por menos de acordarme de nuestro equipaje: un cabás de latón o madera ocupado por la pizarra, dos cuadernos, un estuche con el pizarrín, lapicero, algunas pinturas, plumillas para escribir que mojábamos en la tinta, y la goma de borrar. Completaba el espacio el catecismo del Padre Astete, y la enciclopedia de Álvarez. Este libro fue el único que en sus distintos grados poseímos a lo largo del período. Libro, casi siempre heredado...
Con él adquirimos una amplia cultura general; de ello me doy cuenta cuando veo en la televisión esas encuestas callejeras dirigidas a jóvenes, contestando auténticas barbaridades. Me digo: “Pero si eso ya lo sabíamos nosotras a los doce años”. Y se me representa el aula con los pupitres, y encajados en ellos los tinteros; cuando la madera se manchaba de tinta, la raspábamos con cristales. Y veo el gran encerado de un negro desvaído, impregnado de ese polvillo blanco producido por la tiza de yeso. Sobre éste, presidiendo la pared, el crucifijo y la foto del jefe del Estado.
Las paredes estaban ocupadas con los mapas de Europa y España, la virgencita entronizada, la máquina de coser —delatando la condición femenina de la clase—, y aquel reloj de cuerda con péndulo dorado cuyas agujas parecían no moverse cuando se acercaba la hora del recreo.
Los juegos con poca movilidad, como las tabas, los alfileres o el yoyó, los practicábamos en el patio de “adentro”, como decíamos, porque allí nos resguardábamos bajo su galería de las inclemencias del tiempo. En el patio de “afuera”, dábamos rienda suelta a la comba, el calderón, la pelota o el pegao. En este lugar existía una línea imaginaria que dividía a los chicos de las chicas y que estaba prohibido traspasar. Claro que, a veces, la pelota o una carrera incontrolada invadía el espacio sin querer, y llegaba la reprimenda.
Tan solo nos juntábamos una vez a la semana, cuando se realizaba la ceremonia de “cantar la bandera”. Allí, todos formados a los pies de la hermosa escalinata de piedra, se llevaba a cabo este acto, que consistía en el izado de la bandera, una plegaria por los “caídos” y el himno Cara al sol; en el cual decíamos algunos disparates porque desconocíamos el sentido político de la canción.
Cuando don Manuel decía “¡Rompan filas!”, un griterío inmenso unido a carreras incontroladas se adueñaba del espacio. Nosotras, antes de salir a jugar, pasábamos por casa para dejar rápido los bártulos y coger la merienda. El juego era —ahora así lo considero— una importante asignatura. Ésta la aprobábamos con matrícula. El escenario de nuestros juegos eran la calle y el campo, también los corrales de casa donde representábamos comedias. El escenario lo montábamos como la imaginación nos dictaba, con lo que pillábamos de la casa. En una ocasión, una amiga llevó una sábana con el cerco de pis de su hermana pequeña. No la desechamos, desde luego, porque era la única que teníamos para telón.
La atracción que sentíamos por el juego en el campo me hace pensar que estábamos entrañablemente ligadas a la naturaleza; y en los parajes de la Fuente de la Luna, Valdeperijo, Prado de las Cañas y otros lugares, campábamos como potrillos salvajes en busca de acederas, chupamieles, alberjacas, picos de cigüeña, pampanitos, espigas granadas, moras... Éramos unas auténticas ecologistas, término muy utilizado en el momento actual.
A consecuencia de estos trajines, las piernas y brazos mostraban rasguños y cardenales, y se formaban cochapas en las rodillas que se iban superponiendo unas a otras, dejando señales duraderas. Peor lo tenían los chicos cuando les rapaban la cabeza y aparecían los claros en la piel, producto de las piteras.
Aun así, nuestros juegos eran menos arriesgados que los de los muchachos; uno de los cuales consistía en ir a coger nidos (motivo casi de cárcel, sería hoy). Y recuerdo haber oído que uno de ellos se había subido a aquel árbol, perdió el pie y cayó de bruces, mareado y con un líquido espeso saliendo de sus labios. “¡Ya se reventó!”, decían una y otra vez los amigos asustados. El líquido procedía de los huevos que se había metido en la boca.
Los paseos a la estación para ir a ver pasar el tren eran una especie de ritual. El tren y todo lo que a este envolvía nos atraía enormemente. Aquella locomotora arrastrando numerosos vagones, que desde las eras veíamos serpentear eructando grandes bocanadas de humo, nos fascinaba, y le decíamos adiós con la mano. Por lo cual, también este lugar fue escenario de nuestras correrías; y entre otras cosas, poníamos en los raíles monedas para verlas después convertidas en una fina chapa... y cogíamos hojas de morera de aquel árbol para alimentar a los gusanos de seda que criábamos en una caja de zapatos con agujeros para que respiraran.
Por eso, cuando veo la imagen que ahora ofrece la estación, tan deteriorada y solitaria, no puedo por menos de entristecerme. Recuerdo aquel hermoso edificio con el letrero anunciando Lumbrales, habitado y lleno de vida. Y los bajos ocupados por la oficina, el despacho de billetes y la sala de espera con algunos bancos. Afuera, los andenes con gentes esperando al tren correo.
Los comerciantes formaban grupos alrededor del vagón de mercancías donde recibían sus géneros. Recuerdo a mi padre descargando las cajas de pescado que nos mandaban de Vigo, y a los encargados de recoger la correspondencia de Correos, que venía en pesados sacos de lona.
Del vagón de viajeros se apeaban estos con sus equipajes, aquellas maletas de madera y de cartón... Algunos de ellos eran esperados por los familiares con extremadas muestras de cariño; “seguro que venían de la mili”, pensábamos. Luego, el tren continuaba su ruta hacia Hinojosa, Fregeneda y Portugal.
En el desván de la memoria, el cine ocupa un lugar preferente. Aquel espacio del cine Calderón llenó de magia y fantasía nuestra infancia, y fue el compañero deseado en las distintas etapas de nuestras vidas. Íbamos los domingos en pandilla; a veces nos dejaban colar al hermano pequeño, y los dos ocupábamos la misma butaca; comprábamos las de delantera porque costaban más baratas, pero veces teníamos la impresión de que las imágenes se salían de la pantalla.
La coronación a tanto disfrute lo proporcionaban las noches de verano. Después de cenar, salíamos a jugar al fresco. Los padres, sentados en los poyos y sillas, se arremolinaban a las puertas de casa; y allí, junto a los vecinos, descansaban del ajetreo del día y entablaban sus conversaciones. Nosotros quedábamos generalmente en la amplia acera de los hermanos Froufe, y desde allí partíamos para dar rienda suelta a nuestras andanzas.
En el caño viejo, los pilares vacíos ofrecían multitud de ideas para desarrollar la imaginación y hacer de aquellos habitáculos vacíos lo que nos dictara la fantasía. Y en estos trajines, fui testigo de que más de uno se rompió un brazo; a mi hermana se lo recompuso don Genaro. Esto entraba dentro de la normalidad, porque el estropicio lo arreglaban sin necesidad de trasladarnos a Salamanca los médicos del pueblo: don Genaro, como he dicho, y don Evelio.
La familia, la escuela y la Iglesia eran los pilares donde se asentaron los valores fundamentales: respeto, responsabilidad, honestidad, lealtad y solidaridad.
“Hogar de las almas”, decía la canción, refiriéndose a la Parroquia. Esta morada era la primera a la que asistimos en brazos amantes, a los pocos días de nacer, para ser bautizados. Luego, en su regazo, tuvieron lugar algunas de las celebraciones más importantes de nuestras vidas: confirmaciones, comuniones, bodas y el último adiós.
Se puede decir que buena parte de nuestra vida creció a la sombra de la parroquia, que tenía una actividad religiosa muy activa: catequesis, coro y asistencia plena a los actos litúrgicos, como aquellas misas de niños que no cabían en los bancos...
El párroco, don Ricardo, fue el encargado durante los 50 años de su estancia en Lumbrales de encauzar este caminar con el sentido de una enseñanza integral, propio de su personalidad adelantada a su tiempo. Su dedicación religiosa y pastoral caminaban paralelas junto a una extensa labor social. Entre otras cosas, una lucha incesante por el acceso a la cultura para todos. Ello quedó reflejado con la fundación en el año 57 del colegio para chicas La Milagrosa, regentado por las religiosas Hijas de la Caridad. Enseñanza primaria, bachillerato, magisterio y música fueron impartidos en ese centro.
Y, sobre todo, la incorporación de la mujer al mundo laboral con la creación de la cooperativa CONFIL en el año 64, donde trabajaron más de un centenar de chicas, participando con ello en la economía del hogar y, a la vez, disfrutar de una autonomía económica; frenando la posible salida del pueblo de algunas jóvenes buscando otros horizontes.
Por esto, por su intensa y permanente entrega a Lumbrales y por su amplio legado en varios órdenes, me permito ofrecerle mi humilde homenaje y mi eterna gratitud.
Y, en todo este transitar, estaba la sombra protectora del hogar. De nuestros padres, que hicieron de sus vidas, como muestra de un amor incondicional, un continuo sacrificio con el deseo de que los hijos pudieran tener una vida mejor.
Hogares aquellos de puertas abiertas a la generosidad, donde los vecinos eran esa otra familia compartiendo los avatares de la vida. Hogares sencillos, pero cuajados de sueños e ilusiones. Hogares bulliciosos y llenos de vida, donde los niños nos sentíamos protagonistas en aquellas celebraciones como eran las Navidades y las matanzas; para nosotros, sumun de la felicidad; de tal manera que, ahora al recordarlo, hace que proclamemos: “¡Qué felices éramos!”.
Y, con estas palabras, doy por concluido este pregón, al que dedico con todo mi amor a José Ramón, mi hijo, y mis hermanos: Ricardo (Ricar para los paisanos), Meli y Milagros.
Quiero dar las gracias a la Corporación, a los presentes y deciros que ha sido un gran honor el ser pregonera de las fiestas de mi pueblo de Lumbrales; pueblo que ha significado mucho en mi vida, al que amo, y con el que he tenido a lo largo de mi vida una actitud de servicio.
“Espero que mis palabras hayan avivado el espíritu festivo que llevamos dentro. Que la magia de las fiestas nos acompañe. ¡Que viva nuestra Patrona! ¡Que viva la fiesta! ¡Y que VIVA LUMBRALES!”.