Me imaginé a Maradona charlando con Messi, ellos solos, allí, en el potrero lleno de rastrojos, compartiendo aspectos de su “ciencia” aplicativa para practicar el mejor fútbol. Ambos, fueron niños con máximas ilusiones.
Dos pibes que en esos momentos no eran conscientes de su futuro, apenas soñaban con jugar en Primera, observando la canchita de tierra, peloteando, con los botines gastados, el sol cayendo detrás de algún edificio y con la pelota como única protagonista. Fue en Villa Fiorito, tierra seca, arcos hechos con piedras. Una vez terminado el partido se sentaron en el bordecito de la cancha, sudados, con la pelota en las manos:
· Diego: “Che, pibe, ¿cómo hacés para que no te la saquen nunca? Parecés de manteca, te tocan y ya te fuiste…”
· Leo: “No sé… la pelota me sigue sola. A veces siento que es como si supera adónde voy. Vos también la tenés atada, eh. ¿Cómo aprendiste?”
· Diego: “En la calle. Todo el día con la pelota, gambeteando tachos, perros, autos. Aprendí que si amagás con el cuerpo, el otro se la cree. Una vez hice una rabona en el barro, me comí un palo pero la pelota entró…”
· Leo: “¿Una rabona en el barro? ¡Estás loco! Yo quiero meter un gol así, como en cámara lenta, tirando un chanfle desde afuera del área. Que el arquero se quede clavado, sin entender nada”.
· Diego: “Eso es lindo. A mí me gustaría gambetearme a todos, desde mitad de cancha. Uno, dos, tres, cuatro, el arquero… y adentro. Que no te la puedan sacar ni con una patada”.
· Leo. “Eso te sale, seguro. Tenés un zurdazo con veneno. Yo todavía no le pego tan fuerte, pero trato de tocarla suave, que se meta solita”.
· Diego: “No hace falta romperla. Si le ponés rosca, entra igual. Mirá, vení, te muesro…”
Se levantaron, Diego acomodó la pelota en el suelo y le pegó con tres dedos, la pelota tomó comba y dió en una piedra que hacía de palo.
· Leo: “¡Ufff! ¡Esto fue magia!”
· Diego: “Magia es lo que tenés vos en los pies. Cuando la llevás cortita, nadie te la ve. ¿Soñás con jugar en la Selección?”.
· Leo: “Todo el tiempo. Me imagino haciendo un gol en una final del Mundial… aunque no sé si voy a llegar. Soy chiquito”.
· Diego: “Pero sos rápido y pensás antes que todos. Lo importante es no dejar de jugar como acá, ¿sabés? Con alegría, con picardía… con el alma. Que no te cambien, nunca”.
· Leo: “¿Y vos? ¿Soñás con algo?”.
· Diego: “Quiero que el mundo me vea. Que escuchen mi nombre y se acuerden de una gambeta. Que los niños sueñen conmigo, como yo sueño con Bochini o Riquelme. Bah, todavía”.
· Leo (riendo): “Sos un adelantado. Yo solo quiero seguir jugando… aunque sea con los perros”.
· Diego: “Dale. Pero cuando seas el mejor del mundo, acordate del potrero”.
· Leo: “Vos también”.
Se chocaron los puños, se rieron, y volvieron a pelotear bajo el atardecer. La inocencia del potrero tiene una magia que no se compra ni se entrena… ahí nacen los sueños, los amagues imposibles, los goles que se gritan, aunque no haya red. ¡La imaginación al poder…!
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