Xalapa y descarte de poesía

Xalapa

Las formas de caminar no son las mismas

siempre.

Igual que las estaciones del año,

antes del cambio climático,

cambian.

Imitan con sus pasos a las personas que las marcan,

imprimiendo sus huellas en el polvo del asfalto,

en el lodo de la senda sin pavimento que acaba

por seguir en espera de las obras.

No hemos practicado ese arte de la caminata

de un modo descuidado, inconsciente, no.

Lo hemos hecho con la atención despierta y el espíritu elevado.

Esta semana en Xalapa, Veracruz, México,

retiramos el velo de la hora matutina

al tiempo que hollamos sus calles sin premura.

Su imagen, sin cambiar con los años,

cobró una novedad olvidada.

La modestia de su casco histórico,

erigido en el agua de un manantial en la arena,

no escondió un aire a pueblo inocente, no contaminado,

constante en su forma de parecerse a sí mismo

La gente que llegaba de afuera y salía de adentro,

revuelta, hecha un jirón de urbe viva,

portaba en las palmas de las manos una rosa eterna.

El tiempo, parecido al espacio, era otro.

Se desprendía, como la piel de una serpiente, una capa de vida

todavía por encarnar.

Un árbol casi real en una esquina empedrada,

impreso en un instante sin fisura,

competía en silencio con la belleza de un horizonte detrás de los edificios.

La ciudad misma, con su organismo sin caducidad ni conservantes,

se encargaba de guiar la senda de mis pasos y mi compañía,

a la sombra de un siglo camino a existir.

Le dije a la persona a mi lado, mira,

la plaza echa en falta a sus pájaros.

La hora se acumula en una cuesta

que obliga a la persona que la sube

a echar el pecho al frente,

con su anhelo de una máquina no autómata

que llega a un descanso antes de encontrar otra calle más severa.

El trazo que persiguen sus senderos muda a capricho,

sin viso de una lógica científica, distribuye los senderos

que determinarán el futuro de sus héroes y heroínas.

Xalapa con sus flores, su ágora, sus lagos,

sus cerros, su cofre allá a la distancia,

su pico en una estampa, su lluvia de antaño,

nunca dejará de acudir al llamado impreso en la campana de su iglesia catedral,

que en el siglo XX,

más original que moderno,

declina con deferencia lo sagrado y escoge, acaso a oscuras,

la mística que troca en Atenas su pasado insigne.

El parque que dejamos sin su nombre de los Berros,

fijo en la piedra de sus fuentes circulares,

atestigua sin reproche la grandeza de los jóvenes

que vuelven sus espaldas a su quiosco

las tardes cuando buscan otra orilla más amena.

El arte que irriga sus caudales, la sala de su orquesta,

las aulas de sus centros académicos,

la frente despejada que exhibe, sin orgullo desmedido,

cada aposento consagrado al ejercicio que su pueblo le requiere…

Esa ciudad de la taza de café con su sonido en porcelana,

no en unicel en el mercado,

pagada a un precio económico…

Xalapa con su cauce en el espíritu bordado a un círculo infinito,

que tiende a la rosa de los vientos

el rumbo del cuadrado de su seno con vocación de augurio.

La historia y las leyendas la conservan

intacta en los libros escolares

que dicen de memoria nuestros niños cansados por las noches con estrellas.

La urbe recorrida en el pasado,

andando, por descuido, la encuentro,

de nuevo en su pétalo inocente

que vate, sin violencia, mi cabello.

Descarte de poesía (liminar)

El texto, a final de cuentas, nos hace a nosotros, no a la inversa. La palabra, cuando viene rodada en el espíritu, encuentra el espacio que le corresponde. Crea la realidad nombrada. Así la palabra y el texto no existían antes de llegar al mundo, tampoco trajeron consigo otro mundo que no fuera el suyo propio, complementario al nuestro, cuando aparecieron contra su voluntad en la mancha de tinta.

La palabra pulsa una cuerda del alma. Arranca un sonido, una nota, un estímulo. La palabra calca la vida en torno nuestro. La pone de relieve. Le ofrece una textura para el tacto del sentido. Su fragancia llega con su nombre. El peso de cada sílaba lo sabe quien lo aprende de memoria. Para el caso de Xalapa, vale lo mismo apreciarlo en la imagen original de su estampa y paisaje.

Hemos vuelto al origen. Hemos renacido en el sereno de una noche sin poesía. El pájaro que llega a la viga vencida comunica lo que en vano intentaremos recordar al día siguiente. Como todas y todos sabemos, el sol nunca ha nacido bajo nuestra orden, ni los abundantes peces del océano nunca han batido esas profundidades por nuestro capricho. De modo similar, en sentido inverso, los planetas que vagan en la interioridad de nuestro cielo nunca conseguirán manipular la memoria, voluntad y entendimiento de nuestras órbitas.

Descarte de poesía (poema)

Ignoro con mi pluma la poesía,

la rima no buscada, ni aprendida,

la vía fatigada por el verso

impreso en un gramaje numerado.

La métrica elude mi tintero,

esconde en el fondo lo que oculta,

salpica con las gotas unos ripios

rodados sin amor ni anagogía.

Su ciencia ignorada la repruebo,

con palos, a oscuras, muy penado,

aquí en la estrofa balbuciente.

Tachado, estrujado, me descubro,

trocado en descarte de poesía,

camino hacia una papelera.

torres_rechy@hotmail.com