, 07 de diciembre de 2025
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Hoy es siempre todavía
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A MENOS

Hoy es siempre todavía

Actualizado 09/08/2025 08:49

“Qué se puede hacer / sino escribir como los otros / y responder con las palabras de los otros / Qué se puede hacer / sino escribir como los otros / y dudar / repetir / y buscar / rebuscar / no encontrar / desesperarse / y decirse no sirve para nada.” BORIS VIAN, ‘Uno más’, en No quisiera morir, 1959.

La culpa, lo que nos sacude y conmueve como individuos, pero también como grupo, como hojas muertas, apenas vivas, débiles y arrastradas por inviernos sucesivos, repetidos y oscuros; lo que nos turba y asombra como especie y hasta como Humanidad, se deposita tanto en la memoria como en la conciencia de haber sido, de haber hecho, de haber salido de los límites de lo que queremos ser, para haber hecho el mal, el daño; para haber sido, todos nosotros, cualquier nuestro ellos, crueles por acción o por indiferencia, por maldad o, incluso, por ignorancia. No decir, no mirar, no sentir… Sucede hoy que en Gaza la Humanidad muestra su cara malvada, su silencio espeso de rumiante, su patrón de nada, su molde de mucho menos. Sucede en el tiempo que nos conforma, y queremos hacer del desprecio una palabra, sustantivo masculino, del crimen un gesto y de la culpa un constructo amable para mentirnos que recordamos, para construir espejos que reflejen (el tiempo, nada más que el tiempo, las horas que despreciamos, los días que negamos)… que reflejen nada de lo que somos y solo esa imagen grotesca de lo que mentimos que decimos, que gritamos, que fingimos que somos.

Hablemos de hoy, del día de hoy por hacerle sitio a la efeméride, costumbre que nos identifica como holgazanes de lo por hacer y, mucho, demasiado, como títeres de la negación. Somos culpables, y solo eso. Hablemos de las fechas, hábito que nos habita y que tanto parece absolvernos, en vano, en vacío…; como el tibio consuelo para poder dormir, anochecer a nuestras víctimas, dormirlas, dormirnos…

Hablemos entonces de hoy, 9 de agosto, en que se cumplen exactamente ochenta años del día en que Estados Unidos cometió una de las mayores ignominias de la reciente historia de la Humanidad, al arrojar sobre la ciudad japonesa de Nagasaki una bomba de plutonio con una potencia de 20 kilotones de TNT, que causó la muerte inmediata por abrasamiento y calcinación de cientos de miles de personas, y el sufrimiento prolongado por progresiva asfixia, cáncer y envenenamientos de todo tipo, de miles y miles de seres humanos durante décadas, y todavía.

Conmemorar, recordar y lamentar la sevicia estadounidense del 9 de agosto, alberga, claro, una dependencia directa de la cometida tres días antes, el 6 de agosto de 1945, cuando la primera bomba atómica aniquiló la ciudad de Hiroshima de un modo tal que cualquier sensibilidad, militar o civil, religiosa o simplemente humana (y, ay, científica), hubiese renunciado a repetir semejante indignidad, lo que, sin embargo, no movió un ápice la intención destructiva del presidente estadounidense y, por tanto, la de un país que, desde entonces y por la fuerza de la fuerza ha condicionado, colonizado, influido y, a la postre (hoy dolorosamente evidente), se ha convertido en el árbitro de la política belicista mundial.

9 de agosto, por decir, por hablar… por no callar…

Un ejemplo, una fecha, otra, una más en lo que mañana no más se convertirá Gaza y Sudán del Sur, como se ha diluido en nuestra flamante hipocresía Vietnam, Serbia, Ruanda y decenas de cegueras que nombramos cual ventarrones ajenos. La culpa, nuestra culpa inescondible hoy se llama Nagasaki y mañana, como siempre, será un titular, una fotografía, media página, como mucho, de nuestro miserable intento de ser humanos. Hoy es siempre todavía.

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