Si los galos sólo temían que el cielo cayera sobre sus cabezas, los aficionados de Unionistas temimos durante noventa y tantos agónicos minutos, en la tarde del 24 de mayo, que se deshiciera bajo nuestros pies el suelo que tanto había costado pisar. Algo que precisamente se había logrado por conservar los pies en el suelo desde el primer momento en que hace doce años nació un nuevo club de fútbol, desde abajo, para homenajear a otro que era el de todos pero verdaderamente el de muy pocos, la Unión Deportiva Salamanca. Su triste disolución el 18 de junio de 2013 es como una batalla de Alesia de la que no nos gusta hablar, pero que no por ello desaparece de la Historia, aunque prefiramos referirnos a las Gergovias que durante noventa años nos hizo disfrutar la eterna Unión.
El fin de Unionistas de Salamanca C.F. no ha cambiado desde su fundación, “in memoriam UDS 1923-2013”, pero tampoco el medio, su gobierno regido por la asamblea general integrada por todos los socios de número. Cada verano es el momento de regenerar esa asamblea, que lo es para el gobierno del club, de modo que la junta directiva elegida se atenga a sus acuerdos, y para el aliento del equipo, de tal manera que los once que salten al Reina Sofía cada tarde, o cada mañana, o cada noche, de cada sábado, de cada domingo, ¡¿de cada viernes?!, se sientan casi tan irreductibles como los de la grada sin dejar de tener los pies en el suelo. Además, no es un suelo cualquiera, sino la hierba pagada por los socios del club tras el brillante ascenso a Primera RFEF en 2021.
Superados ya los 4500, una cifra más que respetable, seguramente haya más de uno que se esté pensando unirse a la tribu y lo hará en estas semanas agosteñas, en lo que empieza la Liga a finales del mes, mientras se suceden los aperitivos de los partidos amistosos y la Copa Federación. Se sumarán empresas, cuya ayuda es fundamental, cocida a fuego lento como la marmita en la que el druida Panorámix prepara el misterioso brebaje a base de muérdago recogido con hoz de oro. También levantarán el estandarte unionista en las tiendas de los campamentos romanos tantos simpatizantes, muchos de ellos lejos de Salamanca. Los titulares del carnet social son nuestro escudo, resistente, fiel: más que el mil veces aporreado de cada legionario de los alrededores de la aldea o de cada rincón del imperio, el escudo arverno rescatado tras mil aventuras.
Los infantiles quizá sean los que menos la necesitan, pero tendrán en su carnet sendas dosis de la poción mágica, y así nos contagiarán la fuerza necesaria para animar cuando en el minuto 78 urja un gol o si en la jornada 35 no terminaran de salir las cuentas. A los jóvenes les va a acompañar la lira del bardo Asurancetúrix, al que tradicionalmente van amordazando mientras se asan los jabalís del banquete de fin de fiesta. En su caso, podrán cantar libremente aquello de “yo sé quién soy, y quién es mi familia, todo es blanco y negro, blanco y negro, blanco y negro…”.
Para los adultos, como diría el bueno de Obélix, qué mejor recuerdo que un menhir. Algo útil, manejable, cómodo, bonito… Pocos objetos tan irreductibles. Habrá que recordar en los controles de seguridad en el acceso al estadio que están debidamente homologados, como algunos paraguas y algunos tapones de botella. Finalmente, los colaboradores y los colaboradores pro lucirán los cascos de los protagonistas, Astérix y Obélix. En los cuernos obelixianos, un guiño a los del bravo toro de nuestro escudo; en las alas asterixianas, otro a ese ad astra per aspera de nuestro lema, que hace de la irreductibilidad virtud, del fútbol popular un instrumento para un deporte más auténtico y sostenible, del recuerdo entrañable de la Unión un estímulo para renovar cada verano el carnet de socio de Unionistas.
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