Los dos autores salmantinos han publicado dos títulos con los que disfrutar estos meses de vacaciones.
A veces somos muy nuestros y nos gusta leer a los de aquí, será porque al paso de la página encontramos la referencia espacial y temporal de una ciudad y una provincia que nos acaricia el corazón con su aire cotidiano. Por qué no reconocer que uno disfruta recorriendo el paisaje propio. Muchos y buenos poetas tiene Salamanca para disfrutar de su aura letrada, y aunque los narradores parecen menos y más en sordina, algunos títulos nos dejan ese regusto familiar a espacio conocido.
En el caso del bejarano Tomás García Merino ¿Qué tiene Béjar para dar tan buenos frutos en todos los géneros?, su última novela, y van cuatro, la premura del género policíaco se aviene bien con su narrativa rauda, con su muy destacable forma de dialogar y con esa facilidad con la que el lector pasa las páginas disfrutando. Porque así debe ser la novela de verano, un disfrute, y si vamos y venimos de Salamanca a Béjar, mucho más. Los personajes de Tomás cobran vuelo y dejan a un lado la investigación histórica para vestirse de noir, y el autor, criado en los Talleres Literarios de Raúl Vacas y perteneciente al Club Viernes Trece, disfruta tanto como el lector en su empeño de contar historias como Sentir el viento.
Historias también, pero con una mano de fuste y una voluntad de cronista que no tiene parangón, son las que ofrece en Salamanca undergraund Daniel Cruz Sagredo. Si ya nos había embobado con las brujas de Zarapayas, auténtico recorrido por un paisaje y una forma de vida que ya son historia, la supuesta “movida” salmantina de la Transición es en su prosa una muy oportuna y necesaria crónica de la historia reciente de una Salamanca que jugó a la modernidad… un juego cruel, como el que cantaba Hilario Camacho. Y es precisamente el mundo de la música y el de una hostelería empeñada en ser más cosmopolita que nadie, lo que llena las páginas de una novela-crónica o crónica-novela con personaje pícaro, final nada edificante y sobre todo, recorrido del corazón que nos toca un poco ese tiempo perdido.
Aparte del don de la obviedad, que no de la ebriedad, ese que obliga al lector a dejar a un lado el libro y decir “Qué bien escribe este cabrón”, la obra de Cruz Sagredo tiene el lujo de recorrer una historia que es la nuestra. Y emociona. Asusta. Sorprende. Suena en los oídos y hasta en lo más hondo de la memoria. Y nos damos cuenta del paso del tiempo y de todo lo que supuso esa Transición tan denostada. No se puede hacer otra cosa que leerlo, es una joya que ya se acaba y de la que esperamos una segunda edición. Y es que nos ponemos muy salmantinos y mucho salmantinos. Y me digo a mí misma que no todo va a verse entre visillos, por muy carmenmartingaitiana que esté este año bendito. Lean, lean y paseen por las páginas salmantinas.
Charo Alonso.