Al común de los mortales, ese que suspira cuando va al supermercado y se encuentra los precios disparatados, estas cantidades obscenas, conseguidas de aquella manera le son tan lejanas como lo que cuesta el collar o cadena de perro loco que lleva un muchacho de apenas dieciocho años como ostentación de su valor y su riqueza. Porque para quien trabaja esforzadamente y, en ocasiones, con un sueldo de miseria, lo de llegar a fin de mes es una quimera, y lo de pasarse por el supermercado, un ejercicio de supervivencia. Luego está, por supuesto, el que lo da todo por perdido, se va de vacaciones y luego, Dios dirá, que la vida hay que vivirla. Y se vive de espaldas a esa otra gente de sueldos y dietas desorbitados y también, a la que cobra lo mínimo y que estira lo máximo pasándose, por supuesto, por el banco de la alimentos. Y entre unos y otros, nosotros, afortunados, nos vamos a la esquina de la charla y nos salen las infancias al paso de lo precario y de mis recuerdos mexicanos de quincena feliz, porque, a mayor pobreza, menos tiempo entre paga y paga.
Es en esta charla de economía antigua, donde salen las palabras como un regalo de filóloga empedernida. La paga, en la zona de mi cuñada, se llamaba “la tanda”, que en realidad, para mí es un conjunto de elementos indeterminados… esos que caracterizan el habla juvenil: he ido por ahí, con algunos amigos, un rato… la paga, paguita o tanda era poca o inexistente porque se vivían épocas precarias. Se pagaba de a poquitos porque no había, y la madre tendera de mi amigo apuntaba en el libro el debe de quienes iban acumulando… era la quita, la tarja o en Extremadura, la rifa. Mucho tendría que decir mi maestro dialectólogo, Llorente Maldonado de Guevara, porque eso de la quita suena a copla –el quitero era el que cobraba las pequeñas cantidades que “quitaban” la deuda- y lo de la tarja suena a documento o muesca en la madera que también indica algo… y ese algo es el pago de lo debido ¡Menuda tarja que tiene! decía la madre de mi amigo cuando alguien acumulaba un par de páginas.
De a poquitos, pagaban las máquinas de coser a mi padre en algunas ocasiones, a medida que el trabajo iba dando fruto. El empeño tenía esfuerzo y maneras de tirar para adelante. Ahora pagamos a plazos el coche y la casa mientras confiamos en el azar de los números o en la bajada del Euribor, pero siempre los habrá de cantidad obscena, abuso de atribuciones, voracidad sin tregua y auténtica mala sangre. Gentuza que se aprovecha. Y entonces recuerdo la sabiduría ancestral de mi abuela, la vecina de la tendera: Nunca será bueno el dinero mal habido. Que les aproveche, vampiros.
Charo Alonso.
Fotografía: Fernando Sánchez Gómez.
La empresa Diario de Salamanca S.L, No nos hacemos responsables de ninguna de las informaciones, opiniones y conceptos que se emitan o publiquen, por los columnistas que en su sección de opinión realizan su intervención, así como de la imagen que los mismos envían.
Serán única y exclusivamente responsable el columnista que haga uso de nuestros servicios y enlaces.
La publicación por SALAMANCARTVALDIA de los artículos de opinión no implica la existencia de relación alguna entre nuestra empresa y columnista, como tampoco la aceptación y aprobación por nuestra parte de los contenidos, siendo su el interviniente el único responsable de los mismos.
En este sentido, si tiene conocimiento efectivo de la ilicitud de las opiniones o imágenes utilizadas por alguno de ellos, agradeceremos que nos lo comunique inmediatamente para que procedamos a deshabilitar el enlace de acceso a la misma.