Con autores como Diego Sánchez Aguilar, Robert Juan-Cantavella, Gustavo Faverón o la salmantina Pilar Fraile
Dicen que los libros son para el verano, y aunque a los que tanto amamos los libros nos faltan las estaciones para pasearlos, es verdad que el verano llena el capazo de mimbre de libros y el tiempo acompaña para mancharlos de cloro, de hierba o, viendo la perspectiva que nos espera, de penumbra quieta ante la que está cayendo. Libros que nos rodean, nos rondan y que no existirían sin esas empresas, a veces tan comerciales que lo mismo podían estar vendiendo móviles que libro, que helados, que “hacen” libros.
Y quizás nuestra columna libresca tenga que ponerse en marcha agradeciendo a las editoriales el buen hacer de hacer libros que nos acompañen en tiempos de asueto. Y más cuando no son pequeñas, pero tampoco grandes y conocidas, y más aún cuando son el empeño de dos orillas. Y nada mejor que estrenarnos con un recuerdo a los maravillosamente editados libros de Candaya, que hemos tenido el placer de vivir este curso en la Librería Letras Corsarias, y que ahora, hace bien poco, ha publicado a nuestra autora salmantina Pilar Fraile, de quien hablaremos cuando leamos su libro, que viniendo de ella, seguro que es sorprendente y fantástico.
Vaya por delante, Candaya es el reino imaginario al que se supone que viajan Don Quijote y Sancho sobre la magia de Clavileño, y algo de magia debe tener una editorial que lleva desde el 2003 publicando nombres noveles y consagrados de la literatura española y latinoamericana. Nombres que sorprenden y que dejan en el lector una sacudida feroz. De Gustavo Faverón y su infinito Minimosca, se dice que no es un libro, sino un artefacto literario; y de Robert Juan-Cantavella y su Detente bala, se puede esperar de todo menos lo consabido. Títulos de una enjundia que no es precisamente de lectura “fácil”, pero que al lector con tiempo demorado de verano, le pueden servir para darnos cuenta de que el lenguaje es infinito y la originalidad, un fenómeno inacabable. Pero van a permitirme la frivolidad, si quieren algo más breve, pero igualmente contundente, El órgano es una excelente excusa para adentrarse en el trabajo de esta editorial ya consolidada y descubrir autores como Diego Sánchez Aguilar. La suya es una novela breve, Premio Ramiro Pinilla de novela corta, que recupera tiempos de guerra, intriga criminal, coros de voces que dan sus diferentes versiones de una muerte que alumbra, extrañamente, todo el libro. El mal toca el órgano de la desolación y su música resuena en el interior de todos los protagonistas que son voces huecas de un tiempo fuera del tiempo, dolorido y extraño.

Para el lector que busca la originalidad y que aún recuerda la sacudida de Fernández Mallo y su Nocilla dream, esta editorial nunca dejará de sorprenderle. Es un espacio de voces originales y de descubrimientos portentosos. Seguro que para el que no la conozca aún, será el comienzo de una buena amistad. Y para los que ya guardan estos volúmenes con el gusto de la buena edición, leer a Diego Sánchez Aguilar será un descubrimiento portentoso. Dejemos que el verano nos monte en lomos de Clavileño y lleguemos, esta vez sí, al fantástico mundo de Candaya.
Charo Alonso.
Fotografía: Fernando Sánchez Gómez.