Uceda Leal, Antonio Ferrera y José Garrido se enfrentaron a los seis toros de Villamarta corridos en el encierro de la mañana.
Tarde calurosa, como corresponde en tierras extremeñas a mediados de julio, durante unas fiestas declaradas de Interés Turístico Regional. Además, Moraleja ha sido recientemente distinguida como Municipio Taurino de Extremadura, un título que honra su historia, sus costumbres y la firme defensa de sus raíces taurinas, esenciales en la construcción de su identidad. Así lo está demostrando estos días, inmersa en la celebración de San Buenaventura, con encierros, capeas y festivales taurinos como expresión viva de su afición.
En la jornada dominical se lidiaron seis toros de la ganadería onubense de Villamarta para los diestros Uceda Leal, Antonio Ferrera y José Garrido, en una plaza con media entrada, destacando el vacío en los tendidos de sol.
Abrió plaza Uceda Leal, recibiendo al primero con verónicas y medias verónicas que fueron lo más destacado de su actuación. Con la muleta, los primeros pases resultaron despegados, ante un toro que cabeceaba en cada embestida. El madrileño supo estar a la altura, mostrando templanza y bajando la mano con trincherazos para intentar ahormar al astado, que nunca terminó de entregarse por su incómoda embestida. Un pinchazo y una segunda estocada, algo delantera y desviada a la izquierda, le valieron una oreja.
En su segundo turno, Uceda se enfrentó a Veletero, que hubo de ser devuelto a corrales tras sufrir un calambre. Al no disponer la plaza de bueyes ni corrales, y ante la imposibilidad de meterlo en el camión, el propio diestro lo pasaportó con la espada tras ser reglamentariamente picado.
En su lugar salió el sobrero, castaño, marcado con el nº 16, que derribó al picador en la segunda entrada al caballo. Tras el cambio de tercio y con el permiso de la presidencia, Uceda brindó el toro a su gran amigo Perrete, presente entre el público. Desde los primeros lances se evidenció la falta de fuerzas del astado, que Leal supo administrar con mimo, toreando con ambas manos, con muletazos suaves y despaciosos para darle aliento. Así logró sacar provecho de su condición y arrancar el aplauso del respetable. Una media estocada al primer intento fue suficiente para que el toro doblara.
Llegó el turno de Antonio Ferrera, habitual en esta cita, que saludó a su oponente con su característico capote verde. Brindó al público, dejando la montera boca abajo en el ruedo, y comenzó la faena a Groserillo, nº 9, que salió con brío pero quedó tocado tras el tercio de varas. Pese a la insistencia del extremeño, poco pudo hacer para redondear la lidia que deseaba. Todo fueron muletazos suaves, cuidando al toro para evitar su caída, y apelando a recursos de veterano. Dos pinchazos y una estocada lateral que atravesó al animal por un costado le valieron un tímido aplauso de sus paisanos.
Ferrera quiso resarcirse en su segunda actuación. Salió Acusón, nº 8, negro con capa algo albardada, que también descabalgó al picador. Con el capote estuvo excepcional, recibiendo con verónicas templadas y firmando tres pares de banderillas que encendieron al público. Con la muleta logró sacar partido al de Villamarta gracias a su saber y experiencia, llevándolo a terrenos sin querencia y logrando hacerse con él. El toro, fijado en el engaño, permitió a Ferrera construir una faena seductora que caló en el tendido. La petición fue unánime y recibió las dos orejas que le abrieron de par en par la Puerta Grande.
Cerró la terna José Garrido, bellotero para los cacereños y pacense para el resto. Se estrenó con Jerecito, nº 19, un toro de pelaje castaño, el mejor presentado de la tarde. El astado acudió al caballo sin demasiado ímpetu. Con la muleta, Garrido buscó la humillación desde los primeros compases, aunque, como sus hermanos, protestaba en el engaño. Con oficio y conocimiento, el de Badajoz pudo extraer muletazos estimables, casi siempre con la muleta alta, adornando con algún trincherazo para calentar al público. Remató con la mejor estocada de la tarde, que le valió una oreja de peso, suficiente para asegurarse la salida a hombros.
Y llegó Rinconcito, nº 17, sexto de lidia ordinaria pero séptimo en orden por la incidencia anterior. Fue recibido por Garrido con templanza y mimo en el capote, como si de un cortejo se tratase. Esa suavidad inicial permitió una faena por ambos pitones, destacando los muletazos con la derecha y varios naturales de bella ejecución, a pies quietos, sin llegar a ser estatuarios, y rematando con pases de pecho. Toreo con gusto y cadencia que levantó al público de sus asientos. El toro, bravo y con entrega, permitió al pacense redondear la faena más completa de la tarde. Un pinchazo y una buena segunda estocada le valieron dos orejas más.