“Dos cosas son infinitas: el universo y la estupidez humana. Y no estoy seguro de lo primero.”
ALBERT EINSTEIN
“Gran parte de las dificultades que sufre el mundo se deben a que los ignorantes están seguros y los inteligentes llenos de dudas.”
BERTRAND RUSSELL
En tiempos dominados por la prisa, la sobreinformación y la necesidad constante de opinar, sobre todo, leer un libro como El triunfo de la estupidez de Jano García desde el silencio y la contemplación no solo es posible, sino profundamente necesario. Porque más allá de su tono provocador, de su estilo combativo y de la dureza de sus juicios, lo que este ensayo pone sobre la mesa es una pregunta esencial: ¿cómo hemos llegado a normalizar la banalidad, a celebrar la ignorancia, a convertir la necedad en virtud? Solo desde una mirada detenida, no defensiva ni reactiva, se puede captar el trasfondo de lo que el autor señala: un proceso cultural y político que ha dado poder a la estupidez, no como defecto anecdótico, sino como una estructura legítima y dominante en nuestras sociedades.
Jano García escribe con rabia, pero también con lucidez. Su crítica no es una caricatura ni un simple desahogo: es un intento de entender por qué las sociedades actuales, tan informadas y tecnológicamente avanzadas, producen ciudadanos cada vez más incapaces de razonar, de distinguir lo verdadero de lo falso, lo serio de lo ridículo. Y lo más inquietante es que no se trata de una denuncia pesimista lanzada al aire, sino de un análisis apoyado en la historia, en la psicología de masas, en autores como Cipolla, Bonhoeffer o Le Bon. García no inventa la estupidez; la revela, la nombra, la sitúa en el centro del escenario político y cultural. Y lo hace con una afirmación tan incómoda como verosímil: el problema no es que haya estúpidos, sino que ahora mandan.
Para leer este libro en serio, con provecho, conviene apagar el ruido que lo rodea. No se trata de estar de acuerdo o en desacuerdo, de juzgar rápidamente su tono, de etiquetarlo ideológicamente. Se trata de escucharlo. De dejar que algunas de sus frases, punzantes y exageradas, nos afecten, nos obliguen a pensar. Porque si uno lee El triunfo de la estupidez desde la superficie —como quien busca escándalo o confirmación de sus prejuicios—, corre el riesgo de perder lo más valioso: su capacidad de interpelar. Leer en silencio, desde la contemplación, es abrir un espacio donde el texto puede hacer algo más que informar: puede transformarnos. No en el sentido de convencernos, sino de llevarnos a mirar el mundo con otros ojos.
Y si miramos con calma, sin ruido ideológico ni ira defensiva, veremos que lo que García denuncia —la exaltación de lo mediocre, la sustitución del pensamiento por el sentimentalismo, la desaparición del mérito, la adoración de la masa— no está tan lejos de nosotros. Está en la televisión que consumimos, en la política que aplaudimos, en los debates que se multiplican sin contenido. Está incluso en nosotros, en nuestra manera de evitar el esfuerzo de pensar, de preferir el eslogan a la argumentación, de repetir lo que suena bien sin preguntarnos si es verdadero. Tal vez por eso incomoda tanto este libro: porque, al nombrar la estupidez, nos obliga a reconocer cuánta parte de ella nos habita también.
Pero no todo es desolación. Hay en el fondo del libro una esperanza silenciosa: la idea de que aún es posible resistir. No desde la ira, no desde el desprecio, sino desde la inteligencia cultivada, desde la lectura atenta, desde la recuperación del juicio crítico. En una época en la que se celebra lo inmediato, lo ruidoso, lo viral, apostar por la contemplación, por el pensamiento lento, por el discernimiento es un acto profundamente contracultural. Y esa es quizá la mejor lectura que puede hacerse del libro de Jano García: no como un panfleto contra los demás, sino como una llamada a despertarnos del letargo. A dejar de reírnos de la estupidez como si fuera ajena y empezar a combatirla donde más se esconde: en lo que damos por sentado, en lo que repetimos sin pensar, en lo que decidimos ignorar.
El gran reto no es erradicar la estupidez —tarea imposible—, sino impedir que gobierne, que legisle, que eduque, que determine la agenda pública. Hay que restituir el valor del pensamiento, de la argumentación, de la formación crítica. Hay que devolverle dignidad a la inteligencia, aunque esté en minoría. Porque cuando los estúpidos lideran, los inteligentes resisten; pero cuando se les aplaude, se les sigue y se les entrega el poder, ya no hay refugio posible. Como afirmaba García, “una persona normal es estúpida; lo extraordinario es no serlo”. Y precisamente por eso, lo extraordinario merece ser defendido. Aunque sea incómodo. Aunque sea impopular. Aunque sea, simplemente, sensato.
El triunfo de la estupidez no busca agradar ni construir consensos. Busca incomodar, y lo logra. Pero su mayor valor no está en la provocación, sino en lo que puede provocar dentro de nosotros si lo leemos con calma, en silencio, dejando que cada afirmación, cada crítica, cada exageración nos interpele. Quizá entonces descubramos que el libro no habla solo de una sociedad decadente, sino de una humanidad frágil que, a pesar de todo, sigue teniendo en la inteligencia su mejor herramienta para no naufragar. Porque allí donde reina la estupidez, solo la contemplación lúcida puede devolvernos un poco de cordura.
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