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Entre Aracne y Narciso: un libro urgente para un tiempo sin brújula
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Entre Aracne y Narciso: un libro urgente para un tiempo sin brújula

Actualizado 02/07/2025 07:55

“El miedo, la mentira y la culpa son los tres enemigos más crueles y peligrosos de tu libertad. Nunca dejarán de acecharte”

JESÚS G. MAESTRO

“El ser humano es el único animal al que es posible acobardar moralmente”

JESÚS G. MAESTRO

Leer en verano es una forma de resistencia. Mientras muchos optan por la evasión, el entretenimiento banal o el descanso vacío de sentido, sumergirse en un libro como Una filosofía para sobrevivir en el siglo XXI, de Jesús G. Maestro, constituye un acto profundamente subversivo. No sólo porque el autor desmonta, con estilo ácido y lucidez demoledora, varios de los ídolos contemporáneos —la autoayuda, la pedagogía emocional, el narcisismo digital—, sino porque ofrece una invitación explícita al pensamiento crítico, a ese ejercicio raro y necesario de mirar la realidad sin filtros ideológicos ni sentimentalismos inútiles.

Leer a Maestro en estos meses en los que el tiempo se dilata y la rutina se suspende es, tal vez, uno de los actos más urgentes para recuperar no ya la lucidez, sino la dignidad intelectual, en una época rendida al dogmatismo emotivo. Este no es un libro amable ni complaciente. Tampoco cómodo. Y por eso mismo, resulta más necesario que nunca. Maestro no busca que el lector se sienta bien, ni siquiera que “mejore” como persona —aspiración banal de tantos superventas—; lo arrastra, más bien, hacia una desintoxicación filosófica de los mitos modernos: desde la cultura entendida como virtud hasta el espejismo democrático convertido en liturgia secular. Como advertía Nietzsche, “los pensamientos que llegan mientras caminamos tienen un valor diferente”; pues bien, Una filosofía para sobrevivir en el siglo XXI es un libro que debe leerse caminando por dentro, con las defensas bajas y la mirada entrenada para el desengaño. Porque sólo quien se ha librado de ciertas ilusiones puede atreverse a pensar con rigor.

Maestro recuerda constantemente que los tres enemigos fundamentales del lector no son externos, sino interiores: el miedo, la mentira y la culpa. No como accidentes aislados de la vida política o social, sino como dispositivos estructurales de dominación. Frente a ellos, este libro no ofrece recetas de felicidad, sino una óptica radicalmente distinta: una suerte de instrumental filosófico afilado para detectar trampas disfrazadas de bondad y discursos paternalistas envueltos en retórica compasiva. Hay páginas demoledoras sobre el sistema educativo, sobre la universidad degradada en guardería ideológica, sobre la cultura reducida a sentimentalismo domesticado, sobre el trabajo convertido en religión con promesas de redención que esconden nuevas formas de esclavitud productiva. Pero también hay, entre líneas, una reflexión constante sobre el papel del lector: ¿vas a seguir siendo ingenuo o te atreverás a asumir la incomodidad del pensamiento?

Leer en verano, con un poco más de silencio y libertad, permite justamente eso: escuchar lo que durante el año nos resulta inaudible, ahogado por el ruido estructural del mundo. La filosofía, decía Simone Weil, “es la ciencia que exige más amor, más desesperación y más paciencia”. Y Maestro, con una mezcla singular de cinismo lúcido y esperanza desesperada, exige de su lector esas tres cualidades. Porque este libro, al contrario de lo que sugiere su título, no enseña a sobrevivir en el siglo XXI en el sentido de adaptarse: enseña a resistirlo. A no dejarse tragar. A no convertirse en mercancía emocional ni en repetidor de consignas.

En una época que premia lo ligero, lo digerible, lo emotivo, leer algo que incomoda, que despierta, que irrita y exige pensar es, paradójicamente, un gesto de bienestar profundo. El verano puede ser ese momento en que uno se detiene a mirar con otros ojos. Y entonces, la lectura se transforma no sólo en placer, sino en una forma de autodefensa. Como advierte el propio autor: “La ignorancia es tu talón de Aquiles. Es lo único que le interesa al poder del tramposo: controlar tu ignorancia, preservarla y potenciarla”.

Leer este libro no es sólo una forma de adquirir conocimiento, sino de recuperar la conciencia. Y eso, en una época que premia el aturdimiento generalizado, es un gesto político en el mejor sentido de la palabra. El autor no se limita a denunciar; propone una salida que pasa por la reconstrucción del criterio propio, por la lectura selectiva, por el trabajo intelectual como forma de emancipación. Por eso sus críticas a la educación no se reducen a una queja contra el sistema, sino que alcanzan también al lector mismo: “Estás obligado a desconfiar de tus profesores”, afirma, y esa frase debería resonar como un imperativo de responsabilidad individual, no como un acto de resentimiento. En una cultura donde lo emocional ha devenido argumento, pensar con rigor es ya una forma de insubordinación. Y este libro lleva esa insubordinación hasta sus últimas consecuencias.

Resulta especialmente acertado leerlo en verano, cuando el calendario ofrece una tregua y la mente puede —si uno lo decide— desentumecerse del ruido constante. El verano no es solo tiempo de descanso; puede ser también, como decía Montaigne, “el momento propicio para retirarse al cuarto más interior del alma”. Y allí, entre la brisa y la siesta, el lector puede sumergirse en unas páginas que no acarician, sino que zarandean. Porque Maestro no quiere que el lector se relaje, sino que despierte. Y si ese despertar comienza con una lectura estival, tanto mejor. Como recordaba Hannah Arendt, “el pensamiento no destruye el mundo, pero lo desvela”. Y sólo lo que se desvela puede, eventualmente, transformarse.

La virtud mayor del libro es que no se instala en ningún refugio ideológico cómodo. Ataca por igual al sentimentalismo progresista, a la cultura de la cancelación, al tradicionalismo institucionalizado, a la pedagogía centrada en la autoestima, a las redes sociales y a la espiritualidad light. Pero lo hace con una claridad argumentativa que no se disfraza de erudición inútil ni de academicismo complaciente. Aquí no hay retórica hueca: hay pensamiento. Y un pensamiento que hiere, como debe hacerlo toda filosofía honesta. Su tono, a veces mordaz, otras directamente brutal, nunca es gratuito. Hay en estas páginas una desesperación lúcida, una especie de pesimismo activo que no se resigna, sino que combate. Por eso el libro se presenta no como autoayuda, sino como “libro de desengaño”. Y bienvenidos sean estos desengaños que, como en los mejores moralistas clásicos, no conducen a la desesperanza, sino a una forma de libertad interior que permite mirar el mundo sin falsos consuelos.

Una filosofía para sobrevivir en el siglo XXI es una lectura incómoda, necesaria, provocadora y profundamente liberadora. No hará del lector una mejor persona en el sentido edulcorado del término, pero sí lo hará más consciente, menos manipulable, más difícil de engañar. Y eso, en este siglo de algoritmos, sentimentalismos y trivialización del pensamiento, es quizá el único acto verdaderamente filosófico posible. Así que sí: hay que leer este libro. Y mejor aún, leerlo en verano. Porque hay veranos que, en vez de olvidarse, marcan el inicio de una lucidez que ya no se abandona.

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