Un prestigioso intelectual español y catedrático universitario, cuando se sometía al cuestionario Proust, que le realizaba una revista, con motivo de la aparición de uno de sus libros, al preguntarle –tal y como dicho cuestionario establece– que destacara algún hecho bélico en la historia, respondió categóricamente: “–Ninguno”.
Claro, ¿cómo vamos a glorificar los hechos bélicos? El mejor destino de todos los seres humanos en el mundo, ya que se nos ha alumbrado a la vida, es el del desarrollo de una vida en la mayor plenitud posible, y con la mayor humanización de que seamos capaces.
Ahí aparecen valores como la paz, la concordia, el apoyo mutuo, la fraternidad, la tolerancia, la aceptación de los otros, la instrucción, la educación, el conocimiento, la conciencia de la historia, la práctica de las libertades y de los derechos humanos y civiles… Todo ese territorio de civilización que, tanto Europa como las demás civilizaciones, han ido configurando y consolidando a lo largo de la historia. Y que, hoy, todos hemos recibido como la mejor herencia.
Y a todo ello se opone la guerra. Todo ese territorio de civilización y de realización de lo humano se destruye con la guerra. ¿Cómo, entonces, puede glorificarse en ningún sentido?
Y, hoy, en este presente tan perturbador que estamos viviendo y soportando, la proliferación de tantos señores de la guerra (de distintos tipos y pelajes, pero con idéntica analogía con lo monstruoso), de tantas actitudes violentas, de tanta crispación de la convivencia social como está planificada de modo deliberado, son otras tantas amenazas contra la democracia y contra la paz.
Hay que estar frente a todo ello y contra toda esa perspectiva destructora de lo humano. La paz es el camino, como ha proclamado ese aserto ya bien conocido por todos. Y tiene sentido seguir proclamando, pues es una proclama de paz, de nuevo “No a la guerra”, ese lema que agrupó a tantas conciencias en todo el mundo, cuando se perpetró aquel destrozo de la guerra de Irak, con la patraña (como enseguida se vería) de las armas de destrucción masiva.
La destrucción masiva hoy es el genocidio que se está cometiendo contra el pueblo palestino de Gaza por parte del gobierno judío (uno de los hechos más atroces de nuestro presente y ante el que miramos para otra parte). Así como las guerras y conflictos que nos asolan, desde la violenta invasión rusa de Ucrania, hasta los extremismos violentos, con tantos tipos y tan planificados de agresiones que practican, que llevan invadiendo Europa desde hace ya lustros y que no hacen más que crecer.
El poeta Blas de Otero, titulaba Pido la paz y la palabra uno de sus más hermosos libros. Esa es la petición, la paz y el diálogo y el entendimiento y la concordia y la aceptación de los otros.
Y, en ese itinerario, en el itinerario de la paz y de la concordia, del entendimiento y de la aceptación de los otros, de la solidaridad y de la fraternidad…, están Gandhi, o Martin Luther King, o Teresa de Calcuta, o José Mujica, o Francisco… Todo un hito de nombres (podrían ponerse muchísimos más) que nos iluminan y dan sentido a todos.
Porque hay que levantar esa voz, hay que hacer ondear esa bandera de la paz y de la civilización, frente a tanto apocalipsis que están trayendo, en este momento histórico, tantos señores de la guerra.
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