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El calor y los libreros del corazón
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El calor y los libreros del corazón

Actualizado 23/06/2025 12:31

Cuenta la escritora de una novela situada en la montaña leonesa que huele a leña, a oso, a humedad, a pared de piedra, a canto de pandero cuadrado, a oveja y a mastín, que vive en un piso madrileño en plena calle del Rastro, en medio del trasiego infinito que se vuelve inhabitable en los tiempos de calor que cada vez son más largos. Lo dice en el frescor que dan los libros y la cristalera con la pluma grabada que simboliza el encuentro en el que se han convertido las librerías ¿Presenta alguien un libro en un entorno institucional, de butacas fijas? Ahora es la librería la que mueve su carga de libros para hacernos sitio y dejar que la gente se acerque al autor, le hable, le pida la firma que adornará la página de cortesía. Y yo, en estas lides, divido a los autores en dos: los que van pertrechados de bolígrafos, incluso de estilográficas bellas que sacan de la faltriquera y los que le piden a Rafael Corsario o a mí un útil de circunstancias.

Pero ahí estábamos añorando la prosa de la montaña, con su carga sensual de humedades, su frío que nos traspasa los huesos, y todo mientras Madrid crepita de calores y más en el centro, y hasta la Salamanca que ahora tiene jardincillos en lugares de paso, parece arder de calentamiento, y no libresco. Marta del Riego Anta tiene la frescura de su Cordillera, tierra en las botas y rumor de bosques, pero vive en la ciudad de los afanes periodísticos, y en pleno corazón de un Madrid de chulapas como Almudena Grandes. De la nostalgia de los torrentes nacerán los renglones de la prosa afilada de la autora leonesa. De las calles ahítas de gentes salían las historias infinitas de una escritora inmensa que tanto nos hace falta.

El verano deja un crujir de calor y no nos acordamos de las lluvias ni del frío que añoramos en cuanto empezamos a cocernos. Ni siquiera la promesa azul de la piscina nos consuela. Y la casa se vuelve penumbra y me pregunto cómo le hacen los de la capital grande, ahí en su horadada matriz de tanta gente… y lo hago mientras se amontonan los libros y su llamada, las portadas alegres y los horarios que se volverán humanos, lentos como la llegada a mediodía, la ropa empapada, a la casa que mantenemos en la sombra. Es el tiempo del verano y aún no acabamos de trabajar, de ser ese cuerpo que viene y va, los pies doloridos en la sandalia que deja ver todos los efectos del tiempo sobre la articulación añosa como sarmiento. Y soñamos no con playas o bosques umbríos, sino con una cerveza que empaña del calor de la mirada. Pocas cosas consuelan estos días, y quizás sea la charla y el recuerdo de una lectura enamorada lo que nos hace tendernos a la sombra de lo bueno.

Charo Alonso.

Fotografía: Fernando Sánchez Gómez.

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