En el bar de aquí cerquita, en la carta de los pinchos que nadie más que los de fuera miran, porque lo suyo es acercarse a la barra a catar con los ojos y elegir con el dedo extendido, se apela a la vuelta del cliente con una frase para la posteridad: “este es sitio de buen comer y buen tratar”.
“Es muy agradable de trato” decía mi padre de alguien utilizando una palabra que parece que solo utilizamos anteponiendo el “malos” en tiempos de barbarie. “No nos tratamos”, se bromea cuando alguien nos presenta a quien ya conocemos, “es difícil de trato” escuché a un compañero hacia otro. El trato, que no la trata, viene a significar etimológicamente arrastra o tirar, y nos imaginamos tirando del hilo de alguien o más bien de la soga para llevarle a dónde nos apetezca, en el buen o en el mal sentido del término. Ese matiz que convierte a uno en imposible cuando se le dice que está intratable, o sencillamente, es imposible sustraerse a un trato de favor cuando eres la querida de un ministro –algo tan viejo como la política- o al maltrato del material escolar de mis intensos cuando se aburren y se dedican a la mecánica de deshacer bolígrafos, correctores y todo lo que caiga en sus manos. Se ponen intratables cuando no hay manera de hacerles callar y no hay trato que valga con ellos ni poniéndoles el socorrido negativo que ahora, en tiempos de evaluación de competencias, es una soberana tontería (las competencias, no el negativo).
De buen tratar son en el bar cerquita de mi casa y de ahí mi querencia por su trato cercano y profesional, que yo es ver un camarero llevando la bandeja con tres copas y dos botellas y me pongo a aplaudir. En tiempos de vale todo, no hay nada mejor que esperar la salida del plato recién hecho, que en mi barrio parece que los hay que van a misa para tener cronometrada la aparición de la chanfaina. Debe ser cosa de lo salmantino, gente de buen trato, de tratantes de ganado, de cereal y de negocios de palabra como los que se hacían en los soportales del Villarrosa. Cosas de antes, de tiempos de mi padre en los que se vendía y se compraba y hasta se intercambiaba, sin papeles ni mandangas, así, de trato oral y manos que se estrechan antes de separarse y cada uno por su lado y la copa vacía en la hospitalaria barra de los bares de las inmediaciones de la Plaza. Tiempos de maltrato en lo político y, sin embargo, de negocios limpios de hombres de bien y de buen trato, de tratantes con solera y hasta gracia en la forma, en ocasiones, de hacer pasar gato por liebre, que también. Después de todo, tratar de ser perfectos y de pensar que eran unos santos los comerciantes de la época de mi padre es de una inocencia que ni yo, que creo ser creyente y crédula. Y hasta, confío, que de buen tratar y amor al bar nuestro de cada día donde tan bien nos tratan.
Charo Alonso.
Fotografía: Fernando Sánchez Gómez.
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