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El circo
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El circo

Actualizado 08/05/2025 08:17

“Circo (del lat. Circvs). m. Edificio o recinto cubierto por una carpa, con gradería para los espectadores, que tiene en medio una o varias pistas donde actúan malabaristas, payasos, equilibristas, animales amaestrados, etc. m. Edificio o recinto cubierto por una carpa, con gradería para los espectadores, que tiene en medio una o varias pistas donde actúan malabaristas, payasos, equilibristas, animales amaestrados, etc.” Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua.

Vaya por delante la declaración de respeto de quien esto firma por las creencias religiosas particulares de cada persona. Y la indicación de que se envían estas líneas el miércoles 7 de mayo, para que sean publicadas el sábado 10, y que cabe dentro de lo posible que este día ya haya sido “elegido” el nuevo Papa, y que haya empezado a olvidarse (a tragarse y digerirse) el bochornoso circo formal (e informativo y mediático) relacionado con el lamentable espectáculo posterior a la muerte del anterior jefe del estado del Vaticano, que ha tenido, y tal vez lamentablemente aún tiene, copados, intoxicados, hipnotizados y sumidos en un nivel apreciable de boquiabierta estupidez a sociedades enteras manipuladas e instituciones nacionales de todo el mundo, algunas de las cuales se ven desenmascaradas sin pudor estos días, mostrando su auténtico rostro meapilas, sumiso, dócil y amedrentado.

Los rituales, tanto religiosos como folclóricos, costumbristas o celebratorios, que en todo el mundo repiten desfiles, verbenas, procesiones, bailes, comilonas o borracheras colectivas, no contienen, sin embargo, el componente de una proyección social que supere su propio ámbito territorial, salvo algunos que, abrigados y patrocinados por intereses comerciales, turísticos y hosteleros, fingen una implantación y un interés que traspasa sus fronteras, pero que, a la postre, no consiguen implantarse (quizá ni lo intentan) en el imaginario colectivo, salvo de ciertos fanatismos radicales.

Aunque es cierto que la fuerza intoxicadora de la religión (de toda religión) cuenta con su primigenia columna del miedo -en todas sus formas- para evitar, o al menos esquivar, su negación y hasta su cuestionamiento intelectual, los rituales de los ancianos padres de la iglesia católica en Roma antes y durante su cónclave -otro palabro-, sus admoniciones, advertencias y amenazas de excomunión y del fuego eterno, sus puertas cerradas -sus portazos-, sus disfraces, sus desfasados latinajos intimidantes, la obscena opulencia de sus sedes y la demasía y el lujo de los lugares de sus conciliábulos y secretitos, revelan, por si no estuviese claro y fuese evidente en sus sucursales, delegaciones y franquicias de todo el mundo, la desconexión absoluta de la realidad y del tiempo de una institución generosamente mantenida por demasiados gobiernos a cambio de la pueril, indemostrable y mezquina promesa de una inexistente salvación eterna.

El desplazamiento a Roma de legiones de periodistas, informadores, camarógrafos, fotógrafos, cronistas y comunicadores de todo el mundo, con el único fin de repetir, mostrar y espectacularizar el relato de los rituales medievales, inconexos con el tiempo y la gente y que pagan creyentes y no creyentes de todo el mundo, informan también de la levedad y la baratura de los principios informativos y la profesionalidad de sus responsables, especialmente los que se nutren de fondos públicos, y vuelven a dar noticia de que la re-conversión en un mal circo del circo que los obispos y cardenales católicos, sin pudor alguno y sin sentido de la realidad, ofrecen y ofrecerán hasta que acuerden-negocien-repartan quién subirá al más alto escalón del gigante escenario de la manipulación mental, que ni el respeto a las creencias, ni las propias creencias de quien las tenga, merecen.

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