Una antología de motes poéticos en el fútbol es una joya cultural, conecta el lirismo popular con la memoria colectiva del juego. Son una manifestación popular que cumple varias funciones: cariño, burla, admiración, identificación y hasta marketing. Desde los primeros tiempos del deporte, los aficionados, periodistas y compañeros de equipo comenzaron a asignar apodos a los jugadores, entrenadores, equipos e incluso hinchadas.
Recordamos algunas muestras: “La Máquina” (River Plate de los años 40); “O Rei” (Pelé); “El Mariscal” (Perfumo); “El Loco” (Bielsa, Gatti, Abreu…); “La Saeta Rubia” (Di Stéfano); “El Matador” (Kempes)… Los motes no solo describen rasgos físicos o estilos de juego; también fijan una narrativa, un mito y muchas veces sobreviven más que el nombre real del jugador.
Si recorremos algunas décadas pasadas, obtenemos la siguiente información relevante: 1900-1940, “El Mago” (José Piendibene, Uruguay); “El Terrible” (Ramón Unzaga, Chile, inventor de la chilena); “El Divino” (Orth, Hungría). Entre 1940-1960, “La Máquina (River Plate): “El Charro” Moreno, apodo mejicano para un argentino; y otros ya citados “O Rei”, “La Saeta Rubia”… Entre los años 60-80, “El Matador” (Kempes), “El Toro (Zamorano), “El Tigre” (Falcao), “El Brujo” (Iribar), “El Divino Codino” (Baggio), “Loco Gatti”, “Pibe” (Valderrama)… Por los años 90-2000 destacaremos “Zizou” (Zidane), “El Fenómeno” (Ronaldo Nazario), “Batigol” (Batistuta), “El Niño” (Torres), “La Pulga” (Messi), “Cantona, el Rey Eric”. Y en la época más reciente, 2000-2025, “CR7” (Ronaldo), “Dibu” Martínez, “La Araña” (Julián Alvarez), “El Cuti” (Romero), “El Comandante” (Cristiano como figura épica), “La Bestia”, “La Joya”, “El Fideo”…
Otras clasificaciones serían similares a la del “Tren Valencia” (Valencia), “Avión Ramírez” (Julio César Ramírez), “La Ardilla” (Agustín Delgado), “El Poeta del Gol” (Francescoli), “El pianista del área” (Riquelme), “El Pintor” (Pirlo), “El Ángel de Madrid” (Raul González), “El sol de Barracas” (José Manuel Moreno), “El Mariscal del Área” (Pasarella), “El Cisne de Utrecht” (Van Basten), “El Duque (Fernando Redondo), “El Cabezón Sabio” (Valdano), “La Pantera Negra” (Eusebio), “El Lince de Arroyito” (Luis Artime). Etcétera.
Esta profusión de motes y nombres ilustres del fútbol, resultará llamativo por desconocido. Pero ahí están. Si nos remitiéramos a los indios americanos del lejano oeste, asociaríamos a muchos jugadores de fútbol por “pie pesado”; “zurda infalible”; “puntera certera”; “cabeza rompedora”; “ojo de lince”; hasta “toro sentado”… A todos esos nombres se podrían asimilar buenos futbolistas. En el fútbol no hay cosa más seria que un mote bien puesto, el apodo es revelación. Cuando un jugador recibe su mote verdadero, deja de ser solo un cuerpo en la cancha, se vuelve criatura. Un buen mote es ya una forma de poesía. El fútbol pasa. El gol también. Pero el mote… queda. Cuando todo lo demás envejece, el apodo persiste como una carcajada o una sentencia. El balón se desinfla, la camiseta cambia, pero el bestiario queda, flotando como una constelación de nombres eternos.
Y nos queremos regodear en los próximos fenómenos destacados, con motes poéticos tales como: “El Susurro del Pase” (Pedri) aquel que hace jugar sin hacer ruido; “Relámpago azulgrana” (Lamine Yamal) porque no corre, corta el cielo a los 17 años; “Corazón de Contratiempo” (Fermín), llega cuando no se espera; “Daga de Barrio” (Gavi), navaja noble, corta sin rencor, furia bien criada; “Ráfaga del Sur” (Raphinha), juega con viento tropical en los pies, nunca es previsible; “El Desborde Iluminado”, cuando encara el estadio se inclina, es carnaval en vertical; “La Pisada Inesperada” (Rodrygo), callado, fino, letal. Siempre está donde asombra; “Relojero del Silencio” (Modric), el balón gira a su ritmo, no envejece, se afina; “El Remolino Calmo” (Camavinga) gira, barre, ordena, huracán con cabeza fría; “El León de Medianoche” (Jude Bellingham), cuando el partido agoniza, él ruge. Es gol en forma de hobre; “El Río Vertical” (De Jong), fluye sin pausa, nunca se detiene, nunca se apura; “Martillo Nórdico”, (Haaland), su gol tiene acento de trueno; “El Vértigo Perfecto”, (Mbappé), no hay defensa que lo alcance ni poeta que lo describa; “El Equilibrista de Césped”, (Griezmann), no cae nunca, entre líneas, entre gestos, entre roles; “Ala del Destino” (Di María), cuando el partido lo necesita aparece con vuelo profético; “Torbellino de Cristal”, (Dembelé), imparable, imprevisible, frágil como la genialidad…
Podemos observar la poética y razones por las que los motes acaban definiendo su propio desempeño. Todo un ejercicio creativo en pos del fútbol…
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