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Comprar, o no, un libro
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Comprar, o no, un libro

Actualizado 19/04/2025 09:21

Coinciden este año con esa repetida, vacía y un tanto hipócrita celebración del Día del Libro, el 23 de abril, el fallecimiento de uno de los mayores escritores contemporáneos en lengua española, Mario Vargas Llosa, la decisión de la editorial Anagrama de no distribuir el libro El odio, del español Luisgé Martín (un texto sobre el asesinato de dos niños por su padre), además del cincuentenario de la desaparición del dictador Franco. Y serán sin duda estos “acontecimientos”, y algunos más localistas o provincianos, los que serán destacados, publicitados y/o alabados o magnificados para vestir el Día del Libro de algún “significado” que supere su única intención, la venta de libros, de cualquier clase de libros. Y se llenarán las mesas de las librerías, los estantes de las bibliotecas públicas y los mercadillos callejeros, y saldrán de los almacenes y los depósitos libros que recuerden a estos autores, esas fechas o aquellas circunstancias, para argumentar el mercadeo libresco del 23 de abril con esa pátina que, entre homenajeadora, tributante y lacrimosa, aprovecha las coincidencias, reales o forzadas, de nombres y circunstancias, valorando el gentilicio, destacando el cumpleaños o evocando la muerte, para alimentar la maquinaria editorial (que no cultural, mucho menos literaria y en absoluto formativa) en que suelen apoyarse los puestos callejeros del día 23, los cartelones institucionales que lo recuerdan y los discursos laudatorios que repiten próceres y autoridades para alejarnos de la lectura y aproximarnos a la compra de libros, y que hasta las flores que en Cataluña, a modo de tradición machista para homenajear al Libro, lo desprecian.

Vender libros, ese es el mensaje. Ningún otro. Las dinámicas culturales de este país, en especial las referidas a la difusión de la Literatura, de la Historia y, en general del Conocimiento y la Cultura, adolecen, sobre todo en cuanto a las obligaciones y responsabilidades en la materia de los organismos públicos, de un adocenamiento y una ramplonería que no merecemos. Asociado el verbo leer al mero hecho de pasar la vista por lo impreso, sea cualquiera el contenido, y erróneamente identificado el acto de leer con lo valioso, meritorio y eficaz, esa confusión y la atribución de valor al mero hecho de tener un libro en las manos, son aprovechadas por los mercaderes de papel impreso para expender libros que sólo se definen por su precio de venta.

Las políticas de animación a la lectura y de difusión cultural relacionadas con los libros, han sido colonizadas por ediciones más que infantiles infantilizadas, de nulo valor formativo y, en ocasiones, notable sentido doctrinario, cuyo significado sólo pueden entenderse si se entiende la imagen de futuro consumidor y comprador con que se contempla al niño. La ausencia total de una actividad experta, capacitada y competente de animación, familiarización y comprensión de la lectura, su disfrute y su sentido, para colectivos de cualquier edad, en flagrante incumplimiento de las obligaciones públicas para con la sociedad, hacen que bibliotecas, teatros y foros se llenen, salvando escasísimas propuestas, de charlatanes, trompeteros y cuentacosas más preocupados por justificar su propia actividad.

El acaparamiento de los espacios de venta y difusión de libros por resúmenes, adaptaciones y homenajes, cuya validez se asocia a la popularidad de su autor y no al juicio de su contenido; la manipulación, la pseudociencia y la charlatanería (cuando no el llenado de páginas por obras más bien mediocres creadas “a medida” de colectivos, -“carmenesmola” de todo pelaje- grupos o ideologías), hacen que el lector de cualquier edad, sin guía efectiva, más allá de la que quiere llevarle a la compra del objeto-libro, haya de seguir su propio criterio (forjado en su propio esfuerzo) para decidir qué leer, y que es cualquier fecha mejor que el 23 de abril, sin embate, sin agobio y sin celofán, para comprar, o no, un libro.

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