Escribo este artículo desde mi experiencia de perteneciente a la generación nacida en los años posteriores al final de nuestra guerra civil y que en el presente forma parte de la población de mayores.
Si me viene espontáneamente formular esta pregunta, es a causa de tres grandes acontecimientos en nuestro país, en los últimos años, que han sido traumáticos para la mayoría de mi generación y que pertenecen a esos acontecimientos que previamente son inimaginables: el primero ha sido la experiencia de la pandemia Covid19, el segundo es el significativo deterioro de la Sanidad Pública en nuestro país, en estos últimos años, y en tercer lugar los acontecimientos políticos, bélicos y económicos que sacuden el presente internacional, sobresaliendo entre ellos las políticas que ha puesto en marcha unilateralmente el presidente D. Trump desde EEUU.
Los tres han coincidido temporalmente con esa etapa en la que cientos de miles de mujeres y hombres españoles terminaban su etapa laboral activa, se jubilaban, sus hijos se independizaban del hogar paterno y los primeros síntomas del envejecimiento físico aparecían en sus cuerpos.
Lo curioso de estas vidas de mi generación es que la mayoría de ellas tienen un trayecto vital que se puede describir como de una infancia normal, o buena, una juventud y etapa adulta sin experiencias traumatizantes colectivas dignas de mención y finalmente se ha llegado a una tercera o cuarta etapa llena de temores y de vacíos o ineficacias institucionales que no protegen con mínima eficacia nuestras vidas.
Mi historia personal ha sido la de una infancia recordada como feliz, en aquella España de postguerra en la que la ingenuidad y espontaneidad de la niñez era más fuerte que las carencias de bienes materiales o de ocio, y todo se teñía del color de la infancia intensa y positiva. La adolescencia y juventud fueron etapas dinámicas de estudios, primeros trabajos coherentes con la preparación previa y llenas de proyectos de maduración, casamiento, cuidado de los hijos, sin que, en general las desgracias o faltas de salud oscurecieran aquellos activos años. Los años de adulto giraron en torno al intenso trabajo profesional, compensado con el ocio necesario con las relaciones familiares y de amistad.
Y finalmente, cuando la mayoría de mi generación estábamos esperando el “júbilo” tranquilo y útil de la jubilación y de vivir de lo cosechado en los años precedentes, aparecen las mayores experiencias traumáticas colectivas: una epidemia vírica de origen animal, el confinamiento en casa, la vacunación, las dudas e inseguridad que los datos conocidos no podían hacer desaparecer, el posterior aumento alarmante de problemas de salud mental en nuestro entorno ( más en niños y adolescentes), el desmantelamiento o disminución de numerosos dispositivos sanitarios, cuando más necesarias eran, y finalmente la inestabilidad política, llena de tensión y odios, y vacía de argumentaciones, pues objetivamente estos últimos años la economía general de nuestro país no solo no ha retrocedido sino ha mejorado significativamente, siempre dentro de la Unión Europea.
El “remate” ha sido la intranquilidad y dolor que generan las guerras y la política expansionista y autoritaria del actual presidente norteamericano.
¿Qué más puede suceder? ¿Otra guerra mundial? ¿Nuclear? ¿Un empobrecimiento generalizado? ¿Un calentamiento global insano y peligroso para la supervivencia?
Mi generación ha pasado de una tranquilidad basada en el trabajo y el esfuerzo a una intranquilidad que no puede ser derrotada por los razonamientos y el supuesto sentido común de la mayoría de nuestra especie.
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