José Manuel Regalado publica 'El ardido lugar'
Tiene 181 páginas pero más hondura que el mejor duende de Morante de la Puebla. José Manuel Regalado pareciera vestirse del más sofiscicado Juan Ramón Jiménez. Me suena también esta su extrema economía poética a otros vates de la historia sagrada de la poética que en el mundo han sido. Gente (perdón) como Pedro Salinas o incluso tipos de inhóspitas como Gamoneda o equilibristas líricos que despreciaron la arquitectura burguesa establecida atizando con ahínco la llama del surrealismo dadaísta.
Como el agua que corre presurosa, limpísima y de imposible regreso bajo el eterno puente, su poesía es reflejo de cambios y recovecos existenciales pero es siempre la misma y siempre distinta. Abreva en la sorpresa. Corre, salta, se detiene, se emboca entre piedras de espejo, se arremolina en textura de cahozos…
En mis cortas luces, por ahí andan mis sensaciones al leer esta última obra de nuestro talentoso poeta más ensombrecido en su tierra.
Pero es que, al final, Regalado viene a nacer en Muñoz, pleno Campo Charro (al que él canta y adora, por cierto) y, aunque ha vivido muchos años envuelto en leyendas rondeñas, la cuna siempre deja huella y respiro.
Regalado es poeta, no obstante, de personalísima trazabilidad en el sendero estético recorrido. Bebe de lo mejorcito y, ya digo, nos deja un legado poético que hunde sus raíces en la tierra brava de esta Salamanca que le obvia y en libros como “El ardido lugar”, minimalista fulgor de genio y osadía, nos regala un distinguido jeroglífico poético y una amorosa caricia.

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