Para unos es un anticonstitucional atentado contra la libertad de expresión, para otros es un palmario acto de censura a la literatura, para mí no es otra cosa que uno de tantos ataques colectivos de morbo.
Hurgar en las heridas ajenas es una costumbre tan generalizada como despreciable. Estos días, las de Rutch Ortiz, han sido la apertura y el cierre de todos los medios de comunicación, y supongo, porque me ha faltado valor para comprobarlo, que también de las redes sociales. Está visto que las desgracias ajenas son un limón que el morbo no se cansa de exprimir. Hace unos años, José Bretón, su exmarido y padre de sus dos hijos, decidió matarlos para hacerle daño y quemó sus cadáveres después.
Ni doloroso, ni horrible, ni triste, no hay palabras en el diccionario para nombrar este sentimiento. Su vida cambió para siempre porque estos males no los curan los psicólogos, ni los psiquiatras, ni los jueces, ni el dinero, ni la familia, ni siquiera otros hijos, ni el tiempo por mucho que digan que todo lo cura, hay que aprender a vivir con ellos a cuestas, y eso no es fácil mientras haya tanto morboso suelto. En esta ocasión, para hacer negocio con su dolor, porque hay que ser muy ingenuo para creer que no hay intereses económicos por medio, se han juntado tres: su exmarido, que la convirtió en la víctima principal, y que ni siquiera se ha dignado a pedirle consentimiento, el periodista que le ha escrito un libro para confesar sus pavorosos crímenes, algo que es del dominio público porque la Justicia, en su día, lo juzgó y lo condenó por ellos con todas las pruebas que lo culpaban sin lugar a error, y de hecho no está en un balneario de reposo, está entre rejas, o sea, en la cárcel, y la editorial que se comprometió a publicarlo y que, por cierto, ni siquiera ha tenido en cuenta La Ley de Protección de Datos, pues, seguramente para empezar a promocionarlo, debe haberlo distribuido antes de ponerlo a la venta puesto que en algunos medios ya se reconoce haberlo leído. De momento su denuncia ha paralizado la publicación, y cada cabeza, una sentencia. Para unos es un atentado contra la libertad de expresión, para otros no es otra cosa que pura y dura censura, para mí, sencillamente, es morbo, término que, según la RAE, significa muchas cosas y ninguna buena.
Por lo tanto, lo tengo claro: si a pesar de todo llegara a publicarse, cosa que no hay que descartar porque en este país pueden surgir triquiñuelas para todo, ni pienso comprarlo, ni pienso recomendarlo, ni pienso leerlo. Y es el único deporte que practico de tres a cuatro horas diarias y muy poco tiene que decir un libro para que no me interese.
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