Martes, 01 de abril de 2025
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Olor a viejo
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Olor a viejo

Actualizado 25/03/2025 11:22

Crujen las maderas de la vieja tienda de libros que parece un pasillo, donde se abalanzan sobre el visitante las estanterías plenas, de ramajes sólidos y profundos para que se amontone la página y su desorden. Y a medida que los pasos nos acercan al mostrador que también tiene su historia de notario antiguo o de bufete de voluta tallada para el placer de la vista y la desesperación de los dedos que la limpian, el librero, hundido en un volumen tan antiguo como su barba, levanta la vista distraído de su tarea. Pareciera que no le interesa levantarse a buscar entre los anaqueles del tiempo el volumen solicitado, pero cuando lo hace, lleva en torno a sí un aura de polvo de papel, una ristra de letras de otro tiempo, un poema en páginas de cordel, un romance de hojas volanderas. Busca con su mirada en los estantes del desorden y alcanza un título tirando del lomo que nos entrega con cierta dejadez. Un librero de viejo no está deseoso de vender, sino de acrecentar la cosecha.

El libro, descatalogado, amarillento de tiempo perdido, huele a viejo y desprende también un sutil perfume al humo de su anterior dueño. Cuántas veces, en mi paso por la página de segunda mano, he encontrado dedicatorias amorosas, rendidas admiraciones, generosas rúbricas de regalo… y recorriéndolas, pienso cuán cruel es el tiempo que hace olvidar la entrega y la sorpresa de abrir el regalo, cuán doloroso es ver que la dádiva ha acabado en la almoneda de una librería de viejo para que otro reciba por tan poco lo que fue antaño tan valioso. Pero este libro que ahora busco no está a nadie dedicado, probablemente nadie lo comprara y no tuvo el gusto de ser abierto con amor y rubricado con mimo. No tiene nada que indique que fue abierto, aunque sí está libre de su precintado, y el olor que desprende indica que quizás lo tuvo entre sus manos un dueño fumador de pipa o inveterado amante del humo. Es libro virgen de páginas cerradas y sin embargo, no desprende el olor de una aséptica librería sino el de una biblioteca envuelta en perfume de tabaco.

Me llevo el libro y el librero me baja el precio, quizás feliz de tener un hueco que llenar ahora con las pilas de libros que se amontonan alrededor de su silla. Me gustaría preguntarle por el registro de estos alteros de volúmenes que amenazan con engullirle, cómo hacer el inventario de todos sus afectos. Pero le veo deseoso de acabar el trámite y volver a su libro de aires antiguos y letra apta para paleógrafos, y me apresuro a guardar en la bolsa el volumen y a salir dejando que crujan bajo mis pies las maderas del suelo y el oleaje de los estantes me dejen pasar y no vuelvan a tentarme. Afuera, insensibles al hurto y a la intemperie, una caja de madera ofrece más títulos de pasta dura y aire de best seller de otro tiempo. Todo está al alcance de las manos y del bolsillo nuestro, y desde la profundidad de la librería de viejo, lee el librero. Son esos instantes felices de visitante de otro tiempo.

Charo Alonso.

Fotografía: Fernando Sánchez Gómez.

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