, 07 de diciembre de 2025
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¿Será posible?
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COLES DE BRUSELAS, 102

¿Será posible?

Actualizado 07/03/2025 13:12

Dentro de las preguntas retóricas, esta del “¿será posible?” es una de las destacadas, cuando nos la hacemos es porque de sobra sabemos la respuesta. También era esta frase interrogativa el principio de las regañinas maternas cuando constataba que, una vez más, habías cometido una de las fechorías habituales; y les confieso lectores, que no siendo yo una madre excesivamente regañona, muchos de mis calentones para con mi prole comenzaban también con tal pregunta retórica.

Van a tener ustedes que perdonarme el excesivo recurso a la infancia perdida y añorada porque estoy pasando varios días en el sitio de mi recreo que es esta capital castellana. Aquí, consigo no leer cada día las noticias de los cuatro periódicos habituales que consulto por las mañanas, se me olvidó el día de las elecciones alemanas, el de la visita de Zelensky a la Casa Blanca y el cumpleaños de uno de mis cuñados. Aquí consigo que los días tengan más de veinticuatro horas y desayuno una rebanada de pan de hogaza (blanco y con toda su miga) que probablemente engorde y vaya en contra de todas las recomendaciones dietéticas, pero que es el premio que me doy para compensar muchos desayunos de yogur con fruta que no engordarán pero que, personalmente, vivo como un castigo. Si hay algo que les deseo a todos ustedes es que tengan un sitio propio y elegido, ya sea campo, costa o ciudad; un refugio donde, aunque no tengan protección antimisiles, puedan ustedes protegerse de la tiranía del tiempo y las servidumbres de lo cotidiano, que a veces son muchas y pesadas.

En este lento discurrir de las horas castellanas, consigo que se me olvide que hablo más idiomas que hemisferios cerebrales tengo; que a la vuelta me espera un trajín de aviones que me agota y que las nubes son mis eternas compañeras hasta el punto en el que ya ni las veo ni las padezco e incluso me persiguen, porque hasta en la estepa castellana me esperan para descargar su ira; y que vivo deprisa, mucho más de lo que desearía y de lo que mi carrocería, ya un tanto oxidada, aguanta. Y dentro de esta lentitud conveniente y terapéutica, me resulta gracioso volver a ver películas dobladas, tiendas que cierran a mediodía y no vuelven a abrir hasta las cinco de la tarde, abuelos en plena forma caminando por la orilla del río, pastelerías llenas de perrunillas y sucursales bancarias con empleados de banca dentro, aunque haya que pedir cita previa. Es en medio de este vivir de otra manera cuando me pregunto si será posible que ocurra algo que me robe tanta tranquilidad medicinal.

No vivo aislada a pesar de intentarlo, y le pongo puertas y cerrojo a la invasión permanente de actualidad en el remanso de piedra y plateresco que me acoge, pero el viernes 28 de febrero, un señor de visita en Washington, ninguneado y maltratado por sus huéspedes, me recordó (y espero que a ustedes también) que todo lo que parecía imposible ya no lo es, que la vida tranquila que hemos llevado desde 1945, a pesar de nuestras cuitas y reveses, puede empezar a ser de todo menos tranquila; y que nuestros hijos y nietos quizás se vean de repente metidos en el barro atados a una metralleta, y nosotros acordándonos de Santa Bárbara porque truena. Que la historia, terca como una mula, tiende a repetirse y que lo de ahora se parece peligrosamente a lo que pasaba justo antes de esos ochenta años de tranquilidad; los locos desatados son de países diferentes a los de entonces, pero eso poco importa. Los que nos examinamos de unos temarios que contenían un capítulo llamado “la Europa de entreguerras” y lo recordamos con detalle porque sacábamos buena nota, tenemos que hacer un ejercicio de optimismo desaforado y confiar en el sentido común del género humano que no sé si es más difícil lo primero o lo segundo… ¿Será posible?

Concha Torres

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