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No poder y poder
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No poder y poder

Actualizado 28/02/2025 13:47

Hace días hemos asistido a uno (otro) de los grandes bochornos que este país ofrece al mundo en relación con el machismo, el patriarcado y la marginación crónica de las mujeres. La ridícula, ofensiva e insultante, por escasa, insuficiente y hasta chabacana sentencia judicial dictada contra el expresidente de la Federación Española de Fútbol, denunciado por agresión sexual a una de las jugadoras de la selección nacional, muestra una vez más la liviandad y la estrechez, y la flagrante falsedad, de la epidérmica lucha institucional contra el machismo que, también en la judicatura, lastra, obstaculiza e impide cualquier avance en la igualdad, el respeto y el reconocimiento de la dignidad de las mujeres en España, y que convierten en papel mojado las leyes de protección, en palabrería hueca las ampulosas declaraciones políticas y en brindis al sol los vacíos minutos de silencio que pintan de morado y pancarta las puertas de las instituciones y llenan de desaliento la permanente frustración femenina.

Absueltos los cómplices y justificadores del agresor, reasignados sus aplaudidores e intactas las estructuras federativas donde medran secuaces y sicarios, y condenado el culpable a una ridícula multa de calderilla, la única enseñanza útil de ese juicio es la constatación de que el apoyo de las compañeras de Jennifer Hermoso, la denunciante y agredida, ha constituido y constituye el único elemento positivo y esperanzador en la lucha contra la indignidad del machismo: el único.

Posturas de inequívoca dignidad y permanente lucha, como las de Alexia Putellas o Irene Paredes, además de la mayor parte de las integrantes de la selección española de fútbol, unidas a los apoyos de otras deportistas de todo el mundo, contrastan con el silencio bovino, indigno y estruendoso de los futbolistas profesionales masculinos, tanto de la selección española de fútbol como de todos y cada uno de los clubes nacionales, incluidos los directivos y técnicos, en una demostración colectiva de vileza machista, mezquindad y deslealtad que signa individualmente con la marca de la cobardía, la docilidad y el servilismo, si no de la complicidad, a cada uno de sus miembros.

La agresión a la futbolista, incluso “superada” con la vergonzante sentencia, ha hecho que se hable de nuevo de uno de los más infectos aspectos del machismo: el cotidiano abuso de poder, la sumisión forzada o forzosa ante los actos agresivos, de ofensa y agravio sexual o personal, acciones despectivas, palabras insultantes o el indigno baboseo físico, verbal o de actitud del superior jerárquico hacia las mujeres y, sobre todo, ha puesto de manifiesto el precio de callar y, sobre todo, el de no callar. Jennifer Hermoso pudo denunciar y concitó el apoyo de sus compañeras. Ojalá en la vida de vivir de otras mujeres, miles, millones, eso fuera posible; en la vida alejada de la fama y de los focos, en la cotidianidad de trabajos sin brillo de todo tipo, en oficinas, fábricas, casas, aulas, cuarteles o grupos laborales, culturales o deportivos, pudieran las mujeres ejercer el valor denunciando y pronunciar su dignidad rebelándose, como ha podido hacer la futbolista española.

Pero no pueden. En una sociedad en la que el machismo y la desigualdad son todavía blasón de orgullo para tantos y tantas, y renglón de programas electorales para diputados, consejeros, presidentes o responsables, no pueden; en un país donde todavía se oye el “no fue para tanto” que absuelve y justifica, no pueden; aquí, donde se reboza en la papilla de la peor política y se intenta desprestigiar y ensuciar el concepto de feminismo, no pueden; en el país de las Trece Rosas, no pueden; en el país de ‘la manada’, no pueden.

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