A febrerillo el loco con sus días veintiocho le ha salido un caballero sin capa y sombrero. Es un tipo al que le ponen delante una ordenada sucesión de plumas, que después serán exhibidas en el museo de los horrores y los errores, con las que tiene que firmar documentos cuidadosamente envueltos en carpetas negras. Decisiones tan sumamente importantes que las muestra, una vez rubricadas, con letra enorme y solemne, al público complacido que ve feliz la imposición de aranceles, el deseo de agenciarse lo ajeno y hasta el de convertir una franja de tierra arruinada por la guerra en un ressort. Qué hermosa letra, diría el poeta León Felipe, que por una vez se puso irónico, con lo directo que era, tiene usted, señor general.
Para firmar aberraciones o sentencias de muerte no hay que tener pulso de maraquera, ese que tengo yo cuando me toca hacer un círculo en la pizarra o enhebrar una aguja. No, hay que tenerlo todo meridianamente claro. Y yo, que soy shakesperiana por naturaleza, me quito el sombrero ante semejante y aterradora seguridad. Tan claro lo tienen que le cambian nombres a las cosas, ponen a un iluminado a podar funcionarios en vez de mandarlo a la luna, levantan el teléfono y hasta se pone un sociópata de manual que fue capaz de recibir a la canciller alemana, que siempre había aludido a su fobia perruna, junto a un can amenazadoramente grande. Es la típica anécdota que se queda en mi cabeza como una esquirla: un hombre de una crueldad refinada que, después, como para hacerse perdonar, le regala un peluche con el mensaje “Este no muerde”. Si no tienes respeto por la vida de los tuyos y los mandas al matadero, cómo vas a tenerlo por una mandataria que se atreve a ladrarte precisamente en ruso, tu hermosa lengua de poetas y de novelistas.
Ante este mundo enredado donde se dispara a los niños y no hay nada que derribar en una tierra tan inhóspita que uno se pregunta por qué desear regresar a ella, la vida cotidiana guarda la dulzura del sol que vence a la niebla y se enreda en las ramas con vocación de brote. Y la comida compartida tiene espuma de fiesta, aroma de charla, páginas de verso que se vierte sobre lo hermoso que vivimos, día a día, con la emoción del cuidado y la esperanza, con la paciencia que, según la santa escritora, todo lo alcanza. Y dejamos correr las semanas de este febrerillo loco mientras el hombre, ajeno a la belleza, sigue firmando para la posteridad decisiones vanas a las que damos la espalda en nuestro feliz deseo de que llegue la primavera y paren todas las batallas.
Charo Alonso.
Fotografía: Fernando Sánchez Gómez.
La empresa Diario de Salamanca S.L, No nos hacemos responsables de ninguna de las informaciones, opiniones y conceptos que se emitan o publiquen, por los columnistas que en su sección de opinión realizan su intervención, así como de la imagen que los mismos envían.
Serán única y exclusivamente responsable el columnista que haga uso de nuestros servicios y enlaces.
La publicación por SALAMANCARTVALDIA de los artículos de opinión no implica la existencia de relación alguna entre nuestra empresa y columnista, como tampoco la aceptación y aprobación por nuestra parte de los contenidos, siendo su el interviniente el único responsable de los mismos.
En este sentido, si tiene conocimiento efectivo de la ilicitud de las opiniones o imágenes utilizadas por alguno de ellos, agradeceremos que nos lo comunique inmediatamente para que procedamos a deshabilitar el enlace de acceso a la misma.