¿Y cómo es nuestro presente en cuanto a situación mundial de paz o conflictos bélicos?
Lo sorprendente es que ochenta años después, estamos en un momento en el que nos rodean numerosos factores de inestabilidad internacional que había en la Europa de 1940, aunque hayan cambiado los nombres y apellidos de gobernantes y de ideas socioeconómicas vigentes.
En realidad, en los últimos meses estamos en un grave riesgo de inicio de una III Guerra mundial. Con las características de liderazgo del presidente Trump, el riesgo ha aumentado significativamente; por ejemplo, si la semana pasada, a propósito del accidente del vuelo comercial que se estrelló contra un helicóptero militar, en las inmediaciones de Washington, se le hubiera ocurrido al presidente culpar a Canadá o a México del accidente, en lugar de culpar a las políticas de sus predecesores B. Obama o Biden, o acusar del accidente aéreo de Filadelfia de hace unos días a un gobierno ajeno, fácilmente se hubiera pasado a agresiones bélicas. Pues la inestabilidad que caracteriza al presidente Trump le empuja a sostener explicaciones y actuaciones impulsivas. ( Es curioso que a unos días de su nombramiento, cuando ha tenido que expresar su opinión de presidente sobre estos dos fortuitos accidentes o cuando se ha referido a los graves incendios que han devastado Los Ángeles, en las semanas inmediatamente pasadas, solo ha podido expresar acusaciones sobre terceras personas, supuestamente rivales).
Da la impresión de que la Humanidad no ha aprendido apenas nada de experiencias anteriores tan dolorosas y catastróficas, como la guerra contra el nacionalsocialismo alemán; por ejemplo, que por muy complejas en fondo y forma que sean las negociaciones para resolver un conflicto territorial o de interés económico entre dos países, son siempre mucho más rentables las negociaciones que las gigantescas pérdidas que crean los conflictos bélicos. Y hay otra “lección” importantísima en la diplomacia en torno a los conflictos entre países: es admitir la posibilidad (que ya ocurrió en la Alemania de Hitler) de que un líder con deficitaria capacidad de razonamiento y con gran emocionalidad en sus mensajes sencillos que formulen el supuesto bien de su país, sea capaz de arrastrar a millones de ciudadanos, como ya está demostrado y estudiado en Psicología de las masas y en el complejo y decisivo concepto de identificación con el líder.
Las maquinarias militares y los poderes tendentes al autoritarismo, aún valoran excesivamente poco el poder de las palabras en la creación de realidades.
Últimamente, negando toda ética, sí se utilizan masivamente las mentiras para manipular a las multitudes dependientes de la información; pero la palabra como vehículo de acercamiento, de búsqueda de equilibrios de intereses o de búsqueda de planos interdependientes entre dos grupos, más allá de someter o ser sometido, está aún muy lejos de ser conocida y utilizada entre los responsables de las decisiones políticas de los países.
La paz y la supervivencia de la especie, nos va en ello: en la Razón y en el Lenguaje.
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