Israel ha demostrado su fuerza llevando simultáneamente la guerra a cuatro frentes: el de Gaza, contra Hezbollah en El Líbano, los hutíes del Yemen y en los altos del Golán en Siria. Sin embargo, esa fortaleza militar no encubre las debilidades manifestadas por el Estado judío en estos conflictos.
En primer lugar, tenemos la evidencia de la vulnerabilidad de un país que hasta ahora presumía de inexpugnable. El ataque de los terroristas de Hamás a su territorio hace quince meses dejó un terrible balance de 1.200 muertos y 251 personas secuestradas. La imprevisión de los servicios de inteligencia israelíes de semejante contingencia muestra la fragilidad de la vida dentro de un Estado por moderno que sea y por más tecnología que posea.
A esta primera debilidad hay que añadir otra: la ineficacia de un ejército que ha destruido Gaza, eso sí, pero que ha sido incapaz de liberar a los rehenes, objetivo básico de su acción militar. Esto indica la penetración de Hamás en la sociedad gazatí y que no son cuatro gatos, sino que gozan de un amplio respaldo popular y que poseen unas infraestructuras que han resistido al embate de sus enemigos.
Sentadas esas premisas se observa la fuerza de Hamás en el desigual canje de los secuestrados por presos palestinos, siendo grosso modo la proporción del intercambio de diez convictos palestinos por cada rehén israelí. Otra muestra más del sometimiento de Israel a las condiciones de sus adversarios.
Aun así, las matanzas causadas por el ejército de Tel Aviv han dejado a Israel como el único malo de la película y han creado, si no lo habían hecho ya, un sentimiento pro palestino y antijudío a lo largo y ancho del planeta. Ésa, la de la opinión pública, es otra debilidad más y no la menos importante de este conflicto. Sucede, además, en un momento en el que Israel busca legitimarse ante los países árabes, tratando de aumentar sus relaciones con ellos a través de su reconocimiento oficial, con embajadas incluidas. Pero, eso, visto lo visto, lo tiene crudo.
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