Desde el 2018, vive con secuelas que no son físicas, sino relacionadas con la memoria en el espacio y el tiempo
El 13 de octubre de 2018 la vida de Jesús Barbero cambió para siempre. Este salmantino, natural de Cantalpino, se despertó antes de las 7:00 de la mañana con un dolor de cabeza insoportable y vómitos. "En principio piensas que es algo que te ha hecho daño, pero enseguida te das cuenta de que es algo más serio", recuerda. En cuestión de minutos, se cayó al suelo, incapaz de dar un paso y hablando en frases sueltas y sin sentido. Su mujer, Ángela, alarmada, llamó al 112. Al principio, los médicos pensaron que podía ser una bajada de azúcar, pero tras intentar reanimarlo con miel, comenzaron a hablar de un posible ictus.
La UVI móvil llegó rápidamente y, siguiendo el protocolo, lo trasladaron al hospital Puerta de Hierro de Majadahonda, donde residen. Allí, Jesús fue operado de urgencia para colocarle dos drenajes que le permitirían eliminar la sangre acumulada en su cerebro. "A partir de ahí, muchas horas de hospital y muchos miedos", confiesa Ángela. Jesús pasó 82 días en el hospital, de los cuales 58 fueron en la UCI. Sin embargo, para él, ese tiempo no existió. "No tengo ningún recuerdo del hospital, ni siquiera de cuando estaba en planta y ya caminaba un poco", asegura.
La evolución de Jesús fue lenta y siempre impredecible. Durante los primeros días, lo despertaban de la sedación cada pocas horas para comprobar su estado. "Le decían que estaba en el hospital, que había tenido un ictus y que tenía a su familia allí. Le pedían que moviera la mano derecha, que era la parte menos afectada, y él lo hacía. Parecía que todo iba según lo previsto", relata su mujer. Pero a los tres días, Jesús sufrió una crisis severa con fiebre altísima y niveles críticos de tensión y glucosa. "No sabían qué le pasaba, incluso podía ser otro ictus", recuerda. Tras estabilizarlo, entró en coma durante 47 días. "Nos decían que se quedaría en coma vegetativo, pero de repente, el 29 de noviembre, cuando llegué con mi cuñada, nos dijo ¡hola! No nos lo podíamos creer", relata su mujer con emoción.
Desde ese momento, Jesús comenzó a mejorar. "A partir de ahí fue mejorar y mejorar, moverse cada vez más, empezar a comer algo y quitarle aparatos", añade. La UCI donde estuvo era especial, con puertas abiertas que permitían a la familia estar a su lado todo el día, lo que fue fundamental para su recuperación.
Hoy, Jesús vive con secuelas que no son físicas, sino relacionadas con la memoria en el espacio y el tiempo. "Para saber en qué día vivo o las cosas que hay que hacer, tengo un calendario donde anoto los cumpleaños y cosas importantes. Además, me ayudo del móvil", explica. Su neuropsicóloga de la Fundación Pita López le ha enseñado a utilizar el GPS del móvil para orientarse. "Siempre voy acompañado de mi mujer o mi hija, pero mis recuerdos antiguos siguen intactos y cuando voy a Cantalpino, mi pueblo, me muevo solo", dice con orgullo.
Su día a día está lleno de actividades. "Lunes y miércoles por la mañana voy a bailar, hacemos zumba, y por la tarde damos un paseo largo, haga frío o calor. Los martes, jueves y viernes voy a la Fundación Pita López, donde hacemos actividades en grupo para mejorar la memoria y no perder el contacto con gente en mi situación", detalla. Los martes juegan a juegos de memoria, los jueves hacen deporte adaptado y los viernes desayunan juntos con su neuropsicóloga. "Es una mañana muy divertida", añade.
A pesar de su nueva realidad, Jesús echa de menos su independencia y la rutina de su vida anterior. "Me gustaría poder ir a trabajar y estar con mis compañeros. Era carnicero y echo de menos el contacto con el público", confiesa. Sin embargo, acepta su situación y agradece la ayuda que ha recibido. "Siempre podría haber sido todo mucho peor", reflexiona.
La familia juega un papel fundamental en su proceso de recuperación. "Si no fuera por mi mujer y mi hija, estaría muy perdido. Necesito su ayuda para recordar y organizarme", admite. Además, lleva un diario desde su estancia en el CEADAC, donde anota lo que desayuna, come y cena, así como las actividades que realiza.
Finalmente, Jesús envía un mensaje de esperanza a quienes puedan estar en una situación similar. "La vida continúa, no hay que tirar la toalla. Siempre se puede mejorar con esfuerzo", afirma. Conoce a personas que pensaban que estarían siempre en una silla de ruedas y ahora caminan. "Mi problema de memoria ha ido mejorando y seguramente mejore más. Estar en estas fundaciones es muy importante, te ayudan a seguir adelante y a quererte", concluye. "Mi vida es otra, pero soy feliz".
La historia de Jesús Barbero es un testimonio de superación y determinación. A pesar de los desafíos que ha enfrentado tras su ictus, su espíritu de lucha y el apoyo incondicional de su familia le han permitido encontrar un nuevo camino. Siempre hay que seguir.
El caso de Jesús Barbero, en uno de los Reportajes Instituto RTVE 'Un antes y un después'