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Inteligencia y emociones: Una conexión esencial
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Inteligencia y emociones: Una conexión esencial

Actualizado 15/01/2025 07:57

La vida es una comedia para quienes piensan y una tragedia para quienes sienten.

HORNEE WALPOLE

Las emociones conforman el paisaje de nuestra vida mental y social.

MARTHA C. NUSSBAUM

La historia del pensamiento siempre ha atendido al acto del intelecto frente a los datos suministrados por los sentidos. Zubiri nos recordaba que el acto de inteligir es posterior al de sentir, como postuló la filosofía desde Parménides. Sin embargo, el gran pensador destacaba que inteligir es aprehender lo real como real, mientras que sentir es captar lo real en impresión. De este modo, distinguió entre la aprehensión sintiente y la aprehensión intelectiva, pero subrayó que el sentir humano y la intelección son dos momentos inseparables de un único acto de aprehensión: la inteligencia sintiente.

La inteligencia, aplicada al ser humano, se define como la capacidad de resolver problemas nuevos. Esta habilidad se fundamenta en la asociación de fenómenos aislados para encontrar nexos que permitan solucionar problemas. Sin embargo, no debemos restringir la inteligencia a un enfoque estrecho, como el coeficiente intelectual. Es esencial abrirla a las emociones y los sentimientos para abarcar la realidad completa del ser humano, evitando reducirla únicamente a lo lógico-matemático o lingüístico.

El proceso globalizador ha provocado numerosos cambios en nuestras sociedades. Si bien es un signo de progreso y desarrollo, también acarrea riesgos y desigualdades que afectan a diversos grupos de nuestra “aldea global”. En palabras de Bauman, la globalización divide al mismo tiempo que une, y sus causas son las mismas que promueven la uniformidad global. Vivimos en un mundo donde solo se valora la productividad, la eficacia y la rentabilidad económica. Esta razón instrumental amenaza los valores individuales y sociales, relegando lo que Dostoievski llamaba “la mitad superior” del ser humano: su compleja interioridad personal.

En este contexto, la inteligencia emocional adquiere una relevancia fundamental. Según Daniel Goleman, constituye el vínculo entre los sentimientos, el carácter y los impulsos morales. Existen crecientes evidencias de que nuestras actitudes éticas fundamentales se asientan en capacidades emocionales subyacentes. El intelecto, por sí solo, no puede funcionar adecuadamente sin el concurso de la inteligencia emocional, que complementa a la inteligencia racional. Esta inteligencia nos permite reconocer estados de ánimo, motivaciones y temperamentos ajenos, además de acceder a nuestra propia vida emocional para discriminar y utilizar los sentimientos como guías para la conducta.

La inteligencia emocional no es una capacidad innata e inmutable; puede educarse, desarrollarse y mejorarse. Esto nos libera de la creencia de que somos víctimas de nuestras emociones, ya que relacionar inteligencia con emoción otorga mayor autonomía a la conducta humana y orienta hacia el bienestar.

Un componente clave de la inteligencia emocional es la empatía, que nos permite decidir cómo queremos que sean nuestras relaciones y alcanzar estados emocionales positivos. Husserl definió la empatía como la aprehensión de las vivencias ajenas; Edith Stein la consideraba una vivencia interiorizada de la experiencia del otro. Por su parte, Martha Nussbaum sostiene que la empatía posibilita la comprensión del sufrimiento ajeno y constituye el fundamento de la humanidad.

La empatía se desarrolla, en parte, durante la educación, a través de la imitación de conductas de los adultos. Sin embargo, también puede fortalecerse mediante la escucha activa, la apertura hacia los demás y la toma de conciencia de nuestras propias emociones. La educación tradicional ha priorizado el desarrollo intelectual, relegando lo emocional. Por ello, se necesita una educación integral que fomente tanto las capacidades cognitivas como las emocionales, pues ambas son esenciales para el desarrollo pleno de la personalidad.

Finalmente, es evidente la necesidad de formar ciudadanos políticamente activos, capaces de construir una sociedad más justa e inclusiva. Personas que valoren la convivencia, posean habilidades comunicativas y sepan dialogar en la diversidad de nuestras sociedades actuales. La inteligencia emocional contribuiría a cerrar el abismo entre lo dicho y lo hecho, entre las ideas y las creencias, y entre la moral pensada y la vivida, promoviendo una razón que escuche las razones del corazón.

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