Vuelven los intensos a sus bebederos habituales envueltos en plumas, ateridos de frío porque han perdido la costumbre de levantarse pronto y asomarse a la calle tan pronto, cuando aún no ha salido el sol a calentar el banco donde se sientan antes de entrar en el instituto, dispuestos a darse calor mutuamente mientras apuran su ratito con el teléfono móvil. Son tenaces, los intensos, la nuca tronchada frente a la pantalla hasta el último minuto, y cuando toque el timbre de salida, ni siquiera tendrán la paciencia para llegar hasta la verja del patio… cruzarán las pistas con la mirada fija en el aparato que han sacado y seguirán viviendo su fantasía colorida, su charla ininterrumpida con los que tienen al lado.
Vienen los intensos de las vacaciones navideñas ahítos de azúcar, felices de verse de nuevo y de contarse las novedades que han pasado en la casa, en estos días de almíbar en el que los hemos macerado en calor, vaguería, dulces y regalos. Llegan sin saber ni pasar las páginas de sus cuadernos, sin recordar la contraseña de su cuenta de usuario, olvidados los rituales con los que despejan las matemáticas o analizan las oraciones. Todo se olvida en vacaciones, pero sobre todo, las de navidad, que son particularmente amnésicas. Nada recuerdan, ni cómo manejar el puñado de bolígrafos que exhiben en sus cargados estuches que sirven para jugar al baloncesto entre clase y case, ni por dónde empujarse camino del polideportivo. Han perdido la rutina del periodo lectivo y les sobresalta el timbre, la voz del profesor y hasta el recreo. Y mientras los mayores lucen ese aire desganado de como que nada va con ellos, los pequeños dan gritos incapaces de recordar las normas del silencio, los peldaños que subir con calma o las puertas que no pueden contenerlos a todos a la vez cuando quieren salir en tromba. Los intensos han perdido la capacidad de ir en grupo ordenadamente y de pautar la mañana a base de timbrazos y de clases, pero están felices de verse otra vez y por eso chillan como si este tiempo de asueto les hubiera vuelto sordos a todos. Están felices, los intensos, y la felicidad, en ellos, se mide en decibelios y en empujones amigables, secreteos a voces e invasión generosa de los baños para seguir con la puesta en común de los días que han pasado sin verse. Cómo se quieren, a veces, los intensos.
Vuelve el enero de fríos y de vacíos bolsillos y la rutina se extiende como una hermosa cencellada en las mañanas heladoras de una tierra ahora dispuesta a la paciencia, pero en esa insólita calma tras la el tiempo luminoso de las navidades, hay una algarabía de pájaros recién llegados a los bebederos de la costumbre. Es el regreso feliz, estrepitoso, lleno de calor, de los intensos.
Charo Alonso.
Fotografía: Fernando Sánchez Gómez.
La empresa Diario de Salamanca S.L, No nos hacemos responsables de ninguna de las informaciones, opiniones y conceptos que se emitan o publiquen, por los columnistas que en su sección de opinión realizan su intervención, así como de la imagen que los mismos envían.
Serán única y exclusivamente responsable el columnista que haga uso de nuestros servicios y enlaces.
La publicación por SALAMANCARTVALDIA de los artículos de opinión no implica la existencia de relación alguna entre nuestra empresa y columnista, como tampoco la aceptación y aprobación por nuestra parte de los contenidos, siendo su el interviniente el único responsable de los mismos.
En este sentido, si tiene conocimiento efectivo de la ilicitud de las opiniones o imágenes utilizadas por alguno de ellos, agradeceremos que nos lo comunique inmediatamente para que procedamos a deshabilitar el enlace de acceso a la misma.