Pues, señor, el pasado 16 de diciembre he llegado a mi máximo nivel de jubilación después de un año de prórroga. Suerte que solo he tenido una prórroga, que hay compañeros deanes en otras diócesis -los deanes tienen que ser previamente canónigos- que acumulan cinco prórrogas, una tras otra, de una en una, con sadismo quíntuple.
Los Estatutos del Cabildo de Salamanca, que son como nuestra Constitución canóniga, determinan el paso automático a la jubilación de los canónigos una vez alcanzada la provecta edad de quince lustros. Es una norma prudente que se complementa, en el caso del Sr. Deán, con la determinación de que sólo puede ejercer el cargo durante dos mandatos. Sabia medida, que evita tanto el apoltronamiento como la gerontocracia, que no es plan que los deanes hagan un Baiden o un Trump octogenario. Y los Estatutos Capitulares (referentes al Cabildo) son más avanzados que nuestra Constitución, aunque solo sea por tener previsto que “el jefe” no se cronifique “en el poder”.
He puesto unas comillas ("en el poder") porque un Cabildo catedralicip no es lo que era; no es un contrapeso del poder del obispo. Para poder serlo sería necesario que los canónigos tuvieran mucho tiempo libre para cabildear, cortar trajes y preparar movidas. La tentación del poder debe compatibilizarse con las parroquias que todos y cada uno de los canónigos, eméritos o activos, tenemos a nuestro cargo. Es verdad, casi no tenemos tiempo de ser malos.
De mi experiencia como canónigo en activo he sacado algunas conclusiones. La primera en importancia es que la Catedral, además de ser la Sede del obispo, es la iglesia madre de toda la diócesis. Cierto es que la Historia y la Geografía ponen trabas al culto divino, que es la tarea principal, porque durante los últimos nueve siglos el Complejo Catedralicio (dos templos, Claustro y sus capillas, antiguo Palacio Episcopal, incorporado al conjunto catedralicio en los últimos años) ha ido quedándose en el fondo de saco, a medida que la ciudad se ensanchaba y crecía alejándose físicamente de la catedral. Como Salamanca no es New York ni Paris, por muy lejos que estén Garrido o Los Bilbaínos, están a tiro de zapatilla deportiva o elegante zapato peatonal, pero a los salmantinos casi todo nos parece lejos.
En ayuda de los fines espirituales y pastorales de la Catedral de Salamanca ha venido en los últimos treinta-cuarenta años, el Turismo, porque no vamos a ser tan paletos que si nos visitan riadas (perdón imploro a los valencianos) de visitantes dispuestos a maravillarse contemplándola y recorriéndola, no nos vamos a quedar nosotros atrás sin reconocer su importancia. También hay que aplaudir la intuición de los canónigos anteriores para dialogar con nuestro Ayuntamiento y poner en marcha esa locomotora del turismo que es la Exposición Ieronimus y el acierto de Las Edades del Hombre al instalar en el Complejo catedralicio la Exposición “El Contrapunto y su morada”, espléndida iniciativa de diálogo entre el arte religioso clásico y el contemporáneo. ¡Uf! Fue hace más de treinta años. Tempus fugit, corre y vuela.
El Cabildo y la diócesis no están aislados de la movida que se cuece en la Iglesia de Francisco (es un modo de hablar, para entendernos, porque la Iglesia es de Jesucristo). Me refiero a la sinodalidad, el empeño en hacer “camino común” entre clérigos y laicos dentro de la Iglesia y con las puertas del corazón siempre abiertas al diálogo permanente con los artistas, con nuestras dos Universidades, con las instituciones y las autoridades estatales, autonómicas y municipales, que las tres forman parte del Estado, dotadas de autoridad constitucional. En este sentido la Iglesia (diócesis, parroquias, Cabildo, obispo, sacerdotes, religiosos y laicos mujeres y hombres) es una parte de la Sociedad Civil, en relación y en diálogo con todas las otras partes.
Repaso lo escrito y me suena a teoría; pero vivido desde dentro de la Iglesia durante los últimos cincuenta años (este año cumpliré cincuenta años de ordenación sacerdotal), constato que la marcha de la Iglesia local salmantina y, por ende, de la Catedral con su Cabildo, ya no se basa en el poder de los clérigos, cuya ideología es el clericalismo, sino en el trabajo en equipo entre clérigos y laicos en la Catedral. En concreto, el personal -los empleados- de la Catedral y los canónigos trabajamos en equipo y, respetando la legislación laboral, la inteligencia y el sentido común, estamos consiguiendo un modelo de gestión muy eficiente por muy actual, aunque perfectible, como todo. Naturalmente, para que la eficiencia continúe, hay que seguir profundizando en este modelo de relación interpersonal y de gestión de recursos humanos y económicos, auditorías externas incluidas. La gran crisis provocada por la pandemia nos ha dado una pista válida: dado que nuestro personal, tanto los que pertenecen a la plantilla de la catedral, como los de la empresa ArtiSplendore, encargada de la gestión del turismo, hemos puesto todo lo que estaba de nuestra parte: el Cabildo perdiendo dinero al mantener durante muchos meses los salarios sin recurrir a ERTEs, porque éramos plenamente conscientes de que el personal fijo de la catedral es nuestro mayor activo. Todos trabajaron denodadamente cuando ya se podía trabajar y celebrar la fe en la catedral -máximo 25 personas incluido el guardia de seguridad-. La conclusión ha sido una notable mejoría de la fábrica de los edificios del Complejo catedralicio.
Durante estos años también hay que valorar el modelo español de ocuparse del mantenimiento, restauración y puesta en valor del Patrimonio artístico y cultural: sinergia entre la Iglesia, los poderes públicos (repito, estatal, autonómico -Junta de Castilla y León- y municipal), los grandes mecenas del mundo empresarial (Fundación Iberdrola, por ejemplo) y, como decía mi Deán antecesor, D. Florentino Gutiérrez, los pequeños mecenas populares y democráticos, los turistas, vaya, que pagan religiosamente la entrada y contribuyen así en gran manera al cumplimiento de esta prioridad de mantener, restaurar, poner en valor nuestro Patrimonio y, en lo posible, ampliarlo.
La catedral funciona así como un ser vivo que mantiene contacto con todas las instancias y todas las personas circundantes -no hay que olvidar que los salmantinos tienen entrada gratuita para disfrutar, contemplar, estudiar y orar cuando les pete, porque tienen derecho-.
Todo se puede mejorar. Por mi parte voy a intentar explorar qué puede hacer un canónigo emérito con voz pero sin voto. Esto del no voto es una salvaguarda del necesario descanso activo que todo jubilata, también si es canónigo, debe pretender y, si le dejan y se empeña, conseguir. Iremos viendo.
Antonio Matilla, canónigo emérito.
Salamanca, 8 Enero 2025.
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