Hoy es siempre todavía
ANTONIO MACHADO
Que Dios te bendiga
y te tenga en la palma de su mano.
SAN PATRICIO
FELIZ AÑO NUEVO. Que este nuevo año esté lleno de salud y paz. Sueña lo que quieras soñar, ve a donde quieras ir, sé lo que quieras ser, porque solo tienes una vida y una oportunidad para hacer todo lo que desees. Aristóteles nos recordaba que “la esperanza es el sueño del hombre despierto”. Siempre debemos esperar lo nuevo.
El 1 de enero, al comenzar el año civil, celebramos la Solemnidad de Santa María, Madre de Dios. Esta festividad, posiblemente influenciada por la Iglesia bizantina, refleja una tradición de celebrar a un personaje importante un día después de una gran solemnidad. Así, el 26 de diciembre, los bizantinos celebran la sinaxis de la Santísima Theotokos (la que da a luz a Dios), vinculada al nacimiento de Jesús. En Roma, desde los primeros siglos, el 1 de enero se conmemoraba la maternidad de María con la solemne estación de Santa Maria ad Martyres, dentro de la octava de Navidad.
El ser humano tiene la palabra como herramienta fundamental para comunicarse, pero el lenguaje religioso nos lleva más allá de lo evidente. La fe nos introduce en una dimensión que sobrepasa el lenguaje ordinario, transformándonos desde lo más profundo. La fe nace de un encuentro personal con Dios, un compromiso íntimo e intransferible. Cada creyente tiene su propio camino hacia Dios, pero en ese viaje todos anhelamos llegar al misterio donde solo el silencio habla.
En nuestra sociedad relativista, los dogmas suelen entenderse como imposiciones rígidas, pero en realidad expresan la plenitud de la manifestación de Dios. El término “dogma” proviene del griego dokeo, que significa “aparecer” o “manifestarse plenamente”. Para los cristianos, los dogmas subrayan la revelación viva de Dios. La Iglesia, a lo largo de su historia, ha plasmado su fe en fórmulas doctrinales, como el Credo, que fueron definidas en concilios ecuménicos o proclamadas por el Papa. Los dogmas recogen y preservan la verdad revelada, expresando el sentir y la fe del pueblo de Dios, siempre centrados en Jesucristo.
A lo largo de la historia, la figura de María ha sido objeto de profundas reflexiones. Sin embargo, sus mayores frutos se encuentran en la experiencia espiritual de los creyentes y de la Iglesia misma. Los grandes dogmas marianos, como María, Madre de Dios y María, siempre Virgen, son patrimonio común de todas las Iglesias cristianas. El título de Theotokos (Madre de Dios) fue proclamado en el Concilio de Éfeso (431), en respuesta a Nestorio, quien sostenía que María solo era madre de Cristo (Christotokos). Este dogma está estrechamente ligado a la virginidad de María, reflejada en los Evangelios de Lucas y Mateo, y presente en los credos más antiguos de la Iglesia.
La virginidad de María simboliza la gratuidad de la acción salvadora de Dios en Jesucristo, quien inaugura un nuevo comienzo para la humanidad. María representa la apertura total a Dios, una actitud de entrega y confianza. Como señala W. Kasper, María es signo de la alianza entre Dios y la humanidad, y su “sí” (fiat) muestra que incluso la Encarnación, siendo un acto divino, necesitó de la colaboración humana. María no es solo madre de Jesús desde el punto de vista biológico, sino Madre de Dios con toda su persona.
La devoción a María, como Madre de Dios, ha estado siempre presente en la Iglesia. Sin embargo, debe conducirnos al centro de nuestra fe: Jesús. María fue una mujer creyente, la primera cristiana, que acogió libremente la Palabra de Dios: “Aquí está la esclava del Señor, cúmplase en mí según tu palabra” (Lc 1,38). La fe de Mará nos enseña que la fe es silencio que escucha y aguarda las palabras de Dios (Lc 2,19). En las bodas de Caná (Jn 2, 1-11), María muestra una fe activa, intercediendo por los demás y confiando que Jesús actuara.
El pueblo sencillo percibe en María a una mujer del pueblo, una campesina humilde de Nazaret, madre de una familia trabajadora. Conoció las dificultades cotidianas y vivió la oscuridad de la fe ante el misterio de Jesús, igual que cualquier creyente. María permaneció fiel sin esperar signos ni milagros; guardaba todo en su corazón, confiando en Dios incluso en los momentos más oscuros, como al pie de la cruz (Jn 19,25).
María es modelo de una fe humilde, confiada y perseverante. En ella vemos el modelo del creyente: confiar en Dios, incluso cuando no hay certezas, sabiendo que su amor nunca nos abandona. Como María, cada creyente debe guardar y meditar en su corazón el misterio de Dios encarnado en Jesús, anunciando y haciendo realidad la Buena Noticia, que es liberación y misericordia para todos.
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