Llega la fiesta de la Navidad y todo son deseos de felicidad, paz, amor y salud. Es la frase más repetida entre los cristianos. Tal vez escribimos de forma mecánica, sin darnos cuenta de lo que pedimos. Se sobreentiende que nuestro deseo va dirigido a todos los que nos rodean; a los que tienen asumido ese anhelo, pero también a los que se olvidad de él con demasiada frecuencia.
Hemos oído y repetido tantas veces el mensaje del ángel de la Anunciación “Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad” que puede que no lo hayamos interpretado correctamente. El coro celestial que acompañaba el ángel deseaba, como nosotros hoy, la paz entre todos los hombres. Los de buena y los de mala voluntad.
El verdadero problema radica en que, entonces y ahora, Dios quiso que fuéramos libres y, como tales, tenemos buena o mala voluntad. Los primeros, es de suponer que no olviden su deseo de paz; ante el menor despiste su sentido común los volverá rápidamente a la senda correcta. Los otros, los que de ordinario carecen de buena voluntad son los que verdaderamente necesitan más la ayuda del Señor.
Por eso, hoy quiero emplear estas líneas para dar gracias y para pedirlas. Dar gracias a Dios en primer lugar, y a María con Él, por habernos traído hasta aquí, por haber dado su vida para salvar la nuestra y por ser nuestro Padre y nuestra Madre celestiales. También los pedimos perdón por las veces que todos nos hemos desviado del camino recto, rogándoles que, en Navidad, y en todos los momentos de nuestra vida, la paz sea una realidad duradera. Que la buena voluntad caiga sobre las conciencias de quienes se empeñan en cambiar el amor por el odio. Un mundo siempre en paz sería una gloria adelantada.
Sólo me queda desearos a todos una verdadera Navidad en paz, que siempre veamos el otro como hermano y no como adversario, que la salud acompañe nuestros días y que el bienestar llegue a los que más lo necesitan.
¡FELIZ NAVIDAD!
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