Cumple un aniversario feliz y lo celebra en el Liceo, “su” Liceo, con una Fabulosa Retahíla de discos, espectáculos, didácticos y sobre todo con ese público que también está de celebración de lo más hondamente nuestro
Cuarenta años desde aquella primera recopilación. Códice y canción, rigor en la profesión de un estudioso de lo nuestro que ha aprendido a relatarnos en los octosílabos del romance, en las narraciones de la oralidad, versos lorquianos que nada saben de fronteras. Cumple un aniversario feliz Gabriel Calvo y lo celebra en el Liceo, “su” Liceo, con una Fabulosa Retahíla de discos, espectáculos, didácticos y sobre todo con ese público que también está de celebración de lo más hondamente nuestro.
Charo Alonso: ¿Cómo va a ser este concierto de celebración?
Gabriel Calvo: Va a ser un recital antológico, repaso por mis 17 discos y espectáculos realizados. Espero que sea una noche muy alegre. La vida es una cosa seria, pero la alegría es fundamental y más en este estado de gracia emocional como el que vivo ahora. Y algo más, voy a estrenar un tema inédito llamado “El paseíllo de los comensales” que versa sobre el Lunes de Aguas. El acto será presentado por Fernando Íñiguez de Radio 3.
Carmen Borrego: ¿Y a qué músicos invitas a este paseíllo?
G.C.: A los que me han acompañado siempre: al acordeonista David García Serrano, al pianista Chema Corvo o al tamborilero Carlos Rufino, con los que me entiendo hasta para respirar y a los que yo también deseo homenajear. Junto a ellos, otros instrumentistas siempre muy cercanos.
Ch.A.: En ti, Gabriel, vemos al antropólogo musical de la tradición y ahora, a un especialista en García Lorca.
G.C.: Lo de Lorca ha sido una etapa tremenda. Yo trabajo por proyectos y aunque estoy en otra cosa sigo representando el espectáculo Folklorquiando, un disco necesario y pionero en describir la incorporación de la tradición oral española en su obra y su empatía con la música tradicional salmantina, como bien recalca el profesor de investigación del CSIC Luis Díaz Viana. En mayo volveré con él a Granada.
Ch.A.: ¿Cómo podemos hacer para que quienes vienen de fuera integren nuestra tradición, Gabriel?
G.C.: Es muy complicado, los inmigrantes que llegan no se deshacen de su cultura ni de su sufrimiento. A los españoles de la inmigración les pasaba lo mismo, eran más españoles cuando estaban fuera. Hoy -afortunadamente- la globalidad ha desbordado las barreras de lo estrictamente territorial y es fundamental seguir preservando nuestra personalidad como espacio distintivo. Al mismo tiempo, conjugar esa identidad con otras culturas nos debería hacer más comprensivos como seres humanos, deberíamos mostrar un profundo respeto y admiración hacia lo nuestro y también hacia lo ajeno.
Ch.A.: El concierto es en el Teatro Liceo, un lugar emblemático donde tienes un público fiel.
G.C.: Me encanta actuar en el Liceo, es mi teatro fetiche. El público es muy receptivo conmigo y la Fundación siempre me ha apoyado. Hay una comunión brutal. No es llegar y cantar, creo que la gente valora más el concepto personal y la canalización artística. También es verdad que en Salamanca la gente tiene una querencia especial con un repertorio que siempre te pide. Pensad en un concierto de Serrat o Víctor Manuel, la gente no quiere oír las canciones nuevas, quieren oír las de siempre.
C.B.: Es cierto que tus conciertos responden a un proyecto conceptual, como los discos, tus actuaciones, tus espectáculos.
G.C.: Sin duda. Los discos son como los hijos que uno no tuvo. Proyectos donde se mezclan muchos sentimientos e ilusiones que te conexionan con las numerosas personas que participan: músicos, arreglistas, técnicos, diseñadores, prologuistas… Cada trabajo es un mundo, una aventura, un viaje oral. Siempre he pretendido que mis discos tuvieran un carácter documental conjugado con el concepto artístico. Creo que ese es su gran atractivo y en el futuro más.
C.B.: Gabriel, ¿cuál es tu canción fetiche?
G.C.: No podría elegir un solo tema. Sería injusto. La belleza de nuestra música es tan brillante que uno se rinde a sus matices.
Ch.A.: ¿Qué queda de esa tradición oral que buscabais los folcloristas?
G.C.: No queda nada desde hace muchos años. En Salamanca ha habido una semilla sonora fecunda, con un caudal musical enorme, somos un referente. A los mayores, guardianes anónimos de la memoria, nos acercamos folkloristas, etnógrafos y antropólogos, recopiladores de su nutrida riqueza oral. Nuestros abuelos consideraban algo humilde y de escasa valía lo que luego se llevó al ámbito de instituciones académicas y científicas para estudiar su legado y dotarlo de un paralelismo artístico, teórico, histórico y documental.
Ch.A.: Por suerte se guardó, se protegió esa tradición…
G.C.: Para mí, ese compromiso y enseñanza se fundamenta en el propósito de salvaguardarlo para las nuevas generaciones como algo útil y vivo. Hoy el término tradición, tan en boga, se utiliza para globalizar todo aquello que nos viene heredado del pasado: composiciones, ritos, costumbres y doctrinas transmitidas de generación en generación. En ese ámbito rural donde tanto aprendí hay un valor impagable, los mayores ofrecieron generosamente sus conocimientos y su tiempo sin pedir nada a cambio. Con el paso de los años, las semillas de su legado han germinado entre las nuevas generaciones, favoreciendo y poniendo en valor la importancia de la cultura popular rural en nuestras vidas. Mis primeras recopilaciones son de abril de 1984. Tan cerca en el tiempo y tan lejos a la vez.
Ch.A.: ¿Crees que ahora está de moda el folclore?
G.C.: Más que nunca, y la gente lo tiene idealizado, es la novedad. “La Noche de los Candiles” en Miranda ha estado ahí toda la vida y ahora, gracias a los medios de comunicación, a los automóviles, ya no cabe nadie cuando se celebra. El Folklore y todos los elementos que emanan de su iconografía (la danza, el baile, la indumentaria y el canto de tradición popular) son diversión individual y colectiva de gran parte de la población de nuestra sociedad. Por ello el relevo generacional ha encontrado en la tradición una motivación especial para expresar sentimientos profanos y religiosos y sintonizar con un pasado que les une con raíces ancestrales. Esto tiene algo de mágico en los tiempos que vivimos, ya que la juventud ha descubierto puntos de identidad que entroncan con lo antiguo sin ningún tipo de temor ni prejuicio.
Ch.A.: Nunca ha habido tanta fusión…
G.C.: Todo es cíclico, el folklore está de actualidad y siempre lo estuvo. El folklore es vida, código de creación cultural. Prueba de ello es el enorme número de grupos. Se han revitalizado costumbres y rituales populares, sintonizando así con la riqueza patrimonial de los pueblos y sus señas de identidad. Este resurgir no está exento de una cierta idealización, lógica. Lo curioso es que todo eso estaba ahí y afortunadamente se ha redescubierto y nos fascina. A ello se suman intérpretes como Rozalén o Rodrigo Cuevas, que han puesto su foco en el repertorio de origen popular y han maravillado a las nuevas generaciones con propuestas renovadoras e integradoras.
C.B.: Esa integración ya la habías hecho tú que también tienes una conexión vasca, gallega y andaluza y has trabajado con grandes y diversos músicos…
G.C.: He cantado en gallego y me he preguntado siempre por qué tengo amor por la cadencia andaluza, y es que en la Sierra pervive un espíritu que está documentado a través de archivos, porque la gente bajaba y subía a Andalucía y las canciones tienen piernas. Y la gallega y catalana, cantar en lenguas diferentes para mí ha sido un reto personal. Mira Carmen, tú que sabes de allí, nunca he grabado “La tortolita” de la tía Petra de Miranda, qué maravilla de sentido poético… ¡Qué daño nos hizo la televisión en los años 70 estigmatizando la vida en los pueblos! Hacía que la gente se avergonzara de ser de pueblo.
Ch.A.: Reivindicas ese pueblo que ahora tanto sufre el abandono.
G.C.: Yo digo: “Antes ser de pueblo era una losa, hoy es un orgullo”. En estos tiempos con una crisis poblacional desgarradora, es más necesario que nunca conexionarlo con el ámbito urbano. Todos tenemos algún referente rural y hay que promover un sentido de identidad y pertenencia que ayude a reivindicar y respetar el pasado desde una mirada humanística e innovadora. Unir pasado y presente, ruralidad y urbanidad es –hoy– más que una urgencia una enseñanza.
Ch.A.: ¡Es un discurso que ya tenía Federico García Lorca!
G.C.: García Lorca buscaba la inteligencia lírica del pueblo, valorando lo que sus contemporáneos despreciaban. Recopilaba esos versos populares que a él le servían. Hubo una época en la que producía sonrojo ser de pueblo, a mí no me pasó porque yo, en vez de escuchar con 16 años a Miguel Bosé, quería ya oír a los mayores entonar coplas y romances. Esa música popular, ese folclore que no solo era cantar y bailar, porque la música popular no es vestirse, sino algo más profundo.
Ch.A.: Apareces en el escenario sobrio y elegante, sin necesidad de ir de charro.
G.C.: “El hábito no hace al monje” No por vestirte adquieres más valor, para mí el folclore es un sentimiento, no un postureo. Nuestro folclore despierta en mí el latido de un sentimiento. Ese profundo sentimiento.