A la eterna pregunta ¿puede un gesto tener más poder que una palabra?, te voy a dar una respuesta querido lector/ra. Porque de ninguna manera voy a menoscabar el poder de la palabra, sea oral o escrita. Es el vínculo esencial que, a diferencia de las demás especies, nos hace humanos. Pero lo que también te digo, es que no se necesitan palabras cuando el poder de la expresión es tan fuerte que despierta emociones.
Pongamos por caso qué pasa en el mundo del espectáculo, en el que tienen que coexistir palabras con gestos, pero sin duda la imagen que se transmite con expresiones de la cara y movimientos del cuerpo, y teniendo en cuenta las circunstancias en las que se produce, es cuando nos lleva a decir esa frase tan repetida “sobran las palabras”.
Cuando dentro y fuera del Hollywood a una actriz como Julia Roberts se le llamaba “la novia de América”, se quería significar que era esa mujer joven ideal a la que muchas mujeres querían parecerse. Pero no sólo en el aspecto físico, sino en su capacidad de comunicación, en la personalidad de esta destacada intérprete del séptimo arte que siempre ha sido una sonrisa absolutamente única y genial.
Y los productores de la meca del cine que están muy pendientes de los resultados de la taquilla, sabían que su presencia, su sonrisa y su postura frente a la cámara, vendía y mucho.
¿Cuál es la clave? De ella siempre se puede esperar una gran comunicación no verbal, pero que nos sigue impactando porque transmite emociones. De ahí su éxito en la gran pantalla, sea en la comedia o en el drama. Porque su cara y sus expresiones, estando alegre o reflejando tristeza, tienen ese sello especial que las hace diferentes y personas excepcionales.
Pero vayamos al mundo terrenal fuera de las cámaras del cine, en el que también las formas de comunicación que se producen sin palabras, pueden ser muy sencillas y al mismo tiempo efectivas. Se entienden a la primera. Se comprenden porque se está transmitiendo un sentimiento. Se perciben por las otras personas porque hay una sensibilidad que está como flotando en el ambiente.
Las maneras en que nos comunicamos son diversas, pero no sólo es el poder de la palabra, sino la expresión. Cómo se dice y qué momento se ha elegido. Y lo que habitualmente decimos que “vale más una imagen que mil palabras” se ve con claridad, por ejemplo, cuando se encuentran dos viejos amigos después de mucho tiempo sin verse, o dos seres queridos que se abrazan porque uno de ellos parte. ¿O no te ha pasado a ti…que en un encuentro con una persona a la que te une una vieja amistad y no ves hace años, cuando por fin te encuentras con ella…te parece que fue ayer que estaban juntos tomando un café?
Las miradas y el abrazo seguramente estarán seguidas de palabras, pero han sido tan fuertes las emociones y gestos, que las palabras surgirán pasado esos instantes en el que hablan las emociones. Como si no quisiésemos interrumpir el placer del encuentro en el que afloran buenos recuerdos.
Las comunicaciones sin palabras son el espejo del alma, porque son los ojos los que hablan junto a las expresiones que producen la intensidad de las facciones de nuestra cara. Y este espejo refleja con un gran nivel de precisión lo que realmente siente quién produce ese sentimiento.
Las emociones y los sentimientos que arrancan una sonrisa purifican no sólo las relaciones interpersonales, sino todo ese espacio que las rodea y se comparten con otras personas. Nos es más fácil compartir emociones sin palabras como los gestos o actitud pasiva ante una sorpresa, que si le agregamos palabras que con frecuencia no terminan de expresar lo que nuestra comunicación no verbal finalmente transmite.
En un discurso de un líder, son los silencios tan importantes como las palabras que utiliza para expresar una idea o explicar una propuesta. Como en la música, los silencios y los tiempos son importantes.
No estoy afirmando que esta forma de comunicarnos es superior al lenguaje mismo que se articula con una orden del cerebro y se emite armónicamente por la boca. ¡No! Lo que digo es que son compatibles ambas formas de expresión, a pesar de que son muchos los que no creen que tengan el mismo valor. No son excluyentes. Pero hay momentos en la vida en que las palabras sobran porque más expresan los gestos, las acciones y las emociones.
Por eso mi aportación de hoy sobre las formas de comunicación y también la pérdida de valor de la palabra porque se abusa de ella sin escrúpulo alguno. Especialmente desde la clase política, en frases huecas sin contenido alguno que en lo único que riman (si es que puede llamarse así), es que encajan con el mensaje distorsionado de ese político de turno que quiere vender una idea a sus seguidores. O sea, palabras que son propaganda, pero, que carecen de sensibilidad porque en ellas no hay sentimientos hacia el otro que representan los cientos de miles de ciudadanos.
Justamente cuando aparece un líder que se destaca en la escena política, se caracteriza por gestionar mejor que sus correligionarios, el uso preciso y no abusivo de las palabras, haciéndolas creíbles y compatibles con sus silencios y sus comunicaciones no verbales.
Pero es que, además, el carisma lo alimenta con su forma de expresarse gestualmente, con las expresiones de su rostro, su sonrisa e incluso, cuando surge la voz entrecortada por la emoción que quiere compartir con los que le están escuchando.
Transmiten sentimientos a la gente y hablan a miles de personas, pero como si lo hicieran a nivel individual de cada una de ellas que forman parte de su auditorio.
Cuando se dice de este tipo de líderes que son carismáticos, es porque desde el atalaya desde el que pueden ver a los demás tienen una visión privilegiada del mundo que les rodea. E independientemente de la mayor o menor eficacia de las medidas que terminarán afectando a los ciudadanos de las cuales es responsable, están transmitiendo a través de las imágenes de televisión niveles de sensibilidad que la gente percibe y siente como próximos.
Y lo que sí os aseguro, es que la gente común sabe cuándo le están engañando. Si esa sonrisa y gesto al estilo de Julia Roberts es sincero o es una máscara de hipocresía. Cuando se logra transmitir la autenticidad de nuestra personalidad con los gestos y las sonrisas, sin duda contribuirán en más de un 50% al éxito de lo que tengamos por delante, que seguramente también requerirá de las justas palabras.
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