Todos vamos a la compra, salvo los que son tan rematadamente ricos y tienen a otras personas que vayan en su lugar. Puede no ser nuestra actividad favorita, podemos hacerla con desgana, con rapidez (y olvidarnos la mitad de las cosas necesarias) o con eficacia germánica, lista previa y hasta una hoja Excel mensual para no pasarnos del presupuesto; pero ir a la compra forma parte de esas actividades que yo incluyo en la lista llamada “picar piedra”, que con semejante título supongo que ustedes mis lectores, personas inteligentes, deducen que no soy una apasionada de ir al mercado. Y eso cuando hay mercado, que en esta ciudad que habito no es el caso.
Ir a la compra ha sido una actividad secular, que seguimos llamando de la misma manera a pesar de ir a unos supermercados llenos de cosas que no son fruta, verdura, carne ni pescado y a pesar de hacer florituras como encargar el pedido por Internet y recogerlo ya empaquetado en la puerta del establecimiento. No conozco a nadie que en este último supuesto diga que va a recoger un pedido digitalizado; el que va, va a la compra por mucho que la disfrace de actividad tecnológica. Y asumo que también que lo de ir a la compra tiene sus aficionados que lo encuentran una actividad placentera, aunque sean una minoría y, puedo afirmar que, hasta hace poco, del género masculino. Antes de que las mujeres picáramos piedra dentro y fuera de casa, las bolsas de la compra de los hombres solían estar llenas de cafés especiales, latas de bonito del Norte a precio de caviar, y cosas tan útiles para la vida diaria como la sal del Himalaya, el gin tonic ya preparado o los boquerones en vinagre y las banderillas. Yo misma hubiera firmado esa compra cuando lo que faltaba en casa eran tomates, patatas, aceite y azúcar.
Ahora me he enterado de que en los Mercadona de España se puede ligar en ciertas franjas horarias y poniendo según qué cosas en la cesta. Hay que reconocerle a Mercadona esa labor social, porque al fin y al cabo es un supermercado de los baratos; en esta ciudad donde llevo treinta años haciendo la compra, el único supermercado con mayoría de hombres de cierta edad (los que no tienen esa cierta edad no necesitan ir a la compra y menos aun para ligar) es un lugar carísimo donde el kilo de calamares está a 50 euros y hasta el papel higiénico cuesta dos euros más de lo normal. No sé si merece mucho la pena ir hasta allí, con esos precios, para encontrarse con un soltero…O soltera.
Y escribiendo estas líneas al filo de esa operación comercial llamada “Black Friday” (nadie se atreve a poner anuncios con la traducción “viernes negro” porque parecería una película de terror o una hecatombe de la bolsa de valores) hay que hacer la distinción entre ir a hacer la compra o comprar. A esto último se emplean con determinación personas que se aburren mucho con un libro en la mano o simplemente dándole conversación a amigos y conocidos. Es muy respetable tanto ser un comprador compulsivo como no disfrutar ni del libro ni de la buena conversación; pero como todo en la vida es optativo, yo me quedo con el rechazo a la compra desenfrenada, sea en un viernes negro o en un martes azul. Ir a la compra está en la lista de actividades asimiladas a picar piedra, pero no queda otra si uno quiere seguir alimentándose correctamente. Ir a comprar, una tarde de sábado, pongamos, cuando media humanidad tiene tiempo y ganas de hacerlo y la tarjeta de crédito quema en el bolsillo, es digno de convalidarse por un servicio militar de los de antes. Ir a la compra casis siempre es necesidad, ir a comprar, tantas veces capricho; ir a la compra es perífrasis, alarga la frase siendo una cosa tan concreta y necesaria; comprar es verbo, regular y de la primera conjugación, y una actividad tantas veces inútil.
Hemos superado un año más ese viernes negro de compras y ofertas ilimitadas que nos invaden el correo electrónico y hasta nos proponen ahorros en cosas tan dispares como unos audífonos o un hotel en las Maldivas, que es lo que el algoritmo ha decidido que yo necesitaba este año, amén de tintes para el pelo y pañales contra la incontinencia…En mi caso el algoritmo andaba muy despistado, se ve que voy poco a comprar.
Concha Torres
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