Corre muchacho, corre. Así reza la canción de Woodkid que pone título a este artículo y que me parece muy apropiado para abordar lo que desde hace cierto tiempo llevo rumiando. Y es que vamos por la vida así, corriendo. Pero al contrario de lo que hace el protagonista de esta melodía, que es corre para escapar, nosotros corremos para llegar. Llegar a todo y a nada, en realidad.
Calendarios, agendas, post-it y notas en el teléfono móvil llenas de quehaceres diarios como forma de vida. Obligaciones impuestas por nosotros mismos, en el 90% de los casos, que ocupan las horas del día como un huracán ocupa cualquier rincón por el que pasa, arrasándolo todo y dejando desolación tras de sí. Porque realmente es eso lo que sentimos cuando a las doce de la noche, en el mejor de los casos, apoyamos la cabeza en la almohada y hacemos balance del día. Descontento, aflicción y, a veces, tristeza por no haber llegado a alcanzar todos los objetivos propuestos para la jornada. Metas que, básicamente, eran para afuera. Y me explico con esto de para afuera.
Vivimos inmersos en la productividad. En el ser buenos, los mejores, en nuestros trabajos. En el sacar todo adelante para que nada falle. En el dar el doscientos por cien. En asumir responsabilidades y tareas que no nos corresponden pero que sin nuestra acción las ruedas del engranaje se paran.
¿De verdad paran? Aquí quería llegar yo.
Nos hemos creído imprescindibles, esenciales, vitales incluso, pero cual equivocados estamos. Por supuesto que en nuestros puestos de trabajo somos un eslabón importante de la cadena. Efectivamente, tenemos cualidades, aptitudes y talentos que poner al servicio de nuestra empresa. Pero cuando decidimos dejar esa oficina, tienda o cargo, o nos ausentamos temporalmente por cualquier circunstancia, al día siguiente hay alguien sentado en la silla todavía caliente en la que tanto tiempo habíamos pasado. Porque realmente no somos imprescindibles. Y no pasa nada. Ahí fuera hay miles de jóvenes entusiastas deseando subirse a esa noria que no para y de la que nosotros hemos decidido bajarnos o hemos tenido que saltar forzosamente.
Ahora bien, donde nunca vamos a poder ser reemplazables va a ser en nuestros hogares. Para nuestros padres, hermanos y para nuestros hijos no habrá ninguna persona que supla la ausencia cuando nosotros no estemos. No habrá otro u otra que se asemeje a lo que un día fuimos, porque para ellos, somos únicos. Sin embargo, y desgraciadamente, muy a menudo ponemos el foco donde somos y seremos fútiles descuidando a los que nos sienten como esenciales.
Somos importantes donde realmente lo somos, no olvidemos esto. Los de casa nos necesitan. Los necesitamos. Ahora, no vayamos a ser mediocres en nuestro oficio por esto. Busquemos una balanza que se equilibre, o más bien, que se decante por lo que de verdad es importante: vivir viviendo. No vivir haciendo.
Gloria Rocas
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