Todavía no se sabe si Teresa Rivera será o no Comisaria de la Unión Europea. El veto del Partido Popular en la Eurocámara garantiza suficiente follón como para imposibilitar ese nombramiento. La cuestión es si la vicepresidenta española resulta idónea o no para el cargo, cosa que ofrece bastantes dudas a sus detractores, que la acusan de haber sido una ministra inane —como la mayoría de sus colegas en el Consejo de Ministros, por otra parte— y de haber estado desaparecida durante las tres semanas siguientes a una DANA que era competencia de su ministerio.
La controversia es, pues, de carácter técnico y no ideológico, como pretenden argüir los socialistas y sus aliados, que amenazan con vetar a su vez a los candidatos húngaro e italiano, esta vez sí por razones ideológicas y no políticas, como hicieron en su día con Rocco Butiglione, hombre de la derecha antiabortista.
O sea, que ya tenemos otra vez los vetos cruzados y la prórroga probable de votar a todos los candidatos en bloque, para evitar así descalificaciones personales. La presidenta, Ursula von der Leyen, por su parte, espera a ver cómo se desenvuelve Teresa Rivero en la comisión del Congreso para sacar las oportunas consecuencias y mantener o no a su candidata.
La comprobación de que el debate y la polémica son sobre la competencia de la ministra y no sobre sus siglas la demuestra el PP ofreciendo su apoyo a Pedro Sánchez si presenta otro aspirante más cualificado de su mismo partido.
Todo este embrollo, como se ve, responde una vez más a cuestiones de idoneidad y preparación de los políticos para el cargo que sea y no de amiguismo y relaciones personales por muy legítimas que éstas sean. Exigir que un político esté preparado para serlo debería ser una constante y un requisito imprescindible. Si no, volveremos a ver espectáculos tan lamentables como la última DANA y sus trágicas secuelas.
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